Hay
una certeza que quizá explique la frialdad con que la
mayoría de los venezolanos ha reaccionado ante los
anuncios de Chávez de pisar el acelerador del socialismo
del siglo XXI: se trata de una propuesta esencialmente
ridícula, condenada sin remisión al fracaso y de la cual
quedará apenas en un futuro no tan lejano la interrogante
de cómo sobrevivió en el ambiente hostil de la última
década del siglo XX un grupo de fanáticos devotos del
socialismo real que conservaban las ideas y sentimientos
de una utopía fracasada que se pensaba desaparecería con
el terror que promovió a lo largo y ancho de los 5
continentes.
Sobrecogimiento no tan inusual como parece, pero cuya
visión desoladora solo habían reseñado dos grandes novelas
del realismo mágico latinoamericano, “El Reino de este
mundo” de Alejo Carpentier, y la “Guerra del fin del
mundo” de Mario Vargas Llosa, que nos traen las
oscuridades y el extravío de dos caudillos, uno político y
otro religioso, que tratan de fundar, el primero, el Rey
Christophe, una monarquía imperial al estilo napoleónico
en el Haití de finales de la guerra de independencia; y el
segundo, el santón, Antonio Conselheiro, quien, 50 años
más tarde, en el sertao de Brasil creó una sociedad
mística antirrepublicana y antidemocrática para realizar
“el reino de los cielos”.
Ahora bien, por muy atrabiliarios que parezcan a distancia
ambos sucesos promovidos por personajes más de la brujería
que de la política, más de la literatura que de la
historia, es evidente que ni el monarca caribeño ni el
profeta brasileño contaron con ejemplos históricos que
pudieran inducirlos a reflexionar sobre la inviabilidad e
inutilidad de sus afanes, sobre la tragedia a que exponían
a sus seguidores y a ellos mismos, mereciendo por tanto el
beneficio que la ley y el sentido común conceden a quienes
delinquen por primera vez.
No es el caso de Chávez y sus bolivarianos, que ya eran lo
suficientemente mayorcitos como para seguir en vivo y
directo y vía satélite, la catástrofe “casi cósmica”
(Enrique Krauze dixit) de la caída del muro de Berlín y
del colapso de la Unión Soviética, con sus multitudes de
obreros, campesinos, estudiantes, empleados y soldados
destruyendo a pico los últimos cimientos de la que fue la
más grande utopía de la historia, contando sus miserias
sin grandezas, desgarrando los velos de sus mentiras y sus
fiascos, enseñando las heridas del terror y las
gigantescas violaciones de los derechos humanos, y
jurando, como hacían los héroes de la Antiguedad Clásica,
que no descasarían hasta que desapareciera para siempre.
Pero aun más, y por si Chávez y los oficiales que lo
acompañaron en la intentona golpista del 4 de febrero del
92 estaban de guardia o dormían como para no estar pegados
del televisor -así como los civiles que se le unieron
después y dicen en privado que la Unión Soviética está
vivita y coleando y todo fue una invención de los medios y
del imperialismo- ahí está Cuba (o mejor dicho, las ruinas
de Cuba), el país por el que los socialistas siglo XXI no
se cansan de viajar desde que tomaron el poder hace 8
años, y, absurdo de absurdos, alaban y ofrecen como norte
y guía para llevar a cabo la destrucción de Venezuela.
Y aquí volvemos a la pregunta del comienzo: ¿Qué lleva a
un grupo de seres humanos a perderse y perder a un país de
manera tan perversa y conspicua, a no aprender las
lecciones que hace una década y media no más conmovieron y
le dieron otro curso a la historia, a no cejar en el
desvarío que solo por la vía de lo exótico, folklórico y
pintoresco concita la atención de parte de la opinión
pública nacional e internacional?
¿Masoquismo, sadomasoquismo, adolescencia tardía, eco de
las voces irredentas del pasado, de los Rey Christophe y
Antonio Conselheiro, de los Boves, padre Llamozas, Martín
Espinoza y Agachaos que regresan después de siglos a
recordarnos sus sueños terribles, metahistóricos y
ancestrales?
