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Chávez adora la coca,
pero detesta el whisky
por Manuel Malaver  
domingo, 6 mayo 2006


De antiguo es conocida la inmoralidad de los moralistas, el empeño que ponen los predicadores de la moral y las buenas costumbres en condenar las pequeñas transgresiones, mientras aceptan y aplauden las grandes.

Práctica que también es de uso corriente entre políticos fanáticos y fundamentalistas, a quienes la moral les resulta una herramienta ideal para poner en dificultades, devaluar y reprimir a los enemigos, en tanto que favorece, ayuda y promueve a los propios, a los amigos, a los partidarios.

“Cada vez que alguien quiere ponerle la pata en el pescuezo a otro, lo agarra por la nariz y le habla de la moral” decía Nietzsche, aludiendo al hecho de que no hay dominador, ni dictador, ni conquistador que no funde su imperio en la moral.

Y cuando se habla de “moral y dominación” se tropieza uno por fuerza con los revolucionarios marxistas, colectivistas y milenaristas, los cuales han impuesto sus utopías totalitarias en la pretensión de crear una sociedad de santos, mientras entre ellos practican los peores vicios, las más hórridas corruptelas y las más abominables transgresiones.

Bueno, lo que ellos llaman “vicios, corruptelas y transgresiones”, que no son más que comportamientos normales del ser humano que se satanizan para usarlos en la lucha política, y desaparecerlos o dejar de mencionarnos, en cuanto su practica pasa a los revolucionarios.

Fíjense en lo que ocurre en la revolución chavista con el furor de proveerse de los rústicos más lujosos y caros del mercado, los cuales son literalmente sacados a la fuerza de las ensambladoras, o adquiridos en las concesionarias antes de que aparezcan en venta y exhibidos con orgullo en cuarteles, viviendas de guarnición, casas de familia, carreteras, calles y plazas públicas para que el resto de los mortales, los venezolanos de a pie, pierdan la cabeza o queden sin respiración.

Este es el negocio que involucra a las famosas Hummer, el rústico de la GM que es una sensación entre los militares y altos funcionarios de la administración chavista, cuyo costo por unidad alcanza los 360 millones de bolívares (150 mil dólares al cambio oficial de 2158 x dólar).

Pero que igualmente incluye rústicos de Chrysler (las increíbles Cherokee y Gran Cherokee que crecen como monte en la Venezuela revolucionaria), de Toyota, Ford Motor, Nissan, Mitisubishi, Mercedes Benz, BMW, Honda y tantas otras maravillas y joyas que aborda tanto revolucionario después que aplauden a rabiar al presidente Chávez en mitines y concentraciones donde recita de memoria el Sermón de la Montaña, cita al Señor Jesús diciendo aquello de que “primero entra un camello por el hueco de una aguja que un rico al reino de los cielos” y a Prudhon en la célebre frase de que “la propiedad es un robo”.

Y a las cuales jamás se refiere Chávez en sus sermones, como que no fuera cierto que tamaña desviación por el lujo y el derroche, o se paga con el dinero de los venezolanos, o es fruto del robo y la corrupción que se deriva de actuar como mandamases al margen de la ley, mientras esquilman a los particulares.

Chávez, por el contrario, la cogió el jueves pasado en una perorata de más de 5 horas contra unos transgresores menores (pecadores veniales, le diría la Iglesia Católica), los tomadores de whisky, la bebida escocesa que es tan popular en Venezuela como la arepa y contra la cual, según el teniente coronel, debería empezar a implementarse una Ley Seca.

No se piense, sin embargo, que la requisitoria del teniente coronel viene por el lado de que al hablar de whisky hablamos de un destilado fuerte de más de 40 grados de alcohol cuya adicción puede ser mortal para el hígado, sino porque ¡horror de horrores!, es producido en un país capitalista que, además, es aliado del imperialista, George Bush.

Oigamos a este respecto al propio Chávez, al predicador que no deslinda al bien ni al mal de antiguallas políticas que de tan rayadas y anacrónicas, cuesta citarlas:

“Informo” proclamó en la alocución de marras “que el gobierno limitó la importación de whisky, pues considero que esto no es más que un producto del sistema capitalista, previamente implantado en el país. Venezuela es uno de los países que consume más whysky per cápita en el mundo. A mi eso me da pena, me da vergüenza. Eso es la publicidad que nos han metido y ha hecho nacer como necesidades básicas, lo que no es más que necesidades artificiales. Los pobres no son los que toman eso, solo un grupito”.

