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S. C. V.
por Macky Arenas
lunes, 22 octubre 2007


Cuando nos tocó producir para Globovisión la biografía del Cardenal Castillo Lara, escuchamos muchos testimonios. Todos coincidían en que fue el venezolano de proyección más destacada y de mayor influencia en el exterior de que varias generaciones tengan noticia. Algunos conocedores de la vida en El Vaticano nos aseguraban que era tal su ascendencia en ese medio, que el personal bromeaba con las siglas de las placas de los automóviles. "S. C. V." significaba en realidad "Estado Ciudad del Vaticano", pero para los residentes era igual a: "Aquí las cosas se hacen Si Castillo Vuole", es decir, "Si Castillo quiere".

Esta referencia no busca resaltar una condición, sino poner de relieve dos cualidades: su gran celo apostólico y el inmenso apego a su patria. Ambas lo trajeron de regreso a Venezuela. Su Eminencia el Cardenal Rosalio José Castillo Lara hizo lo que la mayoría no concebía: dejar toda aquella solemnidad, su privilegiada posición en Roma, ganada a pulso por sus méritos y su fidelidad, para llevar una existencia sencilla y discreta en su Güiripa natal, como Pastor de pueblo. Tal vez emulando sin pretenderlo a su notable tìo, Monseñor Lucas Guillermo Castillo, a quien la Prensa bautizó en su día "El Arzobispo Párroco", por la humildad y diligencia con que atendía a sus feligreses en las más necesitadas parroquias de Caracas.

Para quienes pudimos disfrutar de su cercanía, quizá sean esas dos características las que sobresalgan con mayor nitidez: su amor a la Iglesia y su pasión por Venezuela. Repetía hasta el cansancio que la libertad había que defenderla con sólidas posiciones; y que si ello no era suficiente, pues con uñas y dientes. Estaba claro en que el rescate de la democracia no pasaba esta vez por los cauces tradicionales, sino que cada venezolano tenía que hacerse responsable por la restitución de la legalidad. Repetía, a todo el que quisiera escucharlo, que era inmoral el que se pretendiera arrinconar al país tras la tramoya de un proyecto fracasado que nos haría más pobres además de esclavos, por lo que todos teníamos la obligación de impedirlo. En esta línea y desde mi apreciación, el homenaje más certero a su memoria, fue el orientador y tajante documento de la Conferencia Episcopal Venezolana, emitido en coincidencia con sus exequias.

En lo personal, considero un inmerecido regalo de Dios su amistad. Confieso que se convirtió para mí en una especie de centro de equilibrio. Me producía un gran impacto el contraste entre su figura frágil y su imponente fortaleza interior, su firmeza de criterios y su carácter recio. Eso me aseguró en que "lo esencial es invisible a los ojos". Más de una vez vi sus lágrimas ante el relato del dolor ajeno. Siempre tenía tiempo para impartir un sacramento, para dar una bendición. El se tomó en serio su nueva naturaleza cuando le dijeron aquello de : "Tu es sacerdos in aeternum" (Eres sacerdote para siempre).

Su compañía me permitió renovar la fe en el poder de la oración. Era conmovedor verlo rezar. Algo casi hipnótico. El sabía que no se puede ser cristiano sino siendo personalmente Cristo. Conociéndolo, se que es muy capaz de haber ofrecido su vida y terribles sufrimientos físicos y morales de los últimos años, por la salvación de Venezuela. Si fue así, nuestra patria tendrá su Resurrección a la libertad. No tengo dudas. El era un Elegido.

mackyar@gmail.com


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