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por Macky Arenas
lunes, 24 noviembre 2008


El régimen se empleó a fondo en una campaña por revertir una marcada tendencia a perder terreno. Ella se manifestó claramente en los resultados del domingo pasado. La oposición conserva el más anhelado botín del oficialismo, el Zulia y literalmente le son arrebatadas gobernaciones que, en su total, desde la Alcaldía Mayor hasta el Táchira, constituyen el corredor electoral más densamente poblado del país. Como en las buenas revanchas, recupera Carabobo y la disidencia chavista marca territorio en regiones donde, ventajismos de por medio, jamás la oposición tuvo que pisarle los talones a los ungidos por el betún de la nomenclatura.

Si en las mentadas salas situacionales del gobierno hay gente conocedora, deben estar haciendo filigrana para dorarle la píldora al presidente, o bien podrían estar sufriendo un repentino ataque de sensatez al explicarle cuánto ha cambiado un país que una vez lo distinguió rozando el 90% de popularidad y acatamiento. Ya puede el jefe recorrer la nación amenazando, regalando o prometiendo, que la gente no es más pasto de la demagogia. Tan es así, que los estados que ha conservado, siendo mayoría numérica, no representan seguridad alguna para su proyecto revolucionario. De portaaviones a bacalao es un trayecto muy triste para un líder. No funcionó el dedo mágico.

Se acabó el cheque en blanco para manejar a Venezuela cual hacienda feudal. Se acabó el histerismo comunista. Se acabó el sueño sicótico de elegir entre patria o muerte. En el segmento neurálgico del país, se acabó la patente de corzo para la intimidación y la impunidad. Pero sobre todo, esas zonas tan importantes restadas al chavismo están rescatadas del deterioro y el malandraje, para el decoro y el progreso.

La gente venció el baremo histórico de la abstención y una vez más probó que el peso democrático de este país está en la sociedad civil, en la ciudadanía que envía un mensaje al mundo de sobriedad y firmeza, más allá de un régimen que pretende disfrazar su autoritarismo detrás de la cortina electoral. Las profundas convicciones democráticas del venezolano estuvieron otra vez por encima de los extremismos de un gobierno agotado. Hay líderes que aprendieron a cobrar y los electores a vigilar. Por eso no tuvimos que esperar un año, ni dos, por los resultados. No obstante, consigno mi personal convicción de que la oposición ganó en más estados de los aceptados, a pesar de la dispersión de votos por causa de la proliferación de candidaturas.

El pueblo venezolano voto masivamente y lo hizo en la certeza de estar ante un dilema de gran trascendencia, cual es elegir entre dictadura y democracia. No se trata, como existe el riesgo de pensar, del simple despunte de liderazgos “nuevos y frescos”. Ellos lo serán en la medida en que respondan con sus ejecutorias a las expectativas de sus comunidades, en la medida en que muestren su reciedumbre para luchar por la plena reinstalación de la democracia en Venezuela. Ese objetivo pasa por la completa destitución de quienes han usurpado la representación popular. Lo que ocurrió el domingo 23N es más bien la transferencia de confianza de una sociedad a un puñado de opciones que supone representan al ansiada libertad frente a un elenco soez, destructivo y autocrático.

De la cabal comprensión de la razón por la que votamos y por quienes votamos, depende el que esta pisada sea fuerte y que nos permita detener el abuso y avanzar hacia la conquista de mayores espacios. Pero también de eso depende el respeto que el elenco, aún en el poder, observe sobre la gestión y soberanía de los nuevos legítimos gobernantes regionales, distritales y municipales.

mackyar@gmail.com


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