De modo que de ahora en adelante no habrá productos, ideas, equipos, tecnología, servicios, música o literatura buenos o malos, sino una declaración de origen contrôlée para determinar si proceden de los países capitalistas e imperialistas o de aquellos a los cuales Chávez les ha puesto la etiqueta de “amigos, hermanos y socialistas”.

O sea, que primero serán definidos en cuanto a su origen y después el estado, o el señor Chávez (que son una y la misma cosa) se tomaran el cuidado de definirlos ideológicamente para luego atribuirles las cualidades que permitan su aceptación o rechazo.

Y ello me conduce al detalle de que seguramente entre los productos incluidos en el “index chavista” no estará el habano, un producto que sí es muy perjudicial para la salud, hace estragos en los pulmones de los adictos, es carísimo puesto que una sola unidad de las marcas más cotizadas puede llegar a los 300 dólares y está también muy de moda entre la élite revolucionaria y chavista.

Ah, pero que convendrá ignorar, ya que los habanos son fabricados en la hermana República Socialista de Cuba, es uno de los pocos productos de exportación de la revolución, y en su nombre se realiza en este momento una furiosa campaña publicitaria para desplazar a los puros dominicanos, que a su vez desplazaron a los cubanos en los 60 a raíz del embargo norteamericano y de la mano del legendario, Zino Davidoff.

Y me pregunto: ¿Será acaso que si los hermanos iraníes deciden regresar a la actividad económica a la que se dedicaron por mucho siglos (y en la cual fueron muy eficientes, según dicen), como es la siembra de amapola y su explotación para la producción y comercialización del opio, habrá que hacerse el loco y promoverla, atacar a la competencia y decir que el opio es bueno para la salud porque viene del Irán islámico, hermano, fundamentalista y revolucionario?

¿Y no podría ser también el caso del hermano Evo en Bolivia, si decide en un momento de su “alocada” revolución que no solo la coca, sino la cocaína, es recomendable para la salud y que debe refinarse y exportarse para mayor gloria de la cultura andina, la economía de Bolivia y la revolución?

¿Habría entonces para Chávez dos tipos de cocaína, una buena, saludable y permisada como es la que viene de la Bolivia del hermano Evo, y la mala rechazada, perseguida y condenada que es la que llega de la Colombia de Álvaro Uribe, el país aliado de Bush, del imperio y del ALCA.

Pero si asombro causa la afirmación de Chávez de que el consumo de whysky es malo porque es capitalista e imperialialista (lo cual nos obliga a deducir que si viniera de Cuba, Irán o cualquier otros de los países etiquetados por Chávez como “hermanos” y “socialistas” se mencionaría como bueno o no se mencionaría), verdadera estupefacción produce el hecho de que su adicción la atribuye a otro pecado capitalista e imperialista, como es la publicidad que impone vicios como si fueran “necesidades reales” y no “artificiales”.

O lo que es lo mismo: que en las preferencias de la gente no incide la natural tendencia humana a variar el consumo, y a decidirse por aquellos productos que ofrecen las mejores ventajas al gusto, y al bolsillo, sino a las manipulaciones de los creativos de la publicidad, que tal como hace Chávez, convierte las audiencias en simples borregos, en puras marionetas.

Y para sacar a Chávez de simplezas que repite como el lorito tropical que es, y le llegan en el mejor empaquetado de los años 60 vía dinosaurios como Jorge Giordani, Aristóbulo Istúriz y Juan Barreto, yo le recordaría que en la Cuba de los 70, 80 y aun los 90, los hombres y mujeres “nuevos y nuevas” de la revolución padecían, daban la vida por un blue jean y eso no era por ninguna publicidad que en Cuba estaba draconianamente prohibida, sino porque los cubanos querían cambiar de forma de vestirse y sobre todo, hacerlo a través de una que era emblemática del imperio, y estaba prohibida por ley.

Con lo que quiero terminar es que si el whisky necesitaba de algún empujoncito para convertirse en la bebida nacional de Venezuela se lo acaba de dar Chávez, ya que no hay nada más apetecible que lo prohibido, y si viene de Escocia, mejor.

Aquí el lorito Chávez ha olvidado otro detalle: y es que los venezolanos somos expertos contrabandeando wkisky.

Y lo digo yo… que soy margariteño.

 
 

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