Cuando
me enteré de los motivos que William Echeverría y José
Visconti habían expuesto en lugar de aceptar sin más el
premio de periodismo, aplaudí. Pero no sólo por haber
rechazado el recibirlo, sino por el mensaje que ese gesto
transmite en momentos en que se podría estar tentado a
pensar que en este país muchas dignidades se escurren para
ceder el escenario a los oportunistas y a los desfachatados.
Alivia constatar que ocho años de seducción revolucionaria
no han hecho mella en los principios y convicciones que la
ética impone a quienes, en determinados momentos y
circunstancias, debemos ser testimonio, voz y bandera.
Los merecimientos no están en discusión, pues ellos existen
con o sin premio. Pero cuando se toma la decisión de recibir
una distinción es porque quien la otorga merece respeto y
sólo por ello adquiere relevancia. Resulta una
inconsecuencia aceptarla si viene de aquellos que no pueden
honrarlo. Es el caso de estos profesionales de la
comunicación, quienes obviamente no pudieron entender las
razones que tuvo un gobierno que se ha especializado en
perseguir periodistas, denigrar del oficio y hasta confiscar
empresas de medios para, repentina y sorprendentemente,
“reconocer” su trabajo. No se prestaron al juego y marcaron
una diferencia muy importante con aquellos que aún no han
asumido el papel clave que ocupan los periodistas en la
sociedad; lejos de eso, se encuentran respaldando el más
grave atentado contra la libertad de expresión que se ha
cometido en la historia contemporánea de Venezuela. Ellos no
pueden otorgar premiaciones al periodismo independiente.
El periodista es el actor principal de los procesos que
hacen posible el acto de informar. Por lo tanto es imposible
converger en la fatuidad de un premio con quienes ponen cada
día más dificultades al acto de informar. Si bien los
periodistas no somos los únicos que corremos riesgos en las
sociedades donde no hay libertad, lo crucial en este caso es
que el riesgo se erige en un atributo específico y exclusivo
de la profesión. De ahí que la imagen del periodismo bordea
siempre la heroicidad y hay suficiente sensatez como para
colocar la seriedad de este compromiso por encima de un
galardón de ocasión.
Por otra parte, el periodista está siempre procurando que se
exprese la opinión pública y esa expresión es lo que
justifica su especificidad profesional. Así, el periodista
es el portavoz, de cierta manera el constructor y siempre el
defensor de una opinión pública que es la manifestación de
los deseos, expectativas y valores en una sociedad. El
convertir a la sociedad en opinión dota al periodismo de
justificación para ejercer una especial influencia en los
actores políticos y le permite un protagonismo sólido en el
escenario de la política. Por eso es tan complicado para un
gobierno enemigo de las libertades el coexistir con la
prensa libre. Qué podrían premiar?
En periodismo las preguntas son cruciales, a veces más que
las respuestas. Es claro que esta pregunta apareció como un
semáforo en rojo para ambos colegas. Yo me quito el
sombrero: Chapeau por ellos!