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Prisión política y dignidad
por Macky Arenas
sábado, 10 noviembre 2007


Estoy persuadida de no exagerar cuando afirmo que Rafael Arévalo González y Alberto Ravell están entre los venezolanos que han sufrido presidios más prolongados y, lo que es más importante, fueron intelectuales que en lugar de incubar odios o alucinar con venganzas, se dedicaron a ennoblecer el amor hacia su tierra y su gente. Víctimas de la arbitrariedad y el rencor de los tiranos de turno, lograron mantener invariable su dignidad, aún sepultados en lúgubres celdas a donde iban a parar sin fórmula de juicio, sin delito y sin defensa. Eran presos políticos. Su cautiverio era el castigo por ser libres.

Arévalo González rechazó las tentadoras ofertas de Gómez para trocar su “Pregonero” en una publicación genuflexa. El premio a la autocensura era convertirse en millonario de la noche a la mañana y gozar de privilegios inimaginables. Adiós a las cárceles, a las penurias y a las zozobras. Pero él, recio y magnífico, respondió a la barbarie hecha poder: “ Si cien veces se me presentara la misma coyuntura, otras tantas la rechazaría (…) No quiero que mis hijos se avergüencen del pan que se llevan a la boca. Quiero tener la frente siempre alta y recta la columna vertebral”.

Ravell, en carta a su madre fechada en el exilio en México el 7 de febrero de 1924, entre una cárcel y otra, escribe: “Yo me sentiría desgraciado, enfermo del peor de los males, el día en que tuviese que cambiar de vida, de ideales, de género de lucha. Sentiría algo así como un desgarramiento al enterrar mis ideales, esos por los cuales me hice sordo a la voz de la fortuna y cerré los ojos ante la tentación de la vida buena”.

En esos dos estandartes del civismo apuntalamos hoy nuestro homenaje y acompañamiento a los presos políticos que permanecen en las cárceles venezolanas sin tribunal, sin juicio y sin delito. Su encierro es producto de la manipulación política, del resentimiento revolucionario y del rastacuerismo judicial. Todos vimos a los pistoleros de Puente Llaguno, pero los comisarios están presos. No hay pruebas contra quienes los acompañan en el tristemente célebre Helicoide, pero allí vegetan, unos con y otros sin condena sin que se tenga noticia de qué hace la diferencia.

El general Felipe Rodríguez fungió de improvisado cirujano hace apenas unos días, al retirar los puntos de la herida del recién operado Iván Simonovis, porque no se le autorizó el traslado a una clínica. La “falta” del capitán Gevauer fue haber obedecido órdenes superiores durante aquellos días de abril, días que el entonces desencajado y aterrado presidente Chávez no quiere recordar pero tampoco puede olvidar; la de Francisco Usón, el haber explicado cómo funciona un lanzallamas. Es más larga de lo que se cree la lista de venezolanos privados de su libertad por causa de la revancha roja.

mackyar@gmail.com


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