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Con mi Hummer no te metas
por Manuel Malaver  
miércoles, 3 octubre 2007


No pasó mucho tiempo de aquel “Con mi whisky no te metas” con que cierta élite opositora advirtió que Chávez venía con la idea de someterla a una dieta de “jugo y guarapo de papelón”, para que otra élite, “la chavista”, se enfrentara al asceta y mendicante teniente coronel con el grito de: “Con mi Hummer no te metas”.

Incidente que es fundamental para entender cómo mientras la revolución le arrebataba sencillos gustos a la minoría desalojada del poder, le creaba escandalosos privilegios a la que ascendía, ahora sí para demostrar que venía en ánimos de establecerse, consolidarse y perpetuarse.

Lo digo porque no es lo mismo proveerse de media docena de cajas de Buchanan 18 durante un año (que es lo máximo que un mortal con su familia y amigos pueden consumir en 365 días) y cuyo costo no alcanza los 15 millones de bolívares, que pasar a ser propietario de una poderosa máquina de guerra de fabricación gringa, de lujo y alta cilindrada, bautizada en la Primera Guerra del Golfo y cuyo costo se eleva a los 300 millones de bolívares.

Pero muy del gusto de la vanguardia revolucionaria, militarista y socialista siglo XXI, pues, aparte de mantenerla en la ilusión de que está en plena guerra, arrollando, destruyendo y pulverizando enemigos, no la aleja de la pantallería, distancia y nuevorriquismo que es el sello del rentismo petrolero venezolano de todos los tiempos y repúblicas.

Siempre he dicho que jamás he visto una cara de felicidad más realizada que la de un venezolano cuando le entregan un carro nuevo, le dan la llave, sale a dar el paseo de prueba, y le grita al primer amigo o vecino que se le atraviesa: “¿Qué tal?”.

Estado beatífico que ni remotamente se compara con el del revolucionario bolivariano y socialista siglo XXI que recibe su primera Hummer, le da el vistazo inicial de propietario, le pasa la mano por la carrocería, el tablero, los cauchos, habla con ella, la acaricia, le susurra algo al oído y después la ve estacionada frente a sus oficinas en Fuerte Tiuna, ministerio, gobernación, alcaldía, instituto autónomo, empresa del estado, o sencillamente en el garaje de su casa.

Pero sobre todo, fisgoneada por curiosos, envidiosos y escuálidos que no pueden entender que de las propias entrañas (más bien bolsillos) de la revolución que vino a salvar a los pobres de Venezuela y el mundo, a crear la igualdad, la justicia y el bien absolutos, haya salido tal magia, tal poema de ingeniería y aerodinámica automotriz.

Fabricada en los talleres más agresivos del imperio, de aquellos donde también se laminizan tanquetas, patrulleras, avionetas y helicópteros ligeros que cumplen un papel auxiliar insustituible en las guerras que Estados Unidos apoya o lleva a cabo en el mundo para meter en cintura enemigos abiertos o embozados.

Y creo yo que debió ser pensando en todo esto que el presidente Chávez decidió declarar la única guerra que de verdad tiene posibilidad de emprender durante los años que le restan de mandato, la guerra contra el whisky y las camionetas Hummer, dirigiendo su poderío militar, a los Kalashnikov, los aviones Sukhoi, los helicópteros MIR y los submarinos 600, no a las playas de Estados Unidos donde aguarda la guerra asimétrica o de cuarta generación, sino a las playas de Margarita y La Guaira que es por donde llegan y distribuyen a todo el país las reservas de aquavitae y los pecaminosos rústicos.

A este respecto le recomiendo al jefe de estado que se meta un puñal sobre la Ley Seca que se implementó en USA (otra vez los gringos) durante los años 20 del siglo pasado para acabar con el consumo de alcohol, y en cuando a vehículos, creo que lo talibanes arrasaron en Afganistán con todo bicho de ruedas en la idea de volver a los tiempos del Profeta en que se andaba en camellos.

En todo caso, una guerra descabellada, imprudentísima, puritanísima, ya que si a los revolucionarios bolivarianos y socialistas les quitan sus Hummer, a los opositores el whisky y a los pobres la leche, la carne, el azúcar, el maíz y el trigo que ya no encuentran por ninguna parte, entonces puede apostarse que los días de Chávez y su revolución están contados.        
 

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  Artículo publicado en el vespertino El Mundo.

 
 

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