Ahora
que las FARC admitieron que el niño bajo custodia en una
institución benéfica colombiana con sede en Bogotá, es el
hijo de la secuestrada Clara Rojas con un guerrillero
seguramente responsable de su vigilancia, y que por tanto,
era imposible que estuviera en manos de la organización
guerrillera para ser entregado con su madre y una diputada
al presidente, Hugo Chávez, conviene preguntarse: ¿quién o
quiénes engañaron al jefe de estado venezolano, por qué lo
hicieron víctima de un cruel y monstruoso fraude donde lo
menos que debió tomarse en cuenta es que se trataba, no de
un particular, sino del jefe de un gobierno y de una
importante agrupación política nacional que deberán ahora
cargar con la vergüenza de que su comandante pasó en días,
de ser el líder de una revolución mesiánica, redencionista
y fundacional, al hazmerreír de todo el mundo?
Aunque ¿no es dable pensar que Chávez mismo estaba en la
jugada, que hizo parte de un plan siniestro para
desestabilizar al gobierno de Álvaro Uribe Vélez, y que
decidió inmolarse y pasar por “bolsa” con tal de
propinarle un golpe mortal al hombre que del otro lado de
la frontera está resuelto a enfrentar la vocación
expansionista y exportadora de la revolución bolivariana?
¿No apostaron Chávez y Marulanda a que Uribe no aceptaría
la “Operación Emmanuel”, -sobre todo en lo que se refería
al aterrizaje de aeronaves y militares venezolanos en
territorio colombiano- y que al hacerlo se
autoincriminaría como un enemigo contumaz del canje
humanitario y del regreso de los rehenes a sus hogares?
Es posible, aunque es menos fácil aceptar que el hogólatra
Chávez, el autócrata por excelencia del siglo XXI, el
hombre del cual dice Andrés Oppenheimer inventó el
“marxismo-narcicismo”, el émulo de Bolívar, Martí y
Castro, el sabio que corrige historiadores de Venezuela,
América y el mundo, se sacrificara para hacer el papel de
una marioneta que, no solo está a disposición del longevo
del dictador de cubano, sino también del fantasmal, y
quizá difunto, guerrillero colombiano.
Y aquí conviene subrayar que al hablar de las FARC no
estamos hablando de una organización revolucionaria,
nacionalista, socialista, humanista y romántica como una
vez fueron el “26 de Julio”, el “Vietcong”, el “Frente
Sandinista de Liberación”, o el “Frente Farabundo Martí”,
cruzadas con la violencia, es cierto, pero convencidas de
que al emplear el recurso extremo de la guerra para
conquistar el poder, también luchaban por rescatar la
ética, la espiritualidad y los principios, por combatir
las desigualdades y las injusticias, en una propuesta
social donde la defensa de los derechos humanos era
capital.
Las FARC, por el contrario, desde sus inicios
incursionaron en la violencia por la violencia y dieron
demostraciones que no se detenían en “derechos ajenos” a
la hora de defender sus zonas liberadas, o avanzar en la
conquista de otras.
De ahí que apenas salidas del cascarón, y no obstante el
poder de fuego que adquirieron según se envolvían en la
violencia y en la guerra, los colombianos se apartaron
siempre de los designios de las FARC como de una
organización a temer, dejándola circunscrita a las zonas
más atrasadas del campo, los llanos y las selvas, en los
espacios en que por las condiciones geográficas de
impenetrabilidad sobrevivían, pero condenadas a una
inapelable e inevitable extinción.
Precariedad que sufriría un vuelco de 180 grados cuando a
finales de los 70, y comienzos de los 80, irrumpió el
negocio del narcotráfico en Colombia, y las FARC, sin
revolución que hacer ni pueblo que liberar, se
convirtieron en el brazo armado protector de las
operaciones de siembra, refinación, transporte y
comercialización de cocaína que cundían por todo el país.
Y fue así cómo sin las FARC no se explicarían Pablo
Escobar, Carlos Lehder, ni lo hermanos Fabio, Jorge y Luís
David Ochoa Vásquez del cártel de Medellín; ni Gonzalo
Rodríguez Gacha, “El Mexicano, ni los hermanos Rodríguez
Orihuela del cartel de Cali; ni los Pepes, ni los
sicarios, ni tanto asesino y criminal que habrían de
convertir a Colombia en una tierra de odio y sangre donde
la única voz que se oía era la de los atentados
terroristas, la de los secuestros extorsivos y la del
traqueteo de las ametralladoras de sicarios que, cual
jinetes apocalípticos, sembraban la muerte y el terror.
