A
todas luces, el gobierno prefiere que el país retroceda
hacia el oscurantismo y el caos. Pero en plena era del
desarrollo mediático y del protagonismo creciente de la
opinión pública, es absolutamente imposible obviar un
ejercicio continuado de la representación mediática. De allí
que los autócratas, al tiempo que disparan dardos
envenenados contra los medios, no puedan sin embargo
prescindir de ellos. Eso los lleva a cometer abusos que,
como veremos, son en realidad actos de infinita torpeza.
Me refiero a que en nuestros tiempos no obstante los
recursos que un gobierno pueda colocar al servicio de una
visión de la realidad ajustada a sus objetivos de coyuntura,
el sistema de comunicación actúa de manera tal que compara
permanentemente a la elite gobernante con las imágenes
sociales construidas por él. En otras palabras, somete a los
gobernantes a una continua confrontación refrendaria con los
ciudadanos y es justamente gracias a esas narraciones
cotidianas de los acontecimientos, que los medios de
comunicación estarían en condiciones de asegurar la
permanente presencia de los intereses generales en las
prácticas políticas. A los medios se debe el que la sociedad
no “desaparezca” entre elección y elección. Igualmente, a
los medios se debe el que un personaje público se refleje
constantemente en el juego de espejos que es la opinión
ciudadana. En esta dinámica, los medios se convierten
inevitablemente en el referente central de escenario
político y en una especie de instancia dispensadora de
legitimaciones y desacreditaciones.
Sin embargo, como esto no es toda la política, ni
necesariamente la dinámica social se agota es ese juego de
reflectores, debe andar con mucho cuidado el que crea que
apagando esos focos o encendiéndolos de otro color, evadirá
al ojo público. Podría ocurrir que la política se convierta
en noticia por su lado oscuro y la tela de araña mediática
sea sustituida por el tiro por la culata de las
consecuencias no previstas al cerrar las válvulas que sirven
para liberar las presiones sociales. La opinión pública, no
se rinde a los controles, sino que de manera inexorable
ejecuta su escrutinio. El hecho de que por periodos no
encuentre maneras de expresarse, no significa que no exista
agazapada detrás de la arbitrariedad y la amenaza, esperando
la oportunidad, sea una votación o un estallido, según se
acumulen las tensiones.
La opinión pública hace uso de los medios de comunicación y
por ello su influencia adquiere relevancia, por consiguiente
el control político que desempeña el sistema de comunicación
y la tutela que despliegan sobre la sociedad genera un nuevo
tipo de ciudadano y un nuevo tipo de medios y periodistas,
en virtud de su rol como grupo de presión. Si bien gobernar
la sociedad es querer influir en ella, el papel de los
medios y los periodistas como legítimo grupo de presión es
proclamar y defender ciertos valores morales sin los cuales
este azaroso oficio carecería de sentido. Gobierno que no
sea capaz de entender esto tiene sus días contados, así su
poder parezca ilimitado.
El mandante saliva ante la idea de silenciar un canal,
pequeño pero con prestigio profesional, balance político,
una línea editorial firme y trayectoria de respeto, único a
la mano de todos, en medio de un panorama de alto riesgo,
sesgado y violento. Se percatará de que, junto al estorbo
que puede representar, quedaría desprovisto de un
instrumento apreciado como catalizador alternativo? Entonces
es cuando uno, en ejercicio ficticio, colocado sobre los
zapatos del todopoderoso, siente el friíto recorrer el
espinazo al imaginar lo que sería su día después, sin
Globovisión.
mackyar@gmail.com