Durante los
discursos de Stalin al Presidium, el primer delegado que
dejaba de aplaudir era sacado de manera rutinaria para ser
fusilado. Eso pasaba durante la década de los 50. En
nuestros tiempos la cosa es más sutil, viene camuflajeada de
legalismos “a la medida” y precedida de falsas acusaciones
que justifiquen el zarpazo. Entre los intersticios de la
revolución chavista, intentar sostener una postura
independiente asegura una condena al silencio. El silencio
de la cárcel, el silencio del destierro, el silencio del
hostigamiento o el silencio hertziano. Es sólo cuestión de
esperar el golpe.
Para unos llega
antes, para otros después, dependiendo de los pliegues de
cada arruga. Pero siempre llega porque se trata de una
cuestión de naturaleza. Es imposible coexistir con el
autoritarismo si lo que el ciudadano quiere es vivir en
libertad. Si se trabaja con la información y la opinión, no
hay filigrana que valga: tarde o temprano se toca fondo
porque es completamente inconcebible subsistir bajo
dictadura manteniendo un comportamiento democrático. Salvo
plegarse, no se ha inventado una manera de hacerlo.
RCTV sabe
de eso.
Globovisión
también, pues si hay un canal que se las ha
jugado por la libertad de expresión y por la civilidad en
Venezuela ha sido el de Las Palmas. Eso lo conoce y reconoce
la colectividad. Trabajar lo más delicado con lo que se
puede lidiar es, de suyo, un compromiso de consistencia y
lealtad hacia principios y valores. Cuando se tiene más una
misión que un negocio, es imposible claudicar. Se podrá
diferir entre tácticas y lapsos, pero nunca confundir la
razón de ser. Si hay claridad y consecuencia respecto de
esas premisas, ya se pueden sufrir los más enconados ataques
y ser objeto de fieras retaliaciones, pero jamás se muere y
sucede con frecuencia que se comienza a vivir de una manera
mucho más intensa en corazones y conciencias cuando se
intenta el fusilamiento. Formas de aniquilación que no por
ser incruentas son menos reales. Esparcidos por nuestra
América hay casos de medios de comunicación que fueron
perseguidos, mutilados, defenestrados o arruinados por toda
clase de sátrapas en el poder. Y renacieron como el Ave
Fénix para abonar con sus cenizas el terreno destinado a
fértiles cosechas de libertad y democracia. Los sátrapas
pasaron y ellos se mantienen como símbolos de preeminencia
de la razón sobre la barbarie.
En un país en
que no hay Presidente sino jefe. Donde el jefe manda una
jauría y no una burocracia. Donde el jefe se venga de su
pueblo cuando no lo complace y ejecuta la señal de un medio
porque refleja en sus pantallas y a través de sus micrófonos
la voluntad de ese pueblo, en ese país hay una inequívoca
realidad dictatorial. Inequívoca debe ser igualmente nuestra
percepción de esa realidad y la formulación de alternativas.
No es que estamos a las puertas, es que las franqueamos hace
rato. Es el país en el cual cuando el Presidente lo
hace significa que no es ilegal. Es el país donde,
si le da la gana al jefe, silencia un canal y está cerrando
otra bombona al oxígeno ciudadano. Y los respiraderos no
retoñan.
“Durante
mucho tiempo no dije lo que creía, ni creo lo que digo, y si
alguna vez por casualidad digo la verdad, lo oculto entre
tantas mentiras que resulta difícil de hallar”.
Esto lo escribió Maquiavelo en 1521. Es lo que ha signado el
discurso presidencial en Venezuela desde hace casi una
década. El dictador espera que la mentira se imponga y que
la verdad permanezca oculta. De allí que medios
independientes constituyan, más que un escollo, un grave
peligro a conjurar.
Ya el asunto en
Venezuela ni siquiera se plantea como distinguir entre
dictadura y democracia; más bien se trata de asumir
responsablemente si estamos o no bajo una dictadura.
Definitivamente, no vivimos en una democracia donde el
Presidente se ajusta a la ley. Esto es una dictadura que
avanza en el marco de la arbitrariedad. Se agotó el
beneficio de la duda. Si no restituimos el imperio de la
Constitución, tal como ella lo ordena, estaremos
levantando nuestro propio patíbulo.
mackyar@gmail.com