Cuando
nos tocó producir para Globovisión la biografía del Cardenal
Castillo Lara, escuchamos muchos testimonios. Todos
coincidían en que fue el venezolano de proyección más
destacada y de mayor influencia en el exterior de que varias
generaciones tengan noticia. Algunos conocedores de la vida
en El Vaticano nos aseguraban que era tal su ascendencia en
ese medio, que el personal bromeaba con las siglas de las
placas de los automóviles. "S. C. V." significaba en
realidad "Estado Ciudad del Vaticano", pero para los
residentes era igual a: "Aquí las cosas se hacen Si Castillo
Vuole", es decir, "Si Castillo quiere".
Esta referencia no busca resaltar una condición, sino poner
de relieve dos cualidades: su gran celo apostólico y el
inmenso apego a su patria. Ambas lo trajeron de regreso a
Venezuela. Su Eminencia el Cardenal Rosalio José Castillo
Lara hizo lo que la mayoría no concebía: dejar toda aquella
solemnidad, su privilegiada posición en Roma, ganada a pulso
por sus méritos y su fidelidad, para llevar una existencia
sencilla y discreta en su Güiripa natal, como Pastor de
pueblo. Tal vez emulando sin pretenderlo a su notable tìo,
Monseñor Lucas Guillermo Castillo, a quien la Prensa bautizó
en su día "El Arzobispo Párroco", por la humildad y
diligencia con que atendía a sus feligreses en las más
necesitadas parroquias de Caracas.
Para quienes pudimos disfrutar de su cercanía, quizá sean
esas dos características las que sobresalgan con mayor
nitidez: su amor a la Iglesia y su pasión por Venezuela.
Repetía hasta el cansancio que la libertad había que
defenderla con sólidas posiciones; y que si ello no era
suficiente, pues con uñas y dientes. Estaba claro en que el
rescate de la democracia no pasaba esta vez por los cauces
tradicionales, sino que cada venezolano tenía que hacerse
responsable por la restitución de la legalidad. Repetía, a
todo el que quisiera escucharlo, que era inmoral el que se
pretendiera arrinconar al país tras la tramoya de un
proyecto fracasado que nos haría más pobres además de
esclavos, por lo que todos teníamos la obligación de
impedirlo. En esta línea y desde mi apreciación, el homenaje
más certero a su memoria, fue el orientador y tajante
documento de la Conferencia Episcopal Venezolana, emitido en
coincidencia con sus exequias.
En lo personal, considero un inmerecido regalo de Dios su
amistad. Confieso que se convirtió para mí en una especie de
centro de equilibrio. Me producía un gran impacto el
contraste entre su figura frágil y su imponente fortaleza
interior, su firmeza de criterios y su carácter recio. Eso
me aseguró en que "lo esencial es invisible a los ojos". Más
de una vez vi sus lágrimas ante el relato del dolor ajeno.
Siempre tenía tiempo para impartir un sacramento, para dar
una bendición. El se tomó en serio su nueva naturaleza
cuando le dijeron aquello de : "Tu es sacerdos in aeternum"
(Eres sacerdote para siempre).
Su compañía me permitió renovar la fe en el poder de la
oración. Era conmovedor verlo rezar. Algo casi hipnótico. El
sabía que no se puede ser cristiano sino siendo
personalmente Cristo. Conociéndolo, se que es muy capaz de
haber ofrecido su vida y terribles sufrimientos físicos y
morales de los últimos años, por la salvación de Venezuela.
Si fue así, nuestra patria tendrá su Resurrección a la
libertad. No tengo dudas. El era un Elegido.
mackyar@gmail.com