Inicio | Editor | Contáctenos 
 
 

Por qué cayó Rangel
por Manuel Malaver  
domingo, 7 enero 2007



Puede parecer una ironía, pero después del 3 de diciembre pasado, José Vicente Rangel, era el funcionario del alto gobierno menos dispuesto a secundar a Chávez en su delirio de reformar la constitución para hacerse elegir presidente vitalicio a través de la reelección indefinida.

Y Chávez el menos condicionado para coexistir con un padre adoptivo y mentor que podía permitirle todo, menos que usara el capital político que había acumulado durante los 8 años en que fue la segunda figura del régimen, para financiar la operación de cirugía que en el curso del 2007 convertirá al teniente coronel en un injerto de Gómez, Trujillo, Somoza, Duvalier, Franco y Fidel Castro.

De modo que el choque entre las dos figuras emblemáticas de la administración, no solo era previsible sino monitoreable, dependiendo de la prisa que Chávez se tomara en darle curso a un plan que no había asomado ni aún en los momentos más eufóricos de su aventura autoritaria y militarista.

Y que barre con las aspiraciones presidenciales de hombres como José Vicente Rangel y Diosdado Cabello, situados en los extremos generacionales de los que tenían méritos propios para acceder a la sucesión, y objetos, por tanto, de sendos pistoletazos políticos en la frente que los ponía en el dilema de protestar o callar para siempre.

Y Rangel sí protestó, según el tema de la reforma constitucional y la presidencia vitalicia se puso en el tapete poco antes de iniciarse la pasada campaña electoral, marcando un ostensible y crudo distanciamiento entre el presidente y el vicepresidente, al extremo de que el nombre del segundo al mando fue quirúrgicamente extirpado del llamado Comando Miranda, y mantenido a raya en temas básicos referentes a los medios, la propaganda y el mensaje del candidato a la reelección.

Fue un poco menos el caso de Diosdado Cabello y Jesse Chacón, igualmente anulados, desechados y ninguneados en la agenda de las urgencias electorales, pero que por cuestiones de disciplina militar estaban mejor preparados para recibir la extremaunción de una muerte política que los irá haciendo polvo, desintegrando e innominando más temprano que tarde.

Vienen al efecto los referendos revocatorios para gobernadores y alcaldes y así se verá que Cabello, como incómodos de la clase de Juan Barreto, José Vicente Rangel Ávalos, Freddy Bernal, Florencio Porras, Didalco Bolívar, Eduardo Manuitt, Ramón Martínez y otros, terminarán de recibir “lo suyo”

Rangel, por el contrario, sintió en la misma campaña electoral cómo la estructura del gobierno procedió rápidamente a separarlo, a marginarlo, a rebotarlo, dándose el caso -único durante los 8 años cuando fue la otra gran figura de la administración- en que, si el Comando de Campaña de Manuel Rosales pedía su intervención para que desenredara algunos de los nudos que se presentaban en las relaciones con el gobierno, Rangel les respondía con un sorpresivo: “Yo no puedo hacer nada. Hablen con fulano, o con mengano, pero yo no puedo hacer nada”.

Confesión que, es verdad, no impidió que participara en algunos mitines, caravanas, marchas y reuniones de la campaña, pero nunca en plan de coprotagonista, sino de un actor de reparto menor que se destaca en apenas dos o tres escenas de la trama.

Pero lo peor vino sin duda cuando Chávez elevó a los primeros cargos del Comando Miranda al grupo de militares y civiles que había adversado a Rangel, Cabello y Chacón en el escándalo del exmagistrado, Luís Velásquez Alvaray (gente del tipo Francisco Ameliach, Pedro Carreño, Darío Vivas, Rodolfo Sanguino y Raúl Gil Barrios), poniendo en entredicho, no solo las acusaciones de Rangel y Chacón contra el presidente de la DEM y vicepresidente del TSJ, sino también sus alegatos de que no tenían nada que ver con la extrema corrupción que campeaba en los tribunales penales y con la siniestra banda de los Enanos.

Flameaban en el Comando Miranda, Francisco Ameliach y Pedro Carreño -para solo hablar de dos históricos-, separados desde hacía dos años de los altos cargos de la administración, pero que habían tomado las banderas de la lucha contra la corrupción que gangrenaba el MVR y el gobierno, y que sorpresivamente habían hecho causa con un acusado de corrupción como Luis Velásquez Alvaray.

Y enfrentados a un grupo cívico y militar que en su opinión encabezaban Rangel, Diosdado Cabello y Jesse Chacón, capitostes, no solo de magistrados, jueces, jefes policiales, ministros, gobernadores, alcaldes y militares de alta, media y baja graduación, sino también de una copiosa falange empresarial donde brillaban traders petroleros, banqueros, aduaneros, corredores de bolsa y aseguradores.

