¿Qué
esperan?
por
Macky
Arenas
miércoles,
11 marzo
2009
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En
Venezuela se produce el más descarado y continuado de los
saqueos. Lo que ocurrió aquí el célebre 27F palidece ante
esta manera desfachatada de esquilmar a todo el que tiene
dos lochas. Porque en este país, si la referencia es el
régimen, sus gastos y la absoluta discrecionalidad con que
se maneja, cualquier otro mortal lo que tiene es dos
lochas, no importa si es más o menos pudiente. Proclaman
que ser rico es malo, pero la cosa cambia si se trata de
lo que ahora se conoce como la "boliburguesía". Conforman
una costra de aprovechados, ventosas que succionan de un
régimen que los engorda para que en una primera etapa le
sirvan de testaferros, pero que serán también saqueados.
La pregunta no es si pasará, sino cuándo. Esos no
preocupan; simplemente merecerán lo que les venga.
El problema
es el saqueo a quienes han construído, producido, empleado
y mantenido un ritmo de crecimiento que logra persistir,
aun en estas hostiles circunstancias. Ellos son el
objetivo primero porque son exitosos, porque resuelven
problemas, porque satisfacen necesidades y porque, por eso
mismo, configuran la capacidad de reacción que le queda a
esta sociedad. Sin ellos, es expedito el camino hacia la
dominación, el sometimiento y la resignación. Las empresas
eficientes no riman con un proyecto de estas
características. Más bien la meta es confinar a la gente a
un territorio donde la única urgencia sea aliviar lo más
esencial y que ese alivio sólo se encuentre acudiendo al
gobierno. Ya no es clientelismo, es dependencia de la más
grotesca. El único que puede parecer "eficiente" es el
Estado.
Saquean lo
que funciona y eso está en manos privadas; en la esfera
pública ya no va quedando una ubre sin ordeñar: ni
siquiera hay para pagar a los empleados en Guayana, menos
para honrar contratos colectivos, lo que explica el
montaje de protestas, paros y huelgas para simular
conflictos y echar mano de las empresas solventes, como
sanguijuelas que chuparán mientras no las espanten.
Esa
persecución, esa jactanciosa pretensión de cogerse lo que
no es suyo, ese acoso a quienes por generaciones
han creado empleos en este país, ese discurso soez que
apesta a resentimiento, esa es la nueva forma de saqueo.
El resultado es el mismo: asaltan, roban y destrozan. Uno
se pregunta qué más hace falta para probar la ilegitimidad
de estos actos. Otra pregunta obligada es qué más tenemos
que probarnos los afectados. Seremos, acaso, más
democráticos y respetuosos de la legalidad si no hacemos
los desentendidos? No pareciera.
El saqueo
tiene, por definición, fuerza propia. Imaginemos cómo se
potencia esa capacidad cuando lo realiza, no un pueblo
hambriento, sino un gobierno arbitrario. El saqueo es
telúrico, una especie de ira desatada de la naturaleza a
la que, si no se le pone freno, terminará tocando las
puertas de cada casa. Para poder defender los intereses
hay que saber dónde están. Los países cuyas élites han
tenido esto claro, respiran el oxígeno de la libertad aún
en medio de las atmósferas más enrarecidas.
mackyar@gmail.com
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