Cuando
los bombardeos alemanes arruinaron el aspecto la hermosa
catedral de Reims, Bernard Shaw dijo que entre las guerras y
las catedrales había que escoger. Algo semejante podemos
decir acerca de la prensa y los regímenes totalitarios. Los
cronistas de la Alemania nazi remarcaban que es posible
tener una prensa amena, vigorosa y bien informada de la
misma manera que un régimen perfectamente totalitario, como
en esa época lo tenían allí, en Italia y en Rusia. Lo que no
parece posible es tener ambas cosas a la vez. Cuando se
pretende embutir en un solo tubo de ensayo prensa y
autoritarismo, un turbio y tristón color gris comienza a
emerger de la mezcla. No podía ser divertida una prensa bajo
control de un régimen de esas características. No puede
atraer a nadie un medio que tiene marcada su pauta.
Lo mismo pasa cuando el Estado asume el control
confiscatorio de la economía, cuando se empeña en
ideologizar en lugar de educar, cuando aisla al país y
cuando vende como partido político lo que en verdad es un
feudo. Allí hay que resolver si lo que se quiere es
democracia o dictadura porque esa receta, para la
democracia, no funciona.
La prensa alemana perdió circulación durante el régimen
nazi. También el número de periódicos disminuyó, de acuerdo
con las cifras recogidas en la Memoria postal que se
publicaba. Entendían los financistas que mantener un
periódico en un Estado totalitario era una empresa que
carecía de sentido. Su contenido estaba constreñido a una
uniformidad tal que no dejaba espacio a las informaciones
abundantes y fidedignas. Goebbles, ministro de Propaganda,
insistía en que era capaz de lograr una prensa alemana
fuerte, diversa e interesante, pero nunca pudo encontrar la
fórmula para convertir en hechos sus propósitos y planes.
Aquí tenemos un drama parecido. Se nos quiere vender como
progreso lo que es retraso, como abundancia lo que es
escacez y como revolución lo que en verdad es el más abyecto
capitalismo de Estado. Por eso en el país, todo el que no
entendía ya va entendiendo y plantando cara a la
manipulación. En cuanto al exterior, las señales que se
envían son cada vez más confusas porque las supuestas
“rectificaciones”, que debían ser recibidas como reflejo del
talante democrático de un gobernante, sencillamente no se
entienden. Y lo que es peor, producen tan tremendas
suspicacias que se llega al punto de pensar si no habría
sido mejor para el remitente no haberlas enviado.
Democracia y dictadura no pueden coexistir. Libertad y
autoritarismo tampoco. Ni hablar de totalitarismo y prensa,
pasquines si, pero prensa no. Arbitrariedad para adentro y
fachada democrática para afuera es una fórmula muy frágil.
Hay que escoger.
mackyar@gmail.com