La palabra marramucia
o marramuncia, que así también se dice es de un típico
sabor venezolano. Con ella designamos un tipo de conducta muy
variado, pero siempre con cierto sello característico. El
Diccionario del habla actual de Venezuela de Núñez y Pérez (UCAB)
lo define como ³Trampa o engaño². El Diccionario de
Venezolanismos (UCV / Academia Venezolana de la Lengua /
Fundación E. y H. Schonoegass) como ³1. Acción innoble o
deshonesta. 2. En Barlovento: Hechicería².
Pero la aplicación en la práctica del vocablo marramucia es
mucho más amplia, y abarca un gran espectro semántico, de modo que
popularmente en Venezuela la idea de marramucia se puede
expresar con muchísimos sinónimos: vagabundería, bribonada,
sinvergüenzura, pillería, cochinada, ardid, trampa, trastada,
tramposería, triquiñuela, trácala, trapisonda, marrullería,
picardía, enredo, embrollo, mañosería, malas artes, mala maña,
bellaquería, artimaña, etc.
Lo que identifica la marramucia es su trasfondo doloso,
de trampa destinada a lograr un fin deshonesto, bien sea en
beneficio propio o en beneficio de terceros. Puede llevar un
componente ingenioso, pero no le es necesario para definirse como
tal. Hay, desde luego, marramucieros que se ingenian para
que la trampa o triquiñuela resulte, además de eficaz, admirable
por la inteligencia y viveza que refleje. Pero son los menos. La
mayoría de los marramucieros son torpes, a tal punto que la
marramucia sale a la luz fácilmente, pero su descaro es tal
que no les preocupa saberse descubiertos. Por regla general, la
marramucia se aplica en circunstancias que aseguren la
impunidad, y por ello a quienes las hacen no les importa cuidarse
las espaldas. Pero muchas veces en esto se equivocan, y cuando
menos lo espera el tramposo cae en desgracia y sus actos dolosos
le acarrean el debido castigo. Se dice entonces que ³se dio con
las espuelas², apelando a una muy gráfica metáfora relacionada con
la pelea de gallos.
En cuanto al origen de la palabra marramucia, es confuso.
No parece haber dudas de que es un venezolanismo. No sé si se
emplea en otros países, pero no aparece en el DRAE, ni, según las
fuentes consultadas, en el vocabulario de Cuba, Puerto Rico,
Argentina, Perú y algunos otros países hispanoamericanos. Tampoco
lo hallamos en el Diccionario de americanismos de Marcos A.
Morínigo, ni en el de Alfredo N. Neves. Pero sí en
Americanismos. Diccionario enciclopédico ilustrado Sopena, que
lo incluye bajo la forma marramuncia y definido como
³Marrullería, astucia con que se halaga a quien se quiere engañar²,
pero no precisa dónde es usado.
Es muy significativo que el vocablo marramucia, y a veces
marramuncia, hayan sido mencionados muchas veces por
filólogos y estudiosos de nuestro léxico, entre ellos Lisandro
Alvarado, Gonzalo Picón Febres y Ángel Rosenblat, pero ninguno se
aventura a proponer una explicación sobre su etimología, lo cual
parece demostrar que su origen es incierto. El vocablo se usó
mucho en el pasado y es empleado por numerosos autores dentro de
diversos géneros. Lo hallamos, así, en novelas de Gonzalo Picón
Febres (1893), Samuel Darío Maldonado (1919), Miguel Otero Silva
(1939), Mariano Picón Salas (1955), Adriano González León (1969),
y en un cuento de Arturo Úslar Pietri (1969), según registra el
Diccionario de venezolanismos arriba citado. También lo han
usado periodistas y comentaristas políticos, como Luis Esteban Rey
(1983). Después fue escaseando, casi hasta caer en el deshuso,
pero últimamente hay un repunte en su empleo, y lo hallamos
recientemente con frecuencia en crónicas periodísticas de Manuel
Malaver, (1/2/04 y 16/5/04), Carlos Fernández Cuesta (16/8/02),
Elizabeth Fuentes (2/3/04) y Simón Boccanegra (Teodoro Petkof;
8/5/03), entre otros.
Lo más probable es que marramucia o marramuncia se
haya formado, como muchos otros vocablos, un poco al azar, sin una
relación lógica de tipo semántico entre la morfología de la
palabra o su sonido y su significado. Se forman así palabras
meramente expresivas, sin un valor semántico propiamente dicho,
cuya expresividad es mas bien psicológica, a lo cual muchas veces
contribuye el sonido de la palabra. Como ocurre con marruñeco,
curruña, chuzo, marrajo, zorrocloco, tarajallo,
zarandajo, etc. Sobre algunos de estos vocablos se han
ensayado explicaciones etimológicas, pero son sólo hipótesis,
difíciles, si no imposibles de probar.