Los
excesos verbales del mandante venezolano ya no sólo
exasperan a sus connacionales. Ahora ya no estamos solos en
esto. Aquellos que tenían problemas para comprender que no
basta haber llegado al poder - la primera vez- por una
elección democrática para permanecer legítimo en él, ahora
descubren que el tipo puede ser simplemente incalable.
Durante la Cumbre de Santiago la legendaria parsimonia real
devino en volcánica indignación. El incidente eclipsó los
motivos originarios de la cumbre, pero logró un sorprendente
objetivo: el Rey se robó el show. Deshonroso y humillante
para el discípulo del dictador cubano, tan diestro
encantando serpientes.
Las cumbres de Presidentes, muy criticadas pero puntualmente
frecuentadas por Fidel Castro y su corte de turno en el
continente, han servido siempre de escenario para que esas
personalidades atormentadas alimenten su ego, hagan gala de
su irreverencia y esparzan su discurso demagógico a los
cuatro puntos cardinales. Hasta ahora, ellos eran el show.
Pero se produjo una interesante carambola en esta ocasión.
El tiro fue tan certero que, después de la turbulencia, sólo
vimos a un Chávez aturdido tratando de explicar a la prensa
que esta vez no atinó a eludir, cómo es que el rey no puede
mandarlo a callar. Para quienes vivimos el 11-A, recordamos
a ese mismo Chávez, con ese mismo tono ansioso, silbando en
aquella oscuridad.
Pero no sólo el rey cambió el barajo de un manotón; no sólo
Chávez balbuceaba ante una prensa expectante, lleno de
moretones que no alivian los ungüentos; sino que su aliado
Rodríguez Zapatero, otrora hincha y socio, tuvo que brincar
a la acera del frente, asumir la defensa de lo suyo y
hablarle golpeado. El "pana" Ortega –porque no llega a la
categoría de socio-, recibió el impacto de los trastos
cuando el descompuesto monarca se paró y se fue. Aznar, que
ya colecciona improperios rojos-rojitos, fue reivindicado de
la manera más decidida por quien fuera su implacable
contrincante, ante los desplantes de quien fuera su mejor
amigo americano. "Cosas veredes, querido Sancho!"
Adicionalmente, el propio rey, cuyo arresto de dignidad
comprendemos por español más que por rey -y también por
eso-, tiene que estar evaluando esta carambola del destino
que lo coloca ante el discípulo de un dictador caribeño,
dictador con el cual ha debido alternar en tantas ocasiones
(ojala que con el pañuelo en la nariz) por defender los
intereses españoles, ahora por la misma razón enfrenta sin
vacilar, por mantener su pundonor y con él el de toda
España, al pupilo del reyezuelo cubano que le manotea en la
cara.
Por si fuera poco, todos aquellos quienes, bien por interés
o bien por comodidad, han permanecido impávidos ante estos
espectáculos y sobre todo ante las consecuencias de hacerse
los desentendidos cuando la desfachatez gana terreno,
vivieron la carambola final: el indispensable freno a la
prepotencia y al doble discurso que en criollo llamamos
"parao". Orgullo mata a chequera petrolera.
mackyar@gmail.com