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Chávez y la tentación totalitaria
por Manuel Malaver  
domingo, 24 diciembre 2006


          De los peligros que acechan a Hugo Chávez a días de comenzar su segundo período presidencial, ninguno tan devastador y terminal como el que el filósofo francés, Jean-Francois Revel,  llamaba “la tentación totalitaria”.

Síndrome que ataca con especial énfasis a líderes con aguda debilidad por el personalismo y la concentración de poder, y aptos para todo, menos para llevar adelante una obra de gobierno eficiente  que contribuya a mejorar la suerte de los que menos tienen.

Hugo Chávez tiene a este respecto la más descollante historia clínica de la América latina contemporánea y quien sabe si de todo el mundo occidental, pues si bien hay pacientes que pueden ser objetos del mismo diagnóstico, como son los presidentes de Argentina, Néstor Kirchner,  de Bolivia, Evo Morales,  de Nicaragua, Daniel Ortega  y  de Ecuador, Rafael Correa, ninguno logra, sin embargo,  presentar un cuadro sintomático tan avanzado y alarmante.

El venezolano tiene en efecto 8 años, no luchando, sino habituándose a  la enfermedad, sintiéndose a veces tentado, ya de ser el nuevo Fidel Castro, ya de replicar a Mao Tse Tung, ya de reclamar la herencia que dejó Perón en Buenos Aires un día de julio de 1974, pero controlado a duras penas  con una dosis que incluye vigilancia de la comunidad internacional, lucha  de la oposición y la sociedad civil venezolanas por la defensa de la democracia, y la reacción tibia, pero disuasiva de algunos   de sus parciales para que no ejecute el golpe final.

Anticuerpos que no le han impedido, sin embargo, que después del hoy moribundo presidente de Cuba, Chávez sea el jefe de estado de América latina que ha logrado una mayor concentración de poder, con los poderes públicos (CNE,  Legislativo y Judicial)   reducidos a apéndices del Ejecutivo, un ejército que se comporta como su guardia pretoriana, una industria petrolera  que actúa cual taquilla donde el caudillo se provee de recursos para llevar adelante sus funambulescos planes revolucionarios,  y una ofensiva en el campo de las políticas sociales y del clientelismo político que procura que más y más organizaciones e individuos sean simplemente piezas de la estructura del gobierno.

De modo que solo en áreas como las libertades de expresión, sindical, religiosa, universitaria, cultural y deportiva podría decirse que se ha detenido el avance del virus totalitario, si bien puede vislumbrarse que dado el cúmulo de poder con que sale el enfermo de las recientes elecciones, no es imposible que estas zonas pasen también a ser contaminadas.

Una prueba de ello es la prisa que se ha tomado Chávez en estos días decembrinos  cuando todo el mundo esperaba que los dedicase al descanso, la meditación, la oración y la paz navideña, en declarar la emergencia para la  creación de un partido único, envenenándole las hallacas a aliados como  los secretarios generales de Podemos y el PPT, Ismael García y José Albornoz que ya se sentían corregentes del nuevo período presidencial.

Y vaya si habían ganado puntos para aspirar a tal fantasía, Albornoz haciéndole el trabajo sucio al oficialismo como fue la persecución que hace unos meses emprendió contra la directora de SÚMATE, María Corina Machado, aparte de las que antes había perpetrado contra Patricia Poleo, Ibéyise Pacheco y Marianella Salazar ( ejemplos no de su fanatismo revolucionario, sino de su misoginia);  y García, tragándose el burro muerto de salir a apoyar políticas que en el fondo no compartía, pero que juzgaba indispensables para hacerse presentable a los ojos del chavismo.

Pero contribuyendo con sus organizaciones a que el presidente aumentará su volumen electoral en 2 millones de votos, que por más que diga Chávez “son míos, porque votaron por mí”, yo sostendría que tal afirmación por lo menos es a medias, porque había un partido que si era de Chávez (que también desaparecerá en enero) y por el cual no votaron.

De modo que se trata de un maltrato incalificable contra dos aliados,  que tendrán que escoger entre dos muertes: o pasarse a la oposición porque ya no son necesarios, o integrarse al nuevo partido, PSUV, donde desaparecerán como briznas aplastados por los jefes originales de la revolución.

Gentes de malas pulgas, impacientes e incapaces, como buenos exmilitares, de conocer y tratar las complejidades de la política, tales Francisco Ameliach, Pedro Carreño, Diosdado Cabello y Jesse Chacón que jamás le han perdonado a García y Albornoz haberse embarcado tarde, muy tarde, en el autobús de la revolución.

Pero la tentación totalitaria también podría esconderse tras la renuencia de Hugo Chávez a sentarse a discutir una zona de distensión con la oposición, un espacio en el cual, más allá de la fuerza electoral de unos y otros, se piense en normalizar las relaciones entre el gobierno y la oposición (o las oposiciones) para que unos gobiernen y otros critiquen.

En este orden de ideas habría que estar pendientes de la reacción de Chávez al reciente documento que le acaba de enviar la Conferencia Episcopal Venezolana, CEV, y en el cual, si bien lo felicita por el triunfo electoral del 3 de diciembre, lo conmina a que como mayoría respete a las minorías y se comprometa agenciar un modus vivendi democrático con ellas.

Acuerdo macro que debe contemplar una discusión tendente aprobar una amnistía para todos los presos políticos, respetar en todos sus términos la libertad de expresión, y crear mecanismos para que ni los derechos humanos, ni las libertades, ni la constitución, ni el estado derecho puedan ser violentados a nombre del exclusivismo, ni la retaliación política.

En conjunto, una receta clásica, si se quiere casera y tradicional, pero de repente la menos ensayada para curar la peste por la que Venezuela pasaría a ser la más nueva de las repúblicas bananeras, y  actuar en beneficios de todos, como que   recuperaría la paz que el país perdió  durante los últimos 8 años.

Claro que tratándose de un paciente cuyo mal pareciera estar en un estado avanzado, no nos hacemos ilusiones en cuanto a la posibilidad de que Chávez la acepte y se la autoaplique, pero Raúl Castro dijo recientemente que Cuba no se negaba, sino que deseaba, sentarse a negociar con los Estados, Evo Morales acaba de llegar a un arreglo con los departamentos bolivianos que aspiran a que la constituyente les respete sus autonomías, y Rafael Correa, su otro aliado en Sudamérica, estuvo a mediados de semana en Caracas guardando distancias con cualquier prédica incendiaria y tumultuaria.

De su lado, el recién electo presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, ha dicho en diferentes escenarios y oportunidades que no aspira a repetir ni en los más remoto la experiencia del Frente Sandinista de Liberación Nacional, y que su finalidad en el gobierno es respetar la democracia, las buenas relaciones con todos los países, y llevar adelante el Acuerdo de Libre Comercio, CAFTA,  que conjuntamente con otros países centroamericanos, firmó el anterior gobierno nicaragüense con los Estados Unidos.

O sea, que hay esperanzas, si vamos a guiarnos por la forma como están respondiendo al tratamiento otros líderes latinoamericanos que alguna vez estuvieron contaminados por el virus de la tentación totalitaria, o de los que dieron síntomas que podrán haberlo contraído.

Claro, habría que esperar a diagnosticar si las tendencias de Chávez son tan incurables como destructivas, y están en lo que se conoce clínicamente como fase terminal.

 
 

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