El régimen se empleó a fondo en
una campaña por revertir una marcada tendencia a perder
terreno. Ella se manifestó claramente en los resultados del
domingo pasado. La oposición conserva el más anhelado botín
del oficialismo, el Zulia y literalmente le son arrebatadas
gobernaciones que, en su total, desde la Alcaldía Mayor
hasta el Táchira, constituyen el corredor electoral más
densamente poblado del país. Como en las buenas revanchas,
recupera Carabobo y la disidencia chavista marca territorio
en regiones donde, ventajismos de por medio, jamás la
oposición tuvo que pisarle los talones a los ungidos por el
betún de la nomenclatura.
Si en las mentadas salas situacionales del gobierno hay
gente conocedora, deben estar haciendo filigrana para
dorarle la píldora al presidente, o bien podrían estar
sufriendo un repentino ataque de sensatez al explicarle
cuánto ha cambiado un país que una vez lo distinguió rozando
el 90% de popularidad y acatamiento. Ya puede el jefe
recorrer la nación amenazando, regalando o prometiendo, que
la gente no es más pasto de la demagogia. Tan es así, que
los estados que ha conservado, siendo mayoría numérica, no
representan seguridad alguna para su proyecto
revolucionario. De portaaviones a bacalao es un trayecto muy
triste para un líder. No funcionó el dedo mágico.
Se acabó el cheque en blanco para manejar a Venezuela cual
hacienda feudal. Se acabó el histerismo comunista. Se acabó
el sueño sicótico de elegir entre patria o muerte. En el
segmento neurálgico del país, se acabó la patente de corzo
para la intimidación y la impunidad. Pero sobre todo, esas
zonas tan importantes restadas al chavismo están rescatadas
del deterioro y el malandraje, para el decoro y el progreso.
La gente venció el baremo histórico de la abstención y una
vez más probó que el peso democrático de este país está en
la sociedad civil, en la ciudadanía que envía un mensaje al
mundo de sobriedad y firmeza, más allá de un régimen que
pretende disfrazar su autoritarismo detrás de la cortina
electoral. Las profundas convicciones democráticas del
venezolano estuvieron otra vez por encima de los extremismos
de un gobierno agotado. Hay líderes que aprendieron a cobrar
y los electores a vigilar. Por eso no tuvimos que esperar un
año, ni dos, por los resultados. No obstante, consigno mi
personal convicción de que la oposición ganó en más estados
de los aceptados, a pesar de la dispersión de votos por
causa de la proliferación de candidaturas.
El pueblo venezolano voto masivamente y lo hizo en la
certeza de estar ante un dilema de gran trascendencia, cual
es elegir entre dictadura y democracia. No se trata, como
existe el riesgo de pensar, del simple despunte de
liderazgos “nuevos y frescos”. Ellos lo serán en la medida
en que respondan con sus ejecutorias a las expectativas de
sus comunidades, en la medida en que muestren su reciedumbre
para luchar por la plena reinstalación de la democracia en
Venezuela. Ese objetivo pasa por la completa destitución de
quienes han usurpado la representación popular. Lo que
ocurrió el domingo 23N es más bien la transferencia de
confianza de una sociedad a un puñado de opciones que supone
representan al ansiada libertad frente a un elenco soez,
destructivo y autocrático.
De la cabal comprensión de la razón por la que votamos y por
quienes votamos, depende el que esta pisada sea fuerte y que
nos permita detener el abuso y avanzar hacia la conquista de
mayores espacios. Pero también de eso depende el respeto que
el elenco, aún en el poder, observe sobre la gestión y
soberanía de los nuevos legítimos gobernantes regionales,
distritales y municipales.
mackyar@gmail.com