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El 4F como síndrome del mal nacional
por Manuel Malaver  
domingo, 4 febrero 2007



Hay una certeza que quizá explique la frialdad con que la mayoría de los venezolanos ha reaccionado ante los anuncios de Chávez de pisar el acelerador del socialismo del siglo XXI: se trata de una propuesta esencialmente ridícula, condenada sin remisión al fracaso y de la cual quedará apenas en un futuro no tan lejano la interrogante de cómo sobrevivió en el ambiente hostil de la última década del siglo XX un grupo de fanáticos devotos del socialismo real que conservaban las ideas y sentimientos de una utopía fracasada que se pensaba desaparecería con el terror que promovió a lo largo y ancho de los 5 continentes.

Sobrecogimiento no tan inusual como parece, pero cuya visión desoladora solo habían reseñado dos grandes novelas del realismo mágico latinoamericano, “El Reino de este mundo” de Alejo Carpentier, y la “Guerra del fin del mundo” de Mario Vargas Llosa, que nos traen las oscuridades y el extravío de dos caudillos, uno político y otro religioso, que tratan de fundar, el primero, el Rey Christophe, una monarquía imperial al estilo napoleónico en el Haití de finales de la guerra de independencia; y el segundo, el santón, Antonio Conselheiro, quien, 50 años más tarde, en el sertao de Brasil creó una sociedad mística antirrepublicana y antidemocrática para realizar “el reino de los cielos”.

Ahora bien, por muy atrabiliarios que parezcan a distancia ambos sucesos promovidos por personajes más de la brujería que de la política, más de la literatura que de la historia, es evidente que ni el monarca caribeño ni el profeta brasileño contaron con ejemplos históricos que pudieran inducirlos a reflexionar sobre la inviabilidad e inutilidad de sus afanes, sobre la tragedia a que exponían a sus seguidores y a ellos mismos, mereciendo por tanto el beneficio que la ley y el sentido común conceden a quienes delinquen por primera vez.

No es el caso de Chávez y sus bolivarianos, que ya eran lo suficientemente mayorcitos como para seguir en vivo y directo y vía satélite, la catástrofe “casi cósmica” (Enrique Krauze dixit) de la caída del muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética, con sus multitudes de obreros, campesinos, estudiantes, empleados y soldados destruyendo a pico los últimos cimientos de la que fue la más grande utopía de la historia, contando sus miserias sin grandezas, desgarrando los velos de sus mentiras y sus fiascos, enseñando las heridas del terror y las gigantescas violaciones de los derechos humanos, y jurando, como hacían los héroes de la Antiguedad Clásica, que no descasarían hasta que desapareciera para siempre.

Pero aun más, y por si Chávez y los oficiales que lo acompañaron en la intentona golpista del 4 de febrero del 92 estaban de guardia o dormían como para no estar pegados del televisor -así como los civiles que se le unieron después y dicen en privado que la Unión Soviética está vivita y coleando y todo fue una invención de los medios y del imperialismo- ahí está Cuba (o mejor dicho, las ruinas de Cuba), el país por el que los socialistas siglo XXI no se cansan de viajar desde que tomaron el poder hace 8 años, y, absurdo de absurdos, alaban y ofrecen como norte y guía para llevar a cabo la destrucción de Venezuela.

Y aquí volvemos a la pregunta del comienzo: ¿Qué lleva a un grupo de seres humanos a perderse y perder a un país de manera tan perversa y conspicua, a no aprender las lecciones que hace una década y media no más conmovieron y le dieron otro curso a la historia, a no cejar en el desvarío que solo por la vía de lo exótico, folklórico y pintoresco concita la atención de parte de la opinión pública nacional e internacional?

¿Masoquismo, sadomasoquismo, adolescencia tardía, eco de las voces irredentas del pasado, de los Rey Christophe y Antonio Conselheiro, de los Boves, padre Llamozas, Martín Espinoza y Agachaos que regresan después de siglos a recordarnos sus sueños terribles, metahistóricos y ancestrales?

Quien sabe… porque todo cabe en las fronteras de esta América latina que se niega a romper las amarras con el mundo precolombino y colonial, es reacia a ser republicana y democrática, y corre tras de caudillos, reyes, profetas y redentores tan pronto anuncian su marcha hacia el fracaso, la desolación, la violencia y la muerte.

Cuestión de realismo mágico, dicen unos; de la herencia hispánica y contrareformista opinan otros; y los más, de la distorsión que sigue a la creación de unas repúblicas por la fuerza de las bayonetas, que tan pronto vienen a apoyarla, tan pronto se voltean a asesinarla.

Lo cierto es que los venezolanos tendremos hoy domingo el privilegio de ver en primera fila y desde asientos numerados, el regreso de estas imágenes y de estas reflexiones llegadas en un espectáculo, que no por lo infrecuente, sino por lo ampuloso, enfático y barroco dará que hablar y será un material excelente para quienes insisten en que las fantasías de América latina ocurren en la vida real y no en la literatura.

Imagínense que Chávez presidirá los actos vestido de militar en campaña y luciendo los soles de general en jefe que no le corresponden por que nunca pasó de teniente coronel, ni ha estado jamás en un teatro de operaciones, o guerras o batallas que no sean otras que las trifulcas o caimaneras que se arman en los juegos de béisbol a que es tan aficionado.

General, en definitiva, de ninguna carga, de cero ofensiva y menos retirada, como que las dos veces que tuvo oportunidad de mostrar su valor y lo que había aprendido en los cuarteles, se lo guardó entre la tranquilidad del no hacer nada y del aire acondicionado.

Y lo mismo puede decirse del cuerpo de oficiales que lo acompañará en el desfile, generales en jefe, divisionarios y brigadistas, coroneles, tenientes coroneles y capitanes que podrían presentar como mérito, y no como demérito, el hecho de conocer la guerra solo por referencias, si no fuera porque su jefe y caudillo se empeña en adjetivarlos como pilares de un ejército liberador y libertador que supuestamente no tardaría en volar a cumplir su deber si otros pueblos lo necesitan.

Pero es que, además, en el palco de honor desde donde Chávez dirigirá la batalla del desfile, estarán los oficiales que lo secundaron en la intentona golpista del 92, tenientes coroneles, tenientes, mayores y capitanes en su mayoría retirados desde aquellos días, que tomaron unos el camino de la vida civil, y otros el de la militancia política, pero para terminar distanciados de una revolución que no comparten porque no les fue comunicada ni consultada, pero que han sido llamados a presentarse también en uniforme y acompañar al jefe mientras con binóculos observa como se acercan y alejan las unidades.

Y después, lo más aterrador, el discurso de Chávez, en cadena de radio y televisión y para que el mundo y Venezuela oigan y vean cómo se conquista un país desde una poltrona, un balcón, o un estudio de televisión.

Pero hay más, mucho más que discursos y oficiales retirados en uniforme y haciendo arrestos para desempeñarse en guerras y batallas que solo existen en la imaginación de Chávez, como es un desfile de empleados públicos y militantes revolucionarios, con uniformes de camisa roja y pantalón azul que harán de telón de fondo y símbolo de un hecho que no existió, como es una presunta alianza cívico militar creada en torno al caudillo para defenestrar la democracia y dar inicio al militarismo que Chávez vende como socialismo del siglo XXI.

Y que no es más que guzmancismo, gomecismo, peronismo, pérezjimenismo, velazquismo, pinochetismo y castrismo y todos los ismos que las dictaduras cuartelarias han creado en dos siglos de incautación de la república y la democracia en Venezuela y América latina.

 
 

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