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Arrugue
por Macky Arenas
martes, 10 junio 2008


Dios quiera que el episodio del costo del transporte sirva para que la sociedad entre en cuenta del poder de la gente organizada y, sobre todo, decidida. No hay régimen, por más bocón, guapo, apoyado ni retrechero que sea, resistido ante el pueblo alzado en zafarrancho de combate, dispuesto a defender sus derechos. No les hizo falta un referéndum, ni una consulta, ni ir a las urnas. Transportistas y gobierno no negociaron. Ahora es que van a negociar, luego de medir reacciones y alcances de una medida irritante. Ya lo probamos con del decreto sobre Educación hace años, pero entre tanto agite como que se nos había olvidado…

Si tan sólo este hecho puntual tuviera la utilidad de señalar a los distintos sectores del país, todos crispados y todos en conflicto, que en este escenario no hay meta que se alcance ni juego que se gane si no se reta al gobierno, ya esta coyuntura habría dados sus frutos y los transportistas habrían comenzado a saldar su deuda con la sociedad. La razón se desnudó en esta ocasión: el gobierno se sabe débil ante un país indignado por tanto abuso y frustrado ante tanta decepción. Ni sus propios son leales, de allí la motivación inmediata de la ley-sapo. Perdieron el liderazgo para movilizar y se los mostró el fraude-hecho-en-casa con las candidaturas del PSUV. Ya no hay el recurso de eximir al Presidente de responsabilidad delante del pueblo y culpar a los subalternos, pues, según miden las encuestas, la gente se ha dado cuenta de quién es la mano peluda detrás de los desaguisados. Ni siquiera existe la posibilidad de contener eficientemente un buen zaperoco porque los que mueven las tropas, manejan los tanques y se suben a los avioncitos, también son primos, cuñados o hijos de los que manejan las camioneticas, los autobusetes y los “jeses” y no disfrutan de las mieles del privilegio como sí lo hacen los jerarcas militares. Allí está la fuerza de la gente y allí también la debilidad del régimen.

Esta vez no se trataba de padres “escuálidos” defendiendo a sus hijos. Esta vez eran los choferes, los conductores, los transportistas, los mismos que han parado Argentina, Bolivia y Francia, ante lo cual, el escuálido era el gobierno. Y en este caso no eran los transportistas de maquinaria, alimentos o vinos: eran los que llevan y traen gente. Tampoco hubo políticos involucrados que hicieran falta, sólo ellos protestando por sus necesidades. Mucho más explosivo el asunto. No era posible buscar a un Izarra para que se echara el muerto y luego mantenerle el cargo “por su dedicación a la revolución”. Entonces salió el que les conté vociferando que había que negociar, que las cosas no se hacían así, que él estaba alarmado con semejante procedimiento…o sea, escurriendo el bulto, lanzándolo a otras espaldas, tratando de amainar la tormenta. Arrugó afuera, cuando el siempre locuaz calló ante las últimas cumbres y arrugó adentro frente a los transportistas. Eso tiene un significado que el país debe ver a tiempo.

Hay que mantener la vigilancia porque intentará por otras vías, como siempre, como está haciendo al burlar la voluntad popular que rechazó su reforma a la Constitución y ahora la introduce, dobladita, a través de decretos habilitantes. Pero el arrugue es una señal, una lección y una tremenda evidencia. El que tenga ojos, que vea.

mackyar@gmail.com


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