Si
bien no apostaré a que el 2007 sea el año de la
recuperación de la paz social en Venezuela, tampoco lo
haré a que se comporte como la puerta de ingreso por donde
se despeñe la extrema confrontación y la guerra civil.
De modo que un país en el cual la ingobernabilidad teja el
viaje a saltos de proyectos que se inician y nunca se
terminan, de planes en sentido inverso a los objetivos que
se procuran, o de hartazgos apenas cumplidas las primeras
fases de los propósitos, es el que sin duda veremos
borroneado tan pronto despleguemos el nuevo calendario.
Purgatorio en el que, no obstante, prosperará el único
proyecto serio y viable del actual gobierno, que no es
otro que el establecimiento de una autocracia cada vez más
concentrada y despótica, con un poder personal
incontrolado e indesafiado.
Todo lo cual puede percibirse en la urgencia de aprobar
como sea la reforma constitucional que, tal como escribió
el domingo pasado el constitucionalista, Gustavo Linares
Benzo, en El Universal, “no
tiene otro propósito que permitir la reelección
indefinida”.
“No hay ninguna necesidad para cambiar la Constitución”
explicita Linares Benzo en el
artículo “Hugo I”. “Mejor dicho, el
chavismo sí necesita cambiar la Constitución, pero
por las peores razones: romper una de las últimas barreras
a la autocracia, el límite de Chávez en el poder. Porque
el resto de la Constitución del 99, tal como ha sido
aplicada, tiene un solo artículo: el principio de
exclusividad en la conducción del Estado”.
Pero con la reforma a la Constitución, correrá pareja una
reforma del estado, y ella no buscará otra cosa que
complementar la “reelección indefinida” con un sistema
electoral como el que existió en México durante los
tiempos del PRI y que logró el milagro de establecer lo
que historiadores y politólogos llamaron “la dictadura
perfecta”.
Un reino de 70 años de dominio donde una
élite corrupta y populista se
repartía el poder y todo a nombre de los principios de una
“sacrosanta” revolución.
Habrá, sin embargo, una novedad y es que Chávez, a
diferencia de los dictadores quinquenales mexicanos,
querrá todo el poder para si, dentro de la mayor
concentración y duración posibles, no con uno, sino
varios partidos opositores y sin duda que en la idea de
fundar una dinastía.
En paralelo, el intento de implementar el llamado
“Socialismo del Siglo XXI”, amasijo de nuevas
estatizaciones, cooperativas, y empresas de promoción
social, cogestionarias y autogestionarias, en la ilusión
de crearle una alternativa al único sistema económico
productivo y reductor de la pobreza y la desigualdad en
la historia: el capitalismo democrático.
Con una longevidad de casi 500 años, adoptado por un cada
vez mayor número países que se rinden ante la evidencia de
que, solo adoptando la economía de mercado y la sociedad
abierta, de todo lo que hoy se llama globalización, las
sociedades conquistan la utopía de ser libres, ricas y
justas.
China e India son los últimos países en demostrarlo, así
como otras sociedades de Asia y Europa Oriental que
practicaron con resultados catastróficos el colectivismo
que Chávez quiere imponerles a los venezolanos.
Y
que tendrá alguna viabilidad mientras los precios del
petróleo se mantengan altos por el ciclo alcista del auge
actual de la economía capitalista, y no porque los
neodiscípulos de
Marx, los monjes Chávez,
Giordani,
Merentes y Parra Luzardo
consiguieron la fórmula que el sabio alemán les escondió a
Lenin,
Stalin, Mao,
Kim Il
Sung y Castro.
En otras palabras, que en cuanto los precios del petróleo
se desplomen –y ya empezaron a hacerlo según reportan los
mercados del último medio año- la fantasía del “Socialismo
del Siglo XXI”, se caerá como un castillo de naipes, con
precios por las nubes y mercados sin capacidad
adquisitiva, intercambiando chatarra a velocidad menos
cero.
De modo que el “paraíso de tontos” por el que tantas
palabras ha derramado Chávez en los últimos 8 años,
culminará en lo que realmente es: una ficción
fantasmórica que condensa las
peores predicciones para el futuro de Venezuela y de la
región.
Y
por esa vía si podría Chávez y quienes lo secundan en
Venezuela y América del Sur aspirar algún reconocimiento
histórico, como es el experimentar criminalmente con
profecías que se sabía de sobra no iban a fracasar.
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Artículo
publicado en el vespertino
El Mundo. |