Como
no fue posible que Ramón J. Velásquez asistiera a un
almuerzo que con motivo de sus 90 años le había organizado
el fraterno, Oscar García Mendoza, entonces me prometí
decirle en mi primer artículo del 2007 algo de cuantos
hechos y palabras me guardé aquel mediodía y que de
entonces acá -y a medida que repaso su obra y pienso en la
especial significación que tiene para los venezolanos de
ahora y del futuro- no hace sino crecer como las buenas
plantas.
No puedo continuar sin referirme a la feliz casualidad de
que lo escriba en el vespertino “El Mundo”, diario que
nació bajo su dirección y por la iniciativa y fervor de
otro venezolano insigne, Don Miguel Angel Capriles, a días
de salir los dos de las cárceles donde los redujo la
última dictadura.
Pero que podría escribir con igual sentido de pertenencia
en “El Nacional”, “El Universal”, “Últimas Noticias”, o
cualquier otro de los grandes diarios venezolanos que
crecieron o nacieron en el tiempo en que Ramón J. fundó e
hizo periodismo, pues en todos y cada uno dejó la huella
del hacedor que por el solo hecho de ser, ya marca el
estar de los demás.
Aventura que comienza en los tempranos 40 del siglo
pasado, cuando como reportero y columnista de “Últimas
Noticias” notició la locura repentina del candidato a la
presidencia de la República, Diógenes Escalante, quién
debía tomar el relevo del general Isaías Medina Angarita,
contaba con el apoyo de los partidos oficialistas y de la
oposición y debía crear las bases para la construcción de
la primera democracia del siglo XX venezolano.
Si notamos que tras el fracaso de la candidatura de
Escalante, sigue el golpe de estado de octubre del 45, que
en noviembre del 48 otra intentona desaloja a Rómulo
Gallegos del poder, que sigue el pronunciamiento que en
diciembre del 52 entroniza la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez, y que es en enero del 58 cuando una nueva asonada
con olor a santidad popular reinicia el proyecto que queda
trunco con la locura de Escalante, nos ubicamos en este
lado trágico, oscuro, desmemoriado, circular y
metahistórico que es la otra cara de las luchas por la
conquista de la libertad y la democracia en Venezuela .
Y es este temblor, este vagar por una galería de
fantasmas, de actos fallidos y sueños improbables el que
sin duda arrastra a Velásquez hacia la pasión que sellará
la marca de sus días, y que no es otra que conversar e
interrogar a las sombras que pasaron por los
desgarramientos que también se conocen como historia de
Venezuela, e inquirirles por lo que buscaban al adentrarse
en unos laberintos cuyas salidas jamás llegaron a
vislumbrar.
Conversaciones con Antonio Paredes, Telmo Romero, Joaquín
Crespo, José Manuel Hernández, Cipriano Castro, Pío Gil,
Arévalo González, Rafael de Nogales Méndez, Román Delgado
Chalbaud, Juan Vicente Gómez, Mariano Picón Salas, Jóvito
Villalba, Leonardo Ruíz Pineda y Rómulo Betancourt, con
los que fracasaron y los que parecieron fundar obras
grandes y ciertas, pero solo para sospechar al final que
quizá se habían perdido en la nada.
El excelente prólogo a “Cómo llegó Cipriano Castro al
Poder” de Paredes, “La caída del liberalismo amarillo”, y
las “Conversaciones con Juan Vicente Gómez” son algunas de
las pruebas irrenunciables e irremplazables de este
trabajo que hace de Velásquez una estación obligada al
fluir por la historia de los últimos 70 años.
Porque es igualmente un político que no huyó del reto de
sufrir cárceles y persecuciones cuando su fe en la
democracia, en la libertad y el futuro de Venezuela fue
desafiada por las fuerzas oscuras que ya conocía de sus
hondas vivencias históricas.
Y de verdad que no les tiene miedo, que no se deja
amedrentar por ellas, pues en sus gloriosos noventa años
es el símbolo, el signo, el nombre, la palabra que los
tiranos de antes y de ahora, los que nacieron y los que
aun no terminan de nacer, no se atreven a pronunciar,
recordar, ni emplazar.
Por eso Don Ramón no puedo congratularlo sino con unas
ideas que estoy seguro comparten sus amigos que aquel 27
de noviembre nos reunimos por invitación de Oscar García
Mendoza, y donde coincidimos con Germán García Velutini,
Isabel García Nevett, Oscar García Nevett, Francisco
Faraco, Marcel Granier, Elides Rojas y Orlando Ochoa, como
que todos convenimos en que celebrábamos uno de los
aniversarios hitos de la historia venezolana.
Saludo que, además, no podía titular sino recordando el
verso inicial del soneto de Rubén Darío celebrando a otro
“gran Don Ramón”: Don Ramón del Valle Inclán.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |