Inicio | Editor | Contáctenos 
 

Las pilas
por Macky Arenas
martes, 18 noviembre 2008


La tragedia de los pueblos bien podría medirse por la capacidad de ponerse a tiempo las pilas…o no. El pueblo alemán tuvo una oportunidad cuando Hitler avisó que acabaría con la democracia “con las armas de la democracia”. Se hacía evidente la hoja de vida de sus más cercanos colaboradores: Goering, un exdrogadicto; Goebbles, un resentido; Hess, un pillo de esquina. Todos, desadaptados y depravados, gente fracasada, frustrada y resentida, como el jefe. De no ser por la locura de aquellos tiempos, jamás habrían llegado a otro lugar que no fuera la cárcel. Pero nadie veía, ni oía, ni creía. Se entregaron a un gangster, de esos que piensan que las ideas son peligrosas en la cabeza del pueblo y pronto comenzó a quemar libros en piras públicas.

Tal vez una de las representaciones más patéticas de aquél escenario fatídico fue la figura caricaturesca Chamberlain, el flemático Canciller inglés que resumió para la historia la falta de pilas de Francia y Gran Bretaña. Les costaría caro en pérdida de vidas y en humillación para las que preservaron. La estupidez llegó a entregar Checoslovaquia y permitir que arrasaran con Polonia, entre otras concesiones, lo que los zampó directo, ya asolada Europa, a la guerra más cruenta de la historia. Y eso que “no querían guerra”.

Peleaban contra un ejército suicida cuyo jefe, desde su bien acomodado puesto en Berlín, les ordenaba resistir hasta el último hombre…o suicidarse, sin saber que esa “solución final” terminaría siendo la suya, una vez que su totalitaria cabezota comenzó a entender que aquello de “nacionalsocialismo o muerte” lo aplastaba contra la pared, en desesperada lucha por su propia vida. Era una catástrofe que se llevaba a todos los hombres del jefe, en ese remolino diabólico que ellos mismos echaron a andar poco más de una década atrás, pensando que duraría un siglo. Con eso arengaba Hitler a sus hombres para que no se rindieran y ellos le creían, tal vez porque jamás, a pesar de su descomunal poderío bélico, fueron otra cosa distinta a los “camisas pardas”, los círculos violentos que germinaron la desmoralización y devastación de la población civil en Alemania.

Todavía, al escapar Hitler de un atentado con bomba ejecutado por sus propios oficiales, hartos de tanto odio y de tanto desvarío arbitrario, pensaron que aquello era un buen augurio. Mussolini, quien se contaba entre los que hicieron público su regocijo, colgaría un año después de sus tobillos por las calles de Milán. A Hitler también le quedaba un año porque el destino de los tiranos suele conducirlos de la mano al infierno. Vivía entre colapso y colapso nervioso. No obstante, de espaldas a la realidad, celebró con pompa su 55 cumpleaños. Su última acción soberana fue poner un revolver en su boca y halar del gatillo.

Lo que los aliados encontraron como sello de ese período es inenarrable, tanto, que aún se cuenta y se muestra y hay quienes no creen. La razón por la cual se llegó hasta allí fue la falta de pilas que se traduce en falta de reacción y de respuesta. Sonará simple, pero es cierto que el lobo mostró los dientes, que “el imperio” de aquél momento se comportó como caperucita y que millares de seres humanos pagaron terriblemente el sometimiento y la inacción, lo que hoy los politólogos llamarían el “wait and see” (esperar y ver).

mackyar@gmail.com


© Copyright 2007 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.