Profanación
por
Macky
Arenas
sábado, 7
febrero
2009
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La
profanación del lugar sagrado de los judíos en Venezuela
es la señal más alarmante de los extremos que ha tocado la
intolerancia en Venezuela. En esta ocasión, claramente
antisemita. Nuestro país fue siempre una tierra de gracia,
donde todo el que llegaba encontraba la calidez de un
hogar. Por eso se han quedado. Jamás fuimos reflejo ni
cobijo de rencores desatados por otros lares. Si algunos
se mataban en lugares lejanos, en Venezuela convivían sin
odios. Gentes que por siglos han albergado enconos, en
nuestra casa se comprendían perfectamente porque en ella
cabíamos todos.
Desde que
este agente de la inquina llegó al poder, lo más abyecto
de ciertos seres humanos ha sido instigado a manifestarse
de la manera más impúdica. Recordamos hoy cómo hace ya
varios años, una imagen de la Virgen María fue profanada
en la Plaza Altamira por una manada de hienas con droga en
las neuronas y alcohol en la sangre. Protagonizaron un
episodio grotesco, salvaje y asqueroso. Aquello daba pena
ajena y comenzábamos a comprender que el daño infligido
a ciertos grupos sociales por la prédica incendiaria de un
tipejo resentido, era lo suficientemente significativo
como para enajenar voluntades al punto de convertir a
seres humanos en auténticas bestias. Esto no es casual y
mucho menos involuntario.
En aquella
ocasión, el inolvidable Cardenal Rosalio Castillo Lara
envió un desagravio en donde escribió: "Hay que evitar
cuidadosamente todo lo que divida a los venezolanos en dos
bandos enemigos que tienden a aniquilarse". Ya
identificaba ese horror como el objetivo del régimen y
llamaba a los cristianos a trabajar para evitarlo. Sabía
de almas renegadas, ganadas para esparcir sufrimiento,
carentes de toda intención que tienda a la redención,
atormentadas para siempre por propia voluntad. El libre
albedrío tiene sus ventajas y también sus riesgos. De eso
sí que sabía el Cardenal y por ello se aferraba a la
Virgen, para que Ella nos obtuviera el perdón y la
concordia fraterna.
Lo que ha
ocurrido en la Sinagoga tiene al país espantado, indignado
y abochornado. En nuestra casa grande no puede pasar esto
nunca más. Y todo lo que hagamos se vale para evitarlo. Es
de nosotros hacerlo porque está visto que desde las
alturas del poder se trabaja en contrario. Debemos
denunciar este hecho como política de Estado en Venezuela.
Debemos llevar hasta el último rincón del planeta el
testimonio del rechazo de este pueblo noble y de
esta sociedad, todavía mayoritariamente sana, a la
impunidad que impera frente la violencia desatada por el
gobierno. Es nuestra responsabilidad registrar
cuidadosamente a quienes cumplen, convictos y confesos, la
agenda de exclusión de un régimen que va a terminar, pero
que tiene que arrastrar en su rodada a los terroristas que
hoy protege. No es retaliación, es justicia.
Los
credos debemos unirnos, sin el menor esguince, en respaldo
a la comunidad judía, compartiendo su dolor y repudiando
de la manera más firme y sonora este acto de profanación.
La profanación es un delito contra lo sagrado, una de las
formas más primitivas que puede adoptar la conducta humana
y la más estridente de las formas de cobardía. La
profanación es una confesión de impotencia porque es
pretender medir al cielo por la tierra. Realmente
patético, lo que no quiere decir que no sea fatal. Tanto
quien ordena como quien ejecuta una profanación está
marcado para siempre. Quien se hace de la vista gorda
peor, porque es tibio y no hace falta que recordemos el
destino de les aguarda. No se conoce un sólo caso en la
historia de la humanidad de profanadores que no hayan
pagado el tributo de su atrevimiento, pronto y caro.
mackyar@gmail.com
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