Ciertos
artículos de la Constitución que nos ordenan restaurar la
plena vigencia de la Constitución. Hay que tener coraje
hasta para leerlos en silencio. Porque su sola mención pone
en evidencia la baratura de nuestra condición democrática.
Hay más: si comparamos nuestros temores universitarios,
citadinos y petroleros con el arrojo y la fidelidad a los
principios del acuerdo social básico entre nuestros pueblos,
por parte hondureños y curiepeños, en verdad estamos fuera
de la Constitución. Si tememos a esos artículos, llamémoslo,
pues, zafarrancho. Zafarrancho en Honduras y zafarrancho en
Curiepe.
El caso de Curiepe es emblemático de la verdadera
polarización en nuestra sociedad. Ella no está planteada
entre quienes odian y quienes toleran. Ni siquiera entre
quienes respaldan al régimen y quienes lo adversan. Mucho
menos entre revolucionarios y “conspiradores”. Para nada. La
verdadera frontera está entre quienes se atreven a desafiar
a los usurpadores del poder legítimo en la nación y quienes
pretenden convivir con él en esa especie de incestuosa
ilegalidad. La división se plantea entre quienes están
dispuestos a defender la Constitución y quienes voltean la
cara ante el despojo. Está entre quienes tienen como
inaceptable la conculcación de sus derechos y quienes se
tapan la nariz.
Curiepe, así como, Honduras, se negaron a entregar lo suyo.
Sin el menor asomo de duda, los hondureños estaban obligados
a defender su legalidad por instrucciones precisas
contenidas en lo que los juristas denominan “artículos
pétreos” de su Constitución, es decir, inamovibles. Lo más
parecido a algo “pétreo” en la nuestra son esos artículos,
colocados allí para vigilar que el resto sea respetado.
Cuando vemos al pueblo de Curiepe, semidesnudo y desarmado,
enfrentarse a los robocops de la GN en medio de una nube de
“gas del bueno”, para defender su policía de la
arbitrariedad militar, es cuando entendemos con qué es que
se come eso del 350. Ante esas imágenes es imposible no
pensar que es posible.
Allá en el pueblo de Curiepe tuvieron lugar actos muy
importantes del drama venezolano. Una, la reacción de un
pueblo hastiado del abuso que da cuenta de un reverberar de
tensiones hasta ahora ignorado por el poder. Otro, la puesta
de manifiesto del riel por donde va el pueblo, distinto a
aquél por donde transcurre el accionar político del
liderazgo que se supone comparte sus angustias.
Recordamos a pueblos que fueron capaces de producir el
germen que bien podría haber cambiado el curso trágico de la
historia y nos detenemos en Lídice, aquél pequeño enclave
arrasado por Hitler, en venganza por ser el origen de
conspiradores que atentaron contra su mafia fascista. El
creyó haberlo volatilizado, pero hoy, en honor a su coraje,
todo país, toda gran ciudad, tiene un conglomerado con el
nombre de Lídice. Después de presenciar abochornados el
acoso internacional contra Honduras y de comparar la
desnudez de los curiepeños con los pertrechos de sus
agresores, nuestra admiración crece. Como Lídice, se clavan
en la conciencia, sembrando en los espíritus la rebeldía por
la justicia pendiente.
mackyar@gmail.com