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Este gran Don Ramón
por Manuel Malaver  
miércoles, 3 enero 2007



Como no fue posible que Ramón J. Velásquez asistiera a un almuerzo que con motivo de sus 90 años le había organizado el fraterno, Oscar García Mendoza, entonces me prometí decirle en mi primer artículo del 2007 algo de cuantos hechos y palabras me guardé aquel mediodía y que de entonces acá -y a medida que repaso su obra y pienso en la especial significación que tiene para los venezolanos de ahora y del futuro- no hace sino crecer como las buenas plantas.

No puedo continuar sin referirme a la feliz casualidad de que lo escriba en el vespertino “El Mundo”, diario que nació bajo su dirección y por la iniciativa y fervor de otro venezolano insigne, Don Miguel Angel Capriles, a días de salir los dos de las cárceles donde los redujo la última dictadura.

Pero que podría escribir con igual sentido de pertenencia en “El Nacional”, “El Universal”, “Últimas Noticias”, o cualquier otro de los grandes diarios venezolanos que crecieron o nacieron en el tiempo en que Ramón J. fundó e hizo periodismo, pues en todos y cada uno dejó la huella del hacedor que por el solo hecho de ser, ya marca el estar de los demás.

Aventura que comienza en los tempranos 40 del siglo pasado, cuando como reportero y columnista de “Últimas Noticias” notició la locura repentina del candidato a la presidencia de la República, Diógenes Escalante, quién debía tomar el relevo del general Isaías Medina Angarita, contaba con el apoyo de los partidos oficialistas y de la oposición y debía crear las bases para la construcción de la primera democracia del siglo XX venezolano.

Si notamos que tras el fracaso de la candidatura de Escalante, sigue el golpe de estado de octubre del 45, que en noviembre del 48 otra intentona desaloja a Rómulo Gallegos del poder, que sigue el pronunciamiento que en diciembre del 52 entroniza la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y que es en enero del 58 cuando una nueva asonada con olor a santidad popular reinicia el proyecto que queda trunco con la locura de Escalante, nos ubicamos en este lado trágico, oscuro, desmemoriado, circular y metahistórico que es la otra cara de las luchas por la conquista de la libertad y la democracia en Venezuela .

Y es este temblor, este vagar por una galería de fantasmas, de actos fallidos y sueños improbables el que sin duda arrastra a Velásquez hacia la pasión que sellará la marca de sus días, y que no es otra que conversar e interrogar a las sombras que pasaron por los desgarramientos que también se conocen como historia de Venezuela, e inquirirles por lo que buscaban al adentrarse en unos laberintos cuyas salidas jamás llegaron a vislumbrar.

Conversaciones con Antonio Paredes, Telmo Romero, Joaquín Crespo, José Manuel Hernández, Cipriano Castro, Pío Gil, Arévalo González, Rafael de Nogales Méndez, Román Delgado Chalbaud, Juan Vicente Gómez, Mariano Picón Salas, Jóvito Villalba, Leonardo Ruíz Pineda y Rómulo Betancourt, con los que fracasaron y los que parecieron fundar obras grandes y ciertas, pero solo para sospechar al final que quizá se habían perdido en la nada.

El excelente prólogo a “Cómo llegó Cipriano Castro al Poder” de Paredes, “La caída del liberalismo amarillo”, y las “Conversaciones con Juan Vicente Gómez” son algunas de las pruebas irrenunciables e irremplazables de este trabajo que hace de Velásquez una estación obligada al fluir por la historia de los últimos 70 años.

Porque es igualmente un político que no huyó del reto de sufrir cárceles y persecuciones cuando su fe en la democracia, en la libertad y el futuro de Venezuela fue desafiada por las fuerzas oscuras que ya conocía de sus hondas vivencias históricas.

Y de verdad que no les tiene miedo, que no se deja amedrentar por ellas, pues en sus gloriosos noventa años es el símbolo, el signo, el nombre, la palabra que los tiranos de antes y de ahora, los que nacieron y los que aun no terminan de nacer, no se atreven a pronunciar, recordar, ni emplazar.

Por eso Don Ramón no puedo congratularlo sino con unas ideas que estoy seguro comparten sus amigos que aquel 27 de noviembre nos reunimos por invitación de Oscar García Mendoza, y donde coincidimos con Germán García Velutini, Isabel García Nevett, Oscar García Nevett, Francisco Faraco, Marcel Granier, Elides Rojas y Orlando Ochoa, como que todos convenimos en que celebrábamos uno de los aniversarios hitos de la historia venezolana.

Saludo que, además, no podía titular sino recordando el verso inicial del soneto de Rubén Darío celebrando a otro “gran Don Ramón”: Don Ramón del Valle Inclán.
 

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  Artículo publicado en el vespertino El Mundo.

 
 

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