Si recordamos aquí a Wilmer Rupertti, Danilo Díaz Granados, Rafael Sarría, Arturo Sarmiento, los Carruyo (padre e hijo), Carlos Kaufman, Tobías Nóbrega y Alejandro Dopazo, sabemos de qué y de quiénes estamos hablando.

O sea, todo un contra poder, o poder alternativo, que si se cruzaba con la renuencia de los disidentes a comulgar con la presidencia vitalicia, era cuestión tiempo para que se enfilara a torcer el rumbo y destino manifiesto de la “revolución”.

Por eso el nombramiento de Francisco Ameliach en la presidencia del Comando Miranda podía tomarse también como un ajuste de cuentas, y la confirmación de que la sentencia del Poder Moral contra Velásquez Alvaray y su aceptación por la mayoría de los diputados de la Asamblea Nacional, -menos por Ameliach y Carreño- estaba siendo políticamente reconsideradas y que ya por ahí podía entreverse que una suerte de revancha podía venirse contra los promotores del escándalo.

Pero contra Rangel también se movía el rumor de que desde hacía mucho tiempo era el dueño y señor de la administración de justicia, acusación que presuntamente podía demostrarse si se giraba la vista de los tribunales penales y se recorría el propio TSJ, donde magistrados como Omar Mora Díaz, Fernando Vegas Torrealba, Juan José Nuñez, Carlos Oberto Vélez y Luis Martínez, no era solo que habían sido nombrados por influencia de Rangel, sino que no firmaban una sola sentencia sin consultarle.

Decisiones que no siempre tomaban en cuenta los intereses del gobierno y del presidente Chávez, sino que no pocas veces favorecían los activos de la oposición y del propio vicepresidente Rangel.

Y aquí también se hablaba de la estructura que en el anterior TSJ había dejado armada el ex ministro del Interior, Luís Miquilena, y que representada por los magistrados Blanca Rosa Mármol de León y Pedro Rondón Haaz, seguía ahora las instrucciones del segundo hombre al mando.

No hablemos de los casos del Fiscal General de la República, Isaías Rodríguez, del Contralor, Clodosvaldo Russián, y del Defensor, Germán Mundaraím, desde los orígenes más remotos de sus nombramientos identificados con el vicepresidente y Luís Miquilena, y por tanto, obligados a consultarlos y pedirles autorización hasta para tomar sus más inofensivas decisiones.

Pero igualmente se vigilaban las relaciones de Rangel con gobernadores como Didalco Bolívar de Aragua, Ramón Martínez de Sucre, Yelitza Santaella de Delta Amacuro, Liborio Guarulla de Amazonas, Gilmer Viloria de Trujillo y Florencio Porras de Mérida, los cuales, aunque diciéndose, unos de Podemos, otros del PPT y otros del MVR, devocionaban al vicepresidente que, no solo suplía las ausencias del presidente Chávez en las relaciones oficiales, sino que era su portavoz y defensor en el alto gobierno.

Una defensoría que alegaba siempre a favor de la diversidad e independencia de los grupos, partidos, sectores e individualidades que, sintiéndose parte de la revolución y seguidores del presidente Chávez, no tenían por que integrarse a la estructura del MVR que los haría desaparecer para siempre.

Y por ahí podía deducirse que Rangel iba a oponerse al partido único, que defendería los derechos de los que querían ser diferentes sin dejar de ser chavistas y representar ese matiz plural que, según el vicepresidente, era lo que hacía única la “revolución bolivariana”.

Pero tampoco compartía la visión chavista del Socialismo del Siglo XX, que al combinarse con la presidencia vitalicia y el partido único, no podía sino restaurar con casi 50 años de atraso el error que los cubanos estaban dejando atrás y Chávez se empeñaba en repetir.

Y fueron estas ideas dichas en privado y conversadas con militantes y dirigentes del proceso de todos los signos y colores, pero algunos de los cuales corrieron a llevarle a Chávez informes de inteligencia, copias de cintas, y grabaciones en videos y celulares, las que precipitaron la ruptura entre el primero y el segundo hombre de la “revolución” y cuyo primer adelanto en público fue el atropello que sin justificación ni miramientos se llevaron Rangel y Chacón en el Panteón Nacional el 17 de diciembre pasado

Un choque del que es temprano evaluar los daños, cuyo estrépito se sentirá durante mucho tiempo en el ambiente, y que por las personas, poderes y contrapoderes que están involucrados podría contribuir a colocar en otras coordenadas al cuero sueco de la política venezolana.

 
 

© Copyright 2007 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.