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El Yunque y el Martillo
por Macky Arenas
sábado, 15 agosto 2009


Cuando Alemania y luego -por la absoluta incapacidad de comprender la verdadera naturaleza de ese régimen- el resto de Europa agonizaban bajo el yugo nazi-fascista, una voz  llena de coraje y de verdad se alzó para denunciar la barbarie a todo riesgo. La del obispo de Münster, Clemens August von Galen, hoy beato de la Iglesia Católica. La gente padecía lo indecible y el terror iba minando la capacidad de reacción. Pero, en el momento en que hacía más falta, sacudía como un huracán la denuncia de ese pastor, quien tuvo la valentía de pronunciar abiertamente lo que la población pensaba, pero nadie se atrevía a decir en voz alta.

El obispo Galen se convirtió en un punto de referencia y en un modelo ideal de lo que significa el coraje de la fe en tiempos de persecución y logró darle un empujón de ánimo a la resistencia. Clemens von Galen era un hombre de la resistencia que había comprendido a cabalidad que ella es “religiosa y moral en su sustancia, pero también política en sus consecuencias y efectos”. El predicaba para combatir lo que consideraba la más amarga experiencia de su tiempo: el constatar que su pueblo había perdido el sentido del derecho. Desde el púlpito suscitaba gratitud y veneración, entre católicos y no católicos. Atacaba desde “la adoración de la raza” hasta la “locura homicida” ante la cual exclamaba: “Con gente como esa, con quienes pisan orgullosos nuestras vidas, ya no puede haber comunidad de pueblo”. La Gestapo no le perdía pie ni pisada, lo acusaban de llevar adelante una labor “disgregadora”; Goebbels calificaba la batalla del obispo por la justicia y la dignidad del hombre como “el ataque frontal más fuerte desencadenado contra el nazismo en todos los años de su existencia”; con fuerza y seguridad, las frases salían como truenos de su boca desenmascarando a los criminales del régimen. Se convirtió en “el opositor más obstinado al anticristiano programa nacionalsocialista”.

La SS lo llamaba “cerdo” y pedía que fuera ahorcado. Lo acusaban de “mentalidad nociva para el Estado y alta traición”, lo cual equivalía a una condena a muerte. Fueron arrestados, asesinados o recluidos en campos de concentración cientos de sacerdotes y laicos, pero al obispo no lo tocaron. Hasta la locura nazi sufría de súbitos ataques de sensatez: matarlo habría significado crear un mártir de alto rango. Hitler no necesitaba un choque abierto con la Iglesia en tiempos de guerra. Ante las espeluznantes amenazas, sus colaboradores le preguntaron qué debían hacer si era arrestado. “Nada”, contestó. “Las fuerzas diabólicas se han puesto a trabajar, pero las puertas del infierno no prevalecerán…” No es necesario aclarar, a estas alturas, qué fue lo que prevaleció tras aquella enconada batalla entre el Bien y el Mal.

El centro y cima de la predicación del obispo Galen era: “¡Hacerse duros! ¡Permanecer firmes! En este momento no somos martillo sino yunque…Extraños y traidores martillean sobre nosotros…No es necesario que el yunque devuelva el golpe, ¡tampoco lo puede hacer! Sólo debe permanecer firme, duro. Si es suficientemente resistente, firme y duro, entonces, normalmente, el yunque dura más que el martillo…” Esa comparación del yunque y el martillo se convirtió en el emblema de la resistencia al régimen.  Hay que recapitular sobre estos personajes y su lucha, entender qué los fortaleció, qué fue lo que los ayudó, qué convicciones los mantuvieron en combate. Es sencillo hacer la conversión a nuestra realidad: ser yunque significa resistir, desconocer, desobedecer, en criollo, no dejarse, no desfallecer. Todo para quebrar la fibra del poder arbitrario con el cual “es imposible comulgar”.

mackyar@gmail.com


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