Quien sabe… porque todo cabe en las fronteras de esta
América latina que se niega a romper las amarras con el
mundo precolombino y colonial, es reacia a ser republicana
y democrática, y corre tras de caudillos, reyes, profetas
y redentores tan pronto anuncian su marcha hacia el
fracaso, la desolación, la violencia y la muerte.
Cuestión de realismo mágico, dicen unos; de la herencia
hispánica y contrareformista opinan otros; y los más, de
la distorsión que sigue a la creación de unas repúblicas
por la fuerza de las bayonetas, que tan pronto vienen a
apoyarla, tan pronto se voltean a asesinarla.
Lo cierto es que los venezolanos tendremos hoy domingo el
privilegio de ver en primera fila y desde asientos
numerados, el regreso de estas imágenes y de estas
reflexiones llegadas en un espectáculo, que no por lo
infrecuente, sino por lo ampuloso, enfático y barroco dará
que hablar y será un material excelente para quienes
insisten en que las fantasías de América latina ocurren en
la vida real y no en la literatura.
Imagínense que Chávez presidirá los actos vestido de
militar en campaña y luciendo los soles de general en jefe
que no le corresponden por que nunca pasó de teniente
coronel, ni ha estado jamás en un teatro de operaciones, o
guerras o batallas que no sean otras que las trifulcas o
caimaneras que se arman en los juegos de béisbol a que es
tan aficionado.
General, en definitiva, de ninguna carga, de cero ofensiva
y menos retirada, como que las dos veces que tuvo
oportunidad de mostrar su valor y lo que había aprendido
en los cuarteles, se lo guardó entre la tranquilidad del
no hacer nada y del aire acondicionado.
Y lo mismo puede decirse del cuerpo de oficiales que lo
acompañará en el desfile, generales en jefe, divisionarios
y brigadistas, coroneles, tenientes coroneles y capitanes
que podrían presentar como mérito, y no como demérito, el
hecho de conocer la guerra solo por referencias, si no
fuera porque su jefe y caudillo se empeña en adjetivarlos
como pilares de un ejército liberador y libertador que
supuestamente no tardaría en volar a cumplir su deber si
otros pueblos lo necesitan.
Pero es que, además, en el palco de honor desde donde
Chávez dirigirá la batalla del desfile, estarán los
oficiales que lo secundaron en la intentona golpista del
92, tenientes coroneles, tenientes, mayores y capitanes en
su mayoría retirados desde aquellos días, que tomaron unos
el camino de la vida civil, y otros el de la militancia
política, pero para terminar distanciados de una
revolución que no comparten porque no les fue comunicada
ni consultada, pero que han sido llamados a presentarse
también en uniforme y acompañar al jefe mientras con
binóculos observa como se acercan y alejan las unidades.
Y después, lo más aterrador, el discurso de Chávez, en
cadena de radio y televisión y para que el mundo y
Venezuela oigan y vean cómo se conquista un país desde una
poltrona, un balcón, o un estudio de televisión.
Pero hay más, mucho más que discursos y oficiales
retirados en uniforme y haciendo arrestos para
desempeñarse en guerras y batallas que solo existen en la
imaginación de Chávez, como es un desfile de empleados
públicos y militantes revolucionarios, con uniformes de
camisa roja y pantalón azul que harán de telón de fondo y
símbolo de un hecho que no existió, como es una presunta
alianza cívico militar creada en torno al caudillo para
defenestrar la democracia y dar inicio al militarismo que
Chávez vende como socialismo del siglo XXI.
Y que no es más que guzmancismo, gomecismo, peronismo,
pérezjimenismo, velazquismo, pinochetismo y castrismo y
todos los ismos que las dictaduras cuartelarias han creado
en dos siglos de incautación de la república y la
democracia en Venezuela y América latina.