No
está tan incomunicado Fidel Castro cómo para no recibir
una llamada diaria desde Caracas de su aliado y discípulo
Hugo Chávez; y no está tan despistado Chávez como para no
darle a Castro noticias sobre lo que pasa en lo interno
del gobierno de su hermano Raúl, y consejos de lo que debe
hacerse antes y después que Fidel regrese a sucederlo.
Y así, desde Caracas, Chávez se ha convertido en un factor
urticante en las pugnas que signan la política cubana
desde que el mayor de los Castro dejó el poder, y en un
tema obligado en conversaciones de generales, políticos y
analistas que no esconden su perplejidad ante el hecho
incontestable de que, el país que derrochó medio siglo
tratando de hacer realidad aquello de “ primer territorio
libre de América”, concluyó siendo pasto del apetito
intrusivo de un mandatario extranjero.
Bien es verdad que antes de la República Bolivariana de
Venezuela fue la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, pero hace 45 años se estaba en plena Guerra
Fría, y la posibilidad cierta de que los Estados Unidos
barrieran con la única revolución socialista del mundo
occidental justificaba cualquier sacrificio de la
“soberanía y la dignidad”, al extremo de no arrugar la
cara y apresurarse a apoyar todas las tropelías que los
imperialistas rusos perpetraban por el mundo, invasión de
países socialistas incluida.
También estaba la urgencia de hacer realidad la utopía que
de brillar en toda la gloria de la justicia social, la
igualdad, y el bienestar haría que todas las torres del
ajedrez político latinoamericano se desplomaran como
castillos de arena, y para ello era indispensable la
alianza con la “otra potencia” que garantizaba armas,
combustibles, alimentos y transferencia de tecnología.
Pero la Guerra Fría ya no está, ni la Unión Soviética
tampoco, ni aquel mundo bipolar en el cual por el solo
hecho de estar con “una” de las partes, “la otra” y sus
aliados te hostigaban, boicoteaban, desestabilizaban y
negaban el agua y la sal.
Todo lo contrario, el fin de la Guerra Fría, la
bipolaridad y el totalitarismo significó más bien el
regreso de la tolerancia, la pluralidad y la convivencia y
el auge del “socialismo” como forma de distribución de la
riqueza y vía para reducir la pobreza y la desigualdad, en
un mundo donde la democracia y el estado de derecho, el
capitalismo y la economía global y competitiva
garantizarán la creación de la riqueza.
¿Cómo es entonces que el gobierno de Cuba en un escenario
en que ya no estaba amenazado, y solo se le pedía para
reinsertarse en la comunidad internacional un esfuerzo
mínimo que reintrodujera la democracia y el estado de
derecho, persiste en un modelo anacrónico que le procura
males adicionales a un pueblo exhausto que hace tiempo
naufraga en lo que no es exagerado definir como una
catástrofe humanitaria?
Pues para mantener intocado el poder omnímodo, total e
incontrolable de Fidel Castro, de la dictadura puertas
adentro y la sociedad introyectiva que en más de un
sentido le ha retroalimentado su imagen de líder
invencible, de fuerza expansiva e indesafiable y un
laboratorio de ingeniería social donde, cual doctor
científico del cine expresionista alemán de comienzos del
siglo pasado, aguarda la muerte pero sin reconocer
equivocaciones, desmentidos, desastres, ridículos,
deslices y derrotas.
Sin duda que una suerte de alegoría de la desmesura humana
como solo se intuye en el “Corazón de la tinieblas” de
Joseph Conrad, pero que a efectos de la política
contemporánea apenas se adivina en las ráfagas que venían
de la Rusia de Stalin, la China de Mao y la Corea del
Norte de Kim Il Sung y Kim Jong-il.
Y es este el contexto donde irrumpen Hugo Chávez y su
revolución bolivariana, si bien no para confirmar una sola
de las leyes de la dialéctica, “ni de la época en que el
capitalismo y el imperialismo se precipitan hacia su ruina
total”, sí para recordarles a los dos caudillos
hispanoamericanos, tropicales y caribeños que los milagros
existen y que ya es hora de fijarse más en los santos del
santoral católico y en las potencias del sincretismo
religioso de la santería y de la reina María Lyonza que en
tantos científicos sociales marxistaleninistas desmentidos
y fracasados.
