Puede
parecer una ironía, pero después del 3 de diciembre
pasado, José Vicente Rangel, era el funcionario del alto
gobierno menos dispuesto a secundar a Chávez en su delirio
de reformar la constitución para hacerse elegir presidente
vitalicio a través de la reelección indefinida.
Y Chávez el menos condicionado para coexistir con un padre
adoptivo y mentor que podía permitirle todo, menos que
usara el capital político que había acumulado durante los
8 años en que fue la segunda figura del régimen, para
financiar la operación de cirugía que en el curso del 2007
convertirá al teniente coronel en un injerto de Gómez,
Trujillo, Somoza, Duvalier, Franco y Fidel Castro.
De modo que el choque entre las dos figuras emblemáticas
de la administración, no solo era previsible sino
monitoreable, dependiendo de la prisa que Chávez se tomara
en darle curso a un plan que no había asomado ni aún en
los momentos más eufóricos de su aventura autoritaria y
militarista.
Y que barre con las aspiraciones presidenciales de hombres
como José Vicente Rangel y Diosdado Cabello, situados en
los extremos generacionales de los que tenían méritos
propios para acceder a la sucesión, y objetos, por tanto,
de sendos pistoletazos políticos en la frente que los
ponía en el dilema de protestar o callar para siempre.
Y Rangel sí protestó, según el tema de la reforma
constitucional y la presidencia vitalicia se puso en el
tapete poco antes de iniciarse la pasada campaña
electoral, marcando un ostensible y crudo distanciamiento
entre el presidente y el vicepresidente, al extremo de que
el nombre del segundo al mando fue quirúrgicamente
extirpado del llamado Comando Miranda, y mantenido a raya
en temas básicos referentes a los medios, la propaganda y
el mensaje del candidato a la reelección.
Fue un poco menos el caso de Diosdado Cabello y Jesse
Chacón, igualmente anulados, desechados y ninguneados en
la agenda de las urgencias electorales, pero que por
cuestiones de disciplina militar estaban mejor preparados
para recibir la extremaunción de una muerte política que
los irá haciendo polvo, desintegrando e innominando más
temprano que tarde.
Vienen al efecto los referendos revocatorios para
gobernadores y alcaldes y así se verá que Cabello, como
incómodos de la clase de Juan Barreto, José Vicente Rangel
Ávalos, Freddy Bernal, Florencio Porras, Didalco Bolívar,
Eduardo Manuitt, Ramón Martínez y otros, terminarán de
recibir “lo suyo”
Rangel, por el contrario, sintió en la misma campaña
electoral cómo la estructura del gobierno procedió
rápidamente a separarlo, a marginarlo, a rebotarlo,
dándose el caso -único durante los 8 años cuando fue la
otra gran figura de la administración- en que, si el
Comando de Campaña de Manuel Rosales pedía su intervención
para que desenredara algunos de los nudos que se
presentaban en las relaciones con el gobierno, Rangel les
respondía con un sorpresivo: “Yo no puedo hacer nada.
Hablen con fulano, o con mengano, pero yo no puedo hacer
nada”.
Confesión que, es verdad, no impidió que participara en
algunos mitines, caravanas, marchas y reuniones de la
campaña, pero nunca en plan de coprotagonista, sino de un
actor de reparto menor que se destaca en apenas dos o tres
escenas de la trama.
Pero lo peor vino sin duda cuando Chávez elevó a los
primeros cargos del Comando Miranda al grupo de militares
y civiles que había adversado a Rangel, Cabello y Chacón
en el escándalo del exmagistrado, Luís Velásquez Alvaray
(gente del tipo Francisco Ameliach, Pedro Carreño, Darío
Vivas, Rodolfo Sanguino y Raúl Gil Barrios), poniendo en
entredicho, no solo las acusaciones de Rangel y Chacón
contra el presidente de la DEM y vicepresidente del TSJ,
sino también sus alegatos de que no tenían nada que ver
con la extrema corrupción que campeaba en los tribunales
penales y con la siniestra banda de los Enanos.
Flameaban en el Comando Miranda, Francisco Ameliach y
Pedro Carreño -para solo hablar de dos históricos-,
separados desde hacía dos años de los altos cargos de la
administración, pero que habían tomado las banderas de la
lucha contra la corrupción que gangrenaba el MVR y el
gobierno, y que sorpresivamente habían hecho causa con un
acusado de corrupción como Luis Velásquez Alvaray.
Y enfrentados a un grupo cívico y militar que en su
opinión encabezaban Rangel, Diosdado Cabello y Jesse
Chacón, capitostes, no solo de magistrados, jueces, jefes
policiales, ministros, gobernadores, alcaldes y militares
de alta, media y baja graduación, sino también de una
copiosa falange empresarial donde brillaban traders
petroleros, banqueros, aduaneros, corredores de bolsa y
aseguradores.
