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Marramucia
por Alexis Márquez Rodríguez

domingo, 1 agosto 2004



La palabra marramucia  ­o marramuncia, que así también se dice­ es de un típico sabor venezolano. Con ella designamos un tipo de conducta muy variado, pero siempre con cierto sello característico. El Diccionario del habla actual de Venezuela de Núñez y Pérez (UCAB) lo define como ³Trampa o engaño². El Diccionario de Venezolanismos (UCV / Academia Venezolana de la Lengua / Fundación E. y H. Schonoegass) como ³1. Acción innoble o deshonesta. 2. En Barlovento: Hechicería².

Pero la aplicación en la práctica del vocablo marramucia es mucho más amplia, y abarca un gran espectro semántico, de modo que popularmente en Venezuela la idea de marramucia se puede expresar con muchísimos sinónimos: vagabundería, bribonada, sinvergüenzura, pillería, cochinada, ardid, trampa, trastada, tramposería, triquiñuela, trácala, trapisonda, marrullería, picardía, enredo, embrollo, mañosería, malas artes, mala maña, bellaquería, artimaña, etc.

Lo que identifica la marramucia es su trasfondo doloso, de trampa destinada a lograr un fin deshonesto, bien sea en beneficio propio o en beneficio de terceros. Puede llevar un componente ingenioso, pero no le es necesario para definirse como tal. Hay, desde luego, marramucieros que se ingenian para que la trampa o triquiñuela resulte, además de eficaz, admirable por la inteligencia y viveza que refleje. Pero son los menos. La mayoría de los marramucieros son torpes, a tal punto que la marramucia sale a la luz fácilmente, pero su descaro es tal que no les preocupa saberse descubiertos. Por regla general, la marramucia se aplica en circunstancias que aseguren la impunidad, y por ello a quienes las hacen no les importa cuidarse las espaldas. Pero muchas veces en esto se equivocan, y cuando menos lo espera el tramposo cae en desgracia y sus actos dolosos le acarrean el debido castigo. Se dice entonces que ³se dio con las espuelas², apelando a una muy gráfica metáfora relacionada con la pelea de gallos.

En cuanto al origen de la palabra marramucia, es confuso. No parece haber dudas de que es un venezolanismo. No  sé si se emplea en otros países, pero no aparece en el DRAE, ni, según las fuentes consultadas, en el vocabulario de Cuba, Puerto Rico, Argentina, Perú y algunos otros países hispanoamericanos. Tampoco lo hallamos en el Diccionario de americanismos de Marcos A. Morínigo, ni en el de Alfredo N. Neves. Pero sí en Americanismos. Diccionario enciclopédico ilustrado Sopena, que lo incluye bajo la forma marramuncia y definido como ³Marrullería, astucia con que se halaga a quien se quiere engañar², pero no precisa dónde es usado.

Es muy significativo que el vocablo marramucia, y a veces marramuncia, hayan sido mencionados muchas veces por filólogos y estudiosos de nuestro léxico, entre ellos Lisandro Alvarado, Gonzalo Picón Febres y Ángel Rosenblat, pero ninguno se aventura a proponer una explicación sobre su etimología, lo cual parece demostrar que su origen es incierto. El vocablo se usó mucho en el pasado y es empleado por numerosos autores  dentro de diversos géneros. Lo hallamos, así, en novelas de Gonzalo Picón Febres (1893), Samuel Darío Maldonado (1919), Miguel Otero Silva (1939), Mariano Picón Salas (1955), Adriano González León (1969), y en un cuento de Arturo Úslar Pietri (1969), según registra el Diccionario de venezolanismos arriba citado. También lo han usado periodistas y comentaristas políticos, como Luis Esteban Rey (1983). Después fue escaseando, casi hasta caer en el deshuso, pero  últimamente hay un repunte en su empleo, y lo hallamos recientemente con frecuencia en crónicas periodísticas de Manuel Malaver, (1/2/04 y 16/5/04), Carlos Fernández Cuesta (16/8/02), Elizabeth Fuentes (2/3/04) y Simón Boccanegra (Teodoro Petkof; 8/5/03), entre otros.

Lo más probable es que marramucia o marramuncia se haya formado, como muchos otros vocablos, un poco al azar, sin una relación lógica de tipo semántico entre la morfología de la palabra o su sonido y su significado. Se forman así palabras meramente  expresivas, sin un valor semántico propiamente dicho, cuya expresividad es mas bien psicológica, a lo cual muchas veces contribuye el sonido de la palabra. Como ocurre con marruñeco, curruña, chuzo, marrajo, zorrocloco, tarajallo, zarandajo, etc. Sobre algunos de estos vocablos se han ensayado explicaciones etimológicas, pero son sólo hipótesis, difíciles, si no imposibles de probar.
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