No por azar se está también en la tierra del realismo
mágico que casi simultáneamente descubrieron Rómulo
Gallegos, Alejo Carpentier y Gabriel García Márquez, en un
despliegue sin par de la observación de que para derrocar
gobiernos en América latina, fundar imperios y hacer
revoluciones hay que prender velas, fumar tabacos, decir
rezos y preparar zahumerios.
O sea, que con su revolucionarismo adolescente y tardío,
con su país full de petrodólares y una dependencia
psicologica del caudillo longevo y en trance de solicitar
su visa al otro mundo, Chávez ha borrado de un plumazo las
consecuencias del fin de la Guerra Fría y de la caída de
la Unión Soviética, y contra las cuales Castro había
guapeado con suerte diversa, pero para colocarse a punto
de rendirse ahora que no solo le faltaban armas,
combustibles y alimentos, sino edad y salud para cumplir
el sueño de morir literalmente con las botas puestas.
De ahí que sea ingenuo no ponderar la inmensa importancia
de Chávez, sin duda que no para Raúl y los hombres que
tratan de abrirle otros horizontes, perspectivas y futuro
a la Cuba post Castro, pero sí para el viejo caudillo
moribundo que no pierde la esperanza de ser inmortal,
aunque sea haciendo realidad la ilusión muy hispánica,
católica y santera de seguir “echando vainas aun después
de muerto”.
Y es por eso que en su lecho de enfermo, a 2000 kilómetros
de distancia y entre el silencio de una Cuba sometida y
los gritos de una Venezuela que se niega a someterse,
varias veces al día repica el “teléfono rojo” que conecta
al palacio de Miraflores en Caracas a un sitio no
identificado de la capital cubana, para que los dos
caudillos comenten las noticias del día, hagan
pronósticos, diseñen políticas para el corto, mediano y
largo plazo y preparen el domingo de resurrección por el
que el mayor de los Castro volverá a hacerse con el coroto.
Y por extraño que parezca, quien mantiene a Castro
informado sobre lo que pasa en Cuba es Chávez, quien le
pasa los chismes y los comentarios de las movidas de mata,
de los cambios que se preparan en uno y otro sector, de
por qué los candidatos a sustituir los ministros que acaba
de sustituir Raúl son estos y no aquellos, es el
venezolano del cual dicen con justa razón sus compatriotas
que no vive en Venezuela, sino en el mundo.
Y muy en especial en la isla que es como una rosa o espina
sembrada en el corazón de los venezolanos y la cual
empiezan a saborear en los primeros sorbos de café y
azúcar que prueban en cuanto abren los ojos, y que es como
el sucedáneo de la otra gran isla que tuvieron una vez a
su costado, Trinidad, y perdieron porque les fue arrebata
por “los piratas del Caribe” que entonces llamaban los
“ingleses”.
Las noticias isleñas le llegan a Chávez de la corriente
antirraúlista que desde el mismo día que Fidel cedió el
poder a Raúl salió a protestar porque no se sentía lo
suficientemente representada en el nuevo gobierno, pero
que, como no sucedió lo peor y más bien el longevo
dictador ha dado muestras de una recuperación milagrosa,
viene entonces dando pasos para que regrese al Palacio de
la Revolución y el proyecto socialista a lo castrochavista
de unión o federación Cuba-Venezuela, y de la presidencia
protémpore del nuevo país, vuelva a ponerse a la orden del
día.
Trago amargo del cual no quiere oír hablar el nuevo
liderazgo cubano encabezado por Raúl, que pareció perdido
para siempre en cuanto se anunció la enfermedad de Fidel,
pero que en la medida que la recuperación y el regreso
parecen ser una realidad, ha puesto en movimiento a las
huestes del castrochavismo, las ha llamado al combate,
pero no contra de los Estados Unidos, el capitalismo y el
imperialismo sino contra el hermano menor y los hombres
que antes de que apareciera Chávez, Fidel había
sacralizado para la sucesión.
Es desde luego una pelea ciclópea, que ya se había visto
en los años inmediatos a la sucesión y muerte de Stalin y
Mao, pero que en el caso del subcontinente del realismo
mágico, la santería y la reina María Lyonza prepara
asombros que ni aun soñaron Gallegos, Carpentier y García
Márquez.