Generalmente hay odio en el
espíritu de los autócratas. Todo el que pretende mandar a su
pueblo por la vía de la fuerza guarda odio y resentimiento
en su espíritu. Es allí donde debemos encontrar la
explicación, que no la justificación de su conducta.
Intentan que todos paguen por lo que alguien una vez les
hizo. Pretenden siempre cobrar porque sienten que le mundo
les debe. De allí el riesgo de que lleguen al poder y de
allí el peligro, una vez instalados en él. Poder ver esto a
tiempo es de capital importancia para cualquier sociedad que
desea vivir en paz. Ellos sólo traerán la guerra.
Esto ocurre en Venezuela. Se
encuentra al mando un individuo que no ha logrado encontrar
los motivos profundos por los cuales su siquis anda
dislocada. Es del dominio público que no acierta a dominar
su íntimo descontrol. No consigue procesar sus demonios
interiores y los suelta en bandadas, en fallido intento de
aplacar sus rabias sembrando angustia en los demás. Hace
mucho daño, al tiempo que incrementa el que él mismo sufre.
En esa desesperación que es su rutina, este tipo de mandante
se lleva los mejores años de una nación y compromete
generaciones. Saca lo peor de sus compatriotas, como todo
líder nefasto. Hace de cada día un empeño para dividir,
retroceder y desmotivar. Ningún país debe pasar por eso,
sobre todo si tiene el ejemplo tan cerca.
Sean cuales sean las causas por
las que logró ascender al poder y sin importar los traumas y
frustraciones personales que lo acogoten, los males que ha
traído a Venezuela el haberlo colocado en Palacio sólo
podrán evaluarse en toda su dimensión una vez que se haya
ido. Dejando de lado lo que ello vaya a costarnos y lo
difícil que resulte la recuperación, todo este calvario del
pueblo venezolano debe servir, al menos, para advertir a los
países hermanos acerca del laberinto de calamidades en el
cual de adentrarían, de elegir un gobierno que pueda
parecerse al que ahora nosotros sólo anhelamos terminar.
El desprecio que muestran por el
padecimiento de sus compatriotas, la mentira como léxico
oficial, la palabra soez, la predilección por cualquier
forma de corrupción como conducta y, sobre todo, el absoluto
desconocimiento de la voluntad popular, han sido y cada vez
lo son más, los sellos distintivos de lo que
jactanciosamente han bautizado "revolución", pero que todos
ya sabemos una tremenda involución. Salir de ella es
prioridad absoluta.
El Presidente es un obseso de la
reelección. Caracas, como ahora suele ocurrir, pasa varias
horas sin luz. Innumerables cadenas interrumpen
constantemente la programación de los medios radioeléctricos
para condenar a la audiencia a escuchar los amargos
desahogos presidenciales. Desde el pasado 23N su frecuencia
ha aumentado tanto como su agresividad. En plena víspera de
Navidad, las panaderías de varios sectores populosos de la
gran capital fueron cerradas por los sabuesos tributarios
sin aviso y sin protesto. El Presidente está furioso porque
el pueblo le negó su voto. El país se crispa de manera
creciente. El odio está al mando.
mackyar@gmail.com