Si recordamos aquí a Wilmer Rupertti, Danilo Díaz
Granados, Rafael Sarría, Arturo Sarmiento, los Carruyo
(padre e hijo), Carlos Kaufman, Tobías Nóbrega y Alejandro
Dopazo, sabemos de qué y de quiénes estamos hablando.
O sea, todo un contra poder, o poder alternativo, que si
se cruzaba con la renuencia de los disidentes a comulgar
con la presidencia vitalicia, era cuestión tiempo para que
se enfilara a torcer el rumbo y destino manifiesto de la
“revolución”.
Por eso el nombramiento de Francisco Ameliach en la
presidencia del Comando Miranda podía tomarse también como
un ajuste de cuentas, y la confirmación de que la
sentencia del Poder Moral contra Velásquez Alvaray y su
aceptación por la mayoría de los diputados de la Asamblea
Nacional, -menos por Ameliach y Carreño- estaba siendo
políticamente reconsideradas y que ya por ahí podía
entreverse que una suerte de revancha podía venirse contra
los promotores del escándalo.
Pero contra Rangel también se movía el rumor de que desde
hacía mucho tiempo era el dueño y señor de la
administración de justicia, acusación que presuntamente
podía demostrarse si se giraba la vista de los tribunales
penales y se recorría el propio TSJ, donde magistrados
como Omar Mora Díaz, Fernando Vegas Torrealba, Juan José
Nuñez, Carlos Oberto Vélez y Luis Martínez, no era solo
que habían sido nombrados por influencia de Rangel, sino
que no firmaban una sola sentencia sin consultarle.
Decisiones que no siempre tomaban en cuenta los intereses
del gobierno y del presidente Chávez, sino que no pocas
veces favorecían los activos de la oposición y del propio
vicepresidente Rangel.
Y aquí también se hablaba de la estructura que en el
anterior TSJ había dejado armada el ex ministro del
Interior, Luís Miquilena, y que representada por los
magistrados Blanca Rosa Mármol de León y Pedro Rondón Haaz,
seguía ahora las instrucciones del segundo hombre al
mando.
No hablemos de los casos del Fiscal General de la
República, Isaías Rodríguez, del Contralor, Clodosvaldo
Russián, y del Defensor, Germán Mundaraím, desde los
orígenes más remotos de sus nombramientos identificados
con el vicepresidente y Luís Miquilena, y por tanto,
obligados a consultarlos y pedirles autorización hasta
para tomar sus más inofensivas decisiones.
Pero igualmente se vigilaban las relaciones de Rangel con
gobernadores como Didalco Bolívar de Aragua, Ramón
Martínez de Sucre, Yelitza Santaella de Delta Amacuro,
Liborio Guarulla de Amazonas, Gilmer Viloria de Trujillo y
Florencio Porras de Mérida, los cuales, aunque diciéndose,
unos de Podemos, otros del PPT y otros del MVR,
devocionaban al vicepresidente que, no solo suplía las
ausencias del presidente Chávez en las relaciones
oficiales, sino que era su portavoz y defensor en el alto
gobierno.
Una defensoría que alegaba siempre a favor de la
diversidad e independencia de los grupos, partidos,
sectores e individualidades que, sintiéndose parte de la
revolución y seguidores del presidente Chávez, no tenían
por que integrarse a la estructura del MVR que los haría
desaparecer para siempre.
Y por ahí podía deducirse que Rangel iba a oponerse al
partido único, que defendería los derechos de los que
querían ser diferentes sin dejar de ser chavistas y
representar ese matiz plural que, según el vicepresidente,
era lo que hacía única la “revolución bolivariana”.
Pero tampoco compartía la visión chavista del Socialismo
del Siglo XX, que al combinarse con la presidencia
vitalicia y el partido único, no podía sino restaurar con
casi 50 años de atraso el error que los cubanos estaban
dejando atrás y Chávez se empeñaba en repetir.
Y fueron estas ideas dichas en privado y conversadas con
militantes y dirigentes del proceso de todos los signos y
colores, pero algunos de los cuales corrieron a llevarle a
Chávez informes de inteligencia, copias de cintas, y
grabaciones en videos y celulares, las que precipitaron la
ruptura entre el primero y el segundo hombre de la
“revolución” y cuyo primer adelanto en público fue el
atropello que sin justificación ni miramientos se llevaron
Rangel y Chacón en el Panteón Nacional el 17 de diciembre
pasado
Un choque del que es temprano evaluar los daños, cuyo
estrépito se sentirá durante mucho tiempo en el ambiente,
y que por las personas, poderes y contrapoderes que están
involucrados podría contribuir a colocar en otras
coordenadas al cuero sueco de la política venezolana.