El
ejército colombiano, en resguardo de la seguridad de su
territorio y una vez ubicadas sus coordenadas, actuó contra
el terrorismo. Esas sí que eran coordenadas. Esas no se las
soplaron los compinches, sino que las trabajó la
Inteligencia colombiana. No es un golpe cualquiera: acabaron
con el segundo al mando de las FARC. Desde que Marulanda
vegeta en los cuarteles de invierno, bien podría ser el
primero. Tendrán que recomponer sus cuadros, considerar si
dejan el entretenimiento de negociar secuestrados como si
fueran barajitas de álbum y recordar que están en guerra. En
la guerra pasan estas cosas. Aún recibidos en Europa por
organismos internacionales, en Colombia están en guerra. Aún
si en Venezuela el mandante de turno les ha prestado el país
para que desarrollen su calistenia “deliberante”, en
Colombia están en guerra. Una guerra que ellos declararon y
mantienen con increíble persistencia. Las FARC es objetivo
del gobierno colombiano porque los ciudadanos colombianos
son objetivo de las FARC. Así de simple.
El gobierno
colombiano le acaba de recordar a las FARC que mientras
secuestren, torturen, acaben con la biodiversidad, destruyan
la infraestructura vial, urbana y energética, vuelen
unidades del transporte público, recluten y entrenen niños
para las armas alzadas y comercien con la droga, son una
amenaza para los colombianos y como tales serán combatidos.
Que mientras se respalden en los secuaces de al lado, en
Colombia y sus preventivos alrededores están pillados y
sentenciados. Y que, si bien el gobierno cede a liberar
varios de esos forajidos, a prestar su territorio para que
helicópteros, con ropaje de la Cruz Roja pero repletos de
compinches venezolanos, se adentren a traer a la libertad a
“muertos en vida” y, aún más, pondría en práctica propuestas
sensatas como la de la Iglesia para continuar transitando
las interminables estaciones del Vía Crucis de las
conversaciones, no está, sin embargo, resignado a dejarse
tocar el trasero. Y es que el tema humanitario no puede ser
el empedrado para el conflicto inacabable. Una trampa caza-bobos,
en lugar de un instrumento digno.
La guachafita
del supuesto “rescate” de rehenes, que no es otra cosa que
una cruel utilización del sufrimiento de los secuestrados y
sus familiares para el canje de abundante billete por el
apuntalamiento de la descascarada imagen internacional del
presidente venezolano. Por eso éste último convirtió a la
pendenciera, aquella que se atracó de gofio seco amenazando
a tirios y troyanos desde la comodidad del Palacio
Arzobispal, en objetivo suyo en menos de lo
que dura un suspiro en la puerta de un colegio. No por lo
que hizo, a fin de cuentas en estricto acatamiento de lo
tantas veces ordenado, sino por el momento en que lo hizo.
Pero sucede que
ese pantanal en que se revuelve la “causa humanitaria”,
complica terriblemente la situación de los secuestrados,
actuales y potenciales. Eso lo sabe la inteligencia
colombiana y lo sabe Uribe, quien no anda, como el errático
presidente francés, preocupado por Ingrid Betancourt y sus
multinacionales compañeros de infortunio en sus ratos de
ocio. Para Uribe el asunto es serio. El está a cargo. El
atajo de terroristas restante tendrá que verse el ombligo y,
constatando su vulnerabilidad, dejar el bochinche mediático
y enfrentar que el asunto no es juego.
Del tiro, el de
aquí como que vio la luz cuando, sin venir a cuento,
exclamó: “Por estos lados, ni se les ocurra…”. Nada, que vio
las barbas del vecino a arder y metió las suyas en un tobo!.
mackyar@gmail.com