De esta etapa quedan unas FARC que prueban y practican la
rentabilidad de los secuestros extorsivos como vía de
mantener un creciente flujo de caja, que pacta con el
narcotráfico y se procura ingentes recursos para así
emplazar el primer ejército revolucionario de la historia
constituido por mercenarios, como que los sueldos de los
soldados guerrilleros eran superiores a los del ejército
regular, que compra en el mercado internacional armas y
equipos con tecnología de última generación, que dispones
de cientos de millones de dólares con los que mantienen a
raya a sus enemigos internos y externos.
O sea, que al hablar de las FARC no es exagerado referirse
a una transnacional capitalista que incursiona en el
delito, con una poderosísima base económica originada en
el narcotráfico y la delincuencia organizada, con ingresos
que pueden provenir, tanto del secuestro extorsivo, como
del cobro ilegal de impuestos que llaman “vacuna”, así
como del aporte de gobiernos “amigos” que deciden en algún
momento “usarlas” en sus enfrentamientos con el gobierno
colombiano.
Un emblema, en fin, del peor y más cruel capitalismo
salvaje, como que opera al margen de toda ley y utiliza a
los seres humanos, estén secuestrados o en libertad, como
piezas para expandir y profundizar una riqueza que solo
opera para acumular bienes muebles e inmuebles y el poder
político de unos pocos jefes.
Y fue con estas FARC con las que Chávez planificó la
“Operación Emmanuel”, de las que puso a depender, primero,
el canje humanitario, y después la entrega de 3 rehenes,
desesperado como estaba de revelar alguna influencia
frente a los enemigos de Álvaro Uribe y el establecimiento
político colombiano.
Pretensión que si se liga a la derrota catastrófica
sufrida en el referendo del 2 de diciembre pasado, nos
ubica en la urgencia de que las FARC cedieran para que el
revolucionario bolivariano se hiciera cuando menos una
foto con los rehenes rescatados por su influjo y poder
ante el ejercito irregular más viejo y poderoso del
continente.
Pero no hubo tal, sino una parafernalia internacional para
que en presencia de un expresidente, embajadores,
ministros, parlamentarios y hasta un director de cine de
Hollywood, Chávez recibiera a los rehenes a ser liberados
por la FAN.
Para ello se diseñó el traslado de los invitados a la
ciudad colombiana de Villavicencio, desde la cual habría
de hacerse el operativo que en helicópteros y avionetas se
trasladaría a un lugar de la selva desde donde los
guerrilleros esperarían para entregar los rehenes.
Operativo desde todo punto imposible, y no solo porque las
FARC no accederían a revelar las coordenadas donde tiene
los santuarios para resistir las ofensivas del ejército
colombiano, sino también porque sencillamente no tenían al
niño Emmanuel.
De modo que peor ridículo, peor crueldad y peor burla no
se puede imaginar, sobre todo porque se le hizo a un jefe
de Estado que mal que bien representaba a 26 millones de
venezolanos.
Y que para colmo, no sucedió gratis, puesto que fue
financiada por el burlado, por el ridiculizado, con
recursos que pertenecen a todo el pueblo venezolano y que
en este caso fueron distraídos para que Chávez actuara en
el más triste y lamentable drama de su política
internacional.
Y ahora sí: ¿Cuánto costó el show? ¿ 10, 15, 20, 50, 100
millones de dólares? Imposible precisarlo, porque nos
encontramos ante el colosal dispendio de un presidente
autoritario que no acepta controles y que dispone del
tesoro público de su país como si fuera una cuenta
personal, según le impongan sus alianzas y la sed de oro
de una serie de compinches que, con tal de ponerle la mano
a unos millones de petrodólares, son capaces de
acompañarlo a ridículos como el de Villavicencio.
Y aquí hablamos del siempre necesitado expresidente
Kirchner de Argentina, o del enviado de Lula, Marco
Aurelio García, quien incapacitado para continuar
entrándole a saco al erario público brasileño por un
reciente escándalo de corrupción, está cebado ahora en el
de los venezolanos, o el de los pobres de solemnidad
Correa y Morales, siempre apretados a la hora de cumplir
con las promesas a sus conciudadanos que ven espantados
como a nombre de su pobreza surge la nueva clase de
magnates, super ricos y potentados latinoamericanos.
Todos callados y echándole la culpa a Uribe de un fiasco
urdido por la trasnacional capitalista y salvaje de las
FARC para que Chávez pague la vacuna que le corresponde
por ser su aliado, compinche y tonto útil.