Tres
años tienen los presos políticos en la Disip. Tres años en
los que innumerables traslados, audiencias y
testificaciones, han dejado en la más desnuda evidencia lo
que todo venezolano que estuvo, vio y vivió los hechos del
11-A sabe de sobra: que ellos no fueron, que en las
mazmorras del Helicoide no están los que son, porque sabemos
de dónde son los que son y que gozan de una libertad y
prerrogativas que no les corresponden.
Ni uno sólo de los testigos promovidos por el régimen
acusador ha osado hacerse responsable ni siquiera por una
hora de las que caben en esos tres años, como no sea la que
le toca por prestarse a la infame comedia. Los Comisarios de
la Dignidad están sembrados en esa miserable rueda de
asfalto, una vez albergue de hombres que soñaron combatir el
crimen que hoy ha convertido nuestras calles en ríos de
congoja. A pesar de que la realidad, terca, nos restriega
cuál es la aberración, quién la comete y dónde están autores
y secuaces, allí están los presos a quienes cuya conciencia
le dictó el proceder correcto que por tres años desvela a
sus perseguidores.
No puede el cinismo hilvanar un delito coherente. Tampoco
sustanciar ni sentenciar. Ignoramos si algún día dormirá
tranquilo aquél país que los rechazó. No sabemos si podrán
curar los corazones quienes por tres años evadieron su
vigilancia obligada, en aras del respeto al debido proceso.
Esa postura gallarda de nuestros Comisarios, mantenida a
sabiendas de que la lucha no sería corta, pero escurriendo
su verdad por los intersticios de las paredes frías y de las
abochornadas rejas, es un estribillo que difunde los
padecimientos para que se conozcan, para que jamás se
olviden y para que no se repitan.
Los presos políticos son un símbolo de cómo la maldad se ha
instalado cual oruga camaleante sobre puertas y ventanas. La
patria está hecha carbones, pero debajo están los tizones y
eso congela las risas de hiena sobre nuestros dolores.
Ellos, los nuestros, los que cantan bajo la tierra y en
silencio, cuanto más hombres son más valientes. Esos pesares
y esas lágrimas tienen una misión: que el inmenso fantasma
no cubra con su bruma a la nueva cruz de estrellas que se
levanta para los olvidados.
Jamás fabricaremos otro vellocino de oro, ni correremos
detrás de más hombres a caballo, ni nacerá un venezolano que
se aventure a someter a otro venezolano. Habrá país y habrá
tiempo para los días de confianza. Por lo pronto, no hay
borrones porque las cuentas son altas y viejas.
Llaman heroísmo al sometimiento a punta de pistola y
justicia al empeño de nuestras posesiones. Pero ya lo
escribió Neruda mejor que nosotros:
“Los dejamos pasar mirándonos, no pudieron
sacarnos una cáscara, doblegar un latido,
y se dirigieron cada uno a su tumba…
Nuestras lámparas siguen encendidas, ardiendo
Más altas que el papel y que los forajidos”.
mackyar@gmail.com