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La lección de Lula
por Manuel Malaver
miércoles, 1 noviembre 2006

 

Pienso que si hay alguna razón para que el recién reelecto  presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, merezca un sitial en la historia del siglo XXI, es por percibir que la era de la revoluciones ha terminado, que el socialismo pasa a ser capitalismo pero con vocación social y que ningún cambio social   es posible si la lucha de las mayorías contra la pobreza, la desigualdad y las injusticias no van pareja al establecimiento de una sociedad democrática, libre, plural y anclada en la defensa de los derechos humanos.

Fue una lección que sin duda aprendió de la caída del muro de Berlín, el colapso del imperio soviético y el desplome del socialismo real que tatuaron en la práctica de  los revolucionarios sinceramente preocupados por mejorar la suerte de los menos favorecidos, que no era una sociedad sometida  al imperio de caudillos ebrios de poder y poseídos de exultación carismática, la más apta para hacer realidad la aspiración de un mundo de bienestar, igualdad y justicia, pero en democracia, libertad y estado de derecho.

Todo lo contrario a lo sucedido en la URSS, China Comunista, Europa del Este, Vietnam, Cuba y Corea del Norte, en los países del sistema del jefe,   partido y  pensamiento ÚNICOS, en lo que también se llamó y llama totalitarismo, donde solo se oyen las voces de mando, las que llamaban a la división, la guerra y la violencia, las que proclaman que primero es la separación, la segregación y la discriminación, y después la liberación.

En otras palabras,  con todo lo que tenía que romper el obrero metalúrgico brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, nacido a la política en la lucha contra los dictadores militares de los 70 y los 80, quienes a su manera también quisieron hacer un país de jefe, partido y pensamiento únicos, y de ciudadanos sin rostros, nombres, ni derechos.

Para demostrarlo, los muertos, presos, exilados, perseguidos y torturados que fue el saldo de los años de las dictaduras militares.

De modo que no era mucho lo que necesitaba Lula para darse cuenta de las equivalencias entre el socialismo real y las dictaduras militares de derecha también reales, muy reales, ya que resultaban, si no idénticas, muy parecidas en el afán de mandar, guerrear, dividir, atropellar y reprimir.

De ahí que no sea exagerado  afirmar que los 4 años que acaba de pasar Lula en la presidencia de Brasil, y cuyos resultados le garantizaron la reelección, fueron para gritar que no cree más en antiguallas revolucionarias y socialistas,  que prefiere un gobierno normal, tranquilo, eficiente, y pacífico y que trabaje por la unión y la reconciliación de todos, que uno pendenciero, incompetente, violento y empeñado en promover el odio, caos y la inestabilidad dizque como la “vía rápida” para promover la revolución.

Lula, en efecto, trabajó desde la presidencia  para que los empresarios brasileños aumentaran su productividad, accedieran a la última tecnología, ampliaran sus mercados y profundizaran una política de exportación que hacen de Brasil la tercera economía del continente americano y la séptima del mundo.

Y todo sin satanizar las ganancias, sin estar restringiendo la esfera de influencia del sector privado, sin promover invasiones de tierras,  ocupaciones y tomas de fábricas y que para “salvarlas” de la “quiebra” y la “voracidad” de los hombres de negocios.

En cuanto a los sectores de menores recursos, trabajadores, campesinos y clases medias, Lula comenzó por controlar y reducir la inflación, mejorar las oportunidades de empleo, e impulsar un programa de políticas  sociales que rápidamente ha incidido en cambios sustanciales a favor de los pobres del campo y la ciudad que han visto mejoras notables en su calidad de vida.

De ahí que no puede extrañar que al lado de México, Perú y Chile, Brasil sea el otro país de América latina que está reduciendo la pobreza.

Y con la pobreza, las opciones a favor de la violencia, la conflictividad, la confrontación, y la guerra civil y de todas las tensiones que agitaban los revolucionarios de antes y de ahora  para hacer posible la tan sangrienta, como inútil revolución.

Por eso el gobierno de Lula es una apuesta contra la revolución y por la democracia, para que los pobres y las clases medias no terminen convirtiéndose en pasto de dictadores y élites arrogantes y mesiánicas que alegan que la esclavitud es el precio a pagar por la liberación.

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  Artículo publicado en el vespertino El Mundo, 1 noviembre 2006

 
 
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