Ciertamente
mejor que antes. Y en estas cosas, cuando no se retrocede,
ya es un buen avance. También se produjo una victoria, más
que simplemente electoral política-ideológica: está claro
ahora que el rechazo de los venezolanos hacia la instalación
de un sistema autocrático es total. También queda sellado y
refrendado el repudio del pueblo venezolano a las aventuras
castro-comunistas, así como la aversión de esta sociedad que
alcanzó importantes niveles de madurez colectiva al llamado
“socialismo del siglo XXI”. Está claro que no comemos
cuentos. Aquí perdió el proyecto y eso es clave.
Quedó claro que si se trata de consultar la opinión
ciudadana no es ese el camino ni es este el liderazgo,
porque la gente detesta la idea de un reyezuelo o de un
dictador trasnochado; de igual manera quedó claro que si
esta mayoría se pronuncia decidida -desafiando amenazas y
torniquetes- por la opción de la democracia y la libertad,
tampoco la obsesiva violencia de Estado, traducida en
pandillas mercenarias, será una herramienta para imponer la
dictadura porque esa misma mayoría sabrá elevarse en muro de
contención sobre cualquier terreno donde la lucha se
plantee.
Quedó claro que fue el país chavista y desde el trabajo
persistente y concienzudo de una sociedad democrática que
lleva ocho años enviando alertas y poblando las calles de
protestas, que se logró este resultado. Es por esa razón que
hoy podemos hablar de un rechazo nítido, de pueblo, de
mayorías ya reconocidas, ungidas de “legitimidad” por un CNE
cuya principal preocupación es no colocar en riesgo la
apetitosa jubilación. Ya la oposición no es parte del
decorado para un régimen que necesita exhibirla cuando le
cuelgan el remoquete de autoritario. La oposición es ahora
un sentimiento nacional que se amotina ante el cogollo que
alardea de poder absoluto. Eso es lo irreversible de este
cuento.
Pero este paquete tiene dobles fondos. Esta batalla está
ganada, no obstante la guerra continúa. La reconciliación es
una aspiración del alma venezolana que no conoce de
mezquindades. Sin embargo, es pronto para acariciarla pues
sólo será el resultado de los cambios indispensables y las
justas reivindicaciones, las cuales pasan por una definitiva
concertación de fuerzas democráticas. Así lo han probado
países que la han conseguido o están en vías de lograrlo.
Después de una experiencia como la venezolana el trabajo de
reunir las piezas dispersas será aún más arduo. En este país
el acto de traición a la patria fue mucho más allá de la
entrega territorial o el vandalismo de la riqueza. El daño
más grave a la soberanía se produce cuando se debilita a un
pueblo desde sus cimientos, desde lo más elaborado de su
tejido y desde lo más hondo de sus resortes. Este gobierno
ha puesto esmerado empeño en un demencial y diabólico
objetivo: desamalgamarnos. Por ello es de filigrana el paso
de rearmar el rompecabezas, donde cada pieza tiene su
especificidad y el trabajo exige cabezas centradas y
espíritus libres de la compulsión del poder. Es imperativa
la unidad desde la diversidad, esa que aporta la
sustentabilidad indispensable al esfuerzo para enfrentar los
tiempos que siguen, mucho más complicados y mucho más
virulentos. Sólo así continuaremos la racha y remataremos la
costura.
Y hace falta rematar porque quedamos mejor, pero en riesgo.
Al que lo dude, véase en el espejo de Mónica Fernández, de
Enrique Mendoza y del Cardenal Jorge Urosa. Las tres más
recientes víctimas de la arbitrariedad que aún sigue en el
poder, con poder.
mackyar@gmail.com