Dios
quiera que el episodio del costo del transporte sirva para
que la sociedad entre en cuenta del poder de la gente
organizada y, sobre todo, decidida. No hay régimen, por más
bocón, guapo, apoyado ni retrechero que sea, resistido ante
el pueblo alzado en zafarrancho de combate, dispuesto a
defender sus derechos. No les hizo falta un referéndum, ni
una consulta, ni ir a las urnas. Transportistas y gobierno
no negociaron. Ahora es que van a negociar, luego de medir
reacciones y alcances de una medida irritante. Ya lo
probamos con del decreto sobre Educación hace años, pero
entre tanto agite como que se nos había olvidado…
Si tan sólo este hecho puntual tuviera la utilidad de
señalar a los distintos sectores del país, todos crispados y
todos en conflicto, que en este escenario no hay meta que se
alcance ni juego que se gane si no se reta al gobierno, ya
esta coyuntura habría dados sus frutos y los transportistas
habrían comenzado a saldar su deuda con la sociedad. La
razón se desnudó en esta ocasión: el gobierno se sabe débil
ante un país indignado por tanto abuso y frustrado ante
tanta decepción. Ni sus propios son leales, de allí la
motivación inmediata de la ley-sapo. Perdieron el liderazgo
para movilizar y se los mostró el fraude-hecho-en-casa con
las candidaturas del PSUV. Ya no hay el recurso de eximir al
Presidente de responsabilidad delante del pueblo y culpar a
los subalternos, pues, según miden las encuestas, la gente
se ha dado cuenta de quién es la mano peluda detrás de los
desaguisados. Ni siquiera existe la posibilidad de contener
eficientemente un buen zaperoco porque los que mueven las
tropas, manejan los tanques y se suben a los avioncitos,
también son primos, cuñados o hijos de los que manejan las
camioneticas, los autobusetes y los “jeses” y no disfrutan
de las mieles del privilegio como sí lo hacen los jerarcas
militares. Allí está la fuerza de la gente y allí también la
debilidad del régimen.
Esta vez no se trataba de padres “escuálidos” defendiendo a
sus hijos. Esta vez eran los choferes, los conductores, los
transportistas, los mismos que han parado Argentina, Bolivia
y Francia, ante lo cual, el escuálido era el gobierno. Y en
este caso no eran los transportistas de maquinaria,
alimentos o vinos: eran los que llevan y traen gente.
Tampoco hubo políticos involucrados que hicieran falta, sólo
ellos protestando por sus necesidades. Mucho más explosivo
el asunto. No era posible buscar a un Izarra para que se
echara el muerto y luego mantenerle el cargo “por su
dedicación a la revolución”. Entonces salió el que les conté
vociferando que había que negociar, que las cosas no se
hacían así, que él estaba alarmado con semejante
procedimiento…o sea, escurriendo el bulto, lanzándolo a
otras espaldas, tratando de amainar la tormenta. Arrugó
afuera, cuando el siempre locuaz calló ante las últimas
cumbres y arrugó adentro frente a los transportistas. Eso
tiene un significado que el país debe ver a tiempo.
Hay que mantener la vigilancia porque intentará por otras
vías, como siempre, como está haciendo al burlar la voluntad
popular que rechazó su reforma a la Constitución y ahora la
introduce, dobladita, a través de decretos habilitantes.
Pero el arrugue es una señal, una lección y una tremenda
evidencia. El que tenga ojos, que vea.
mackyar@gmail.com