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La adulación a los pobres
por Luis V. Márquez
viernes, 10 julio 2009


No es ingenua la afirmación de Hugo Chávez, en torno a que “ser rico es malo”. Procura con su sentencia, enviar el mensaje de que la contraria también es válida; es decir, que “ser pobre es bueno”. De manera que, siendo pobre la inmensa mayoría del pueblo venezolano, y considerándose como requisito indispensable para la construcción del socialismo, la existencia de grandes masas de depauperadas (Giordani, dixit); es menester –entonces- asegurarse de que el grueso de la población se mantenga en esa condición, para justificar por siempre la vigencia de la revolución socialista.

Tampoco es inocente la oferta opositora de continuar “las misiones”, en caso de acceder al poder, y aún cuando se señale que serán mejoradas y dispuestas para servir a todos, sin distingos de ninguna especie. Hay en ese ofrecimiento, una indiscutible carga de engaño. En uno y otro caso, se intenta traficar con la ignorancia y el hambre de las grandes y empobrecidas mayorías nacionales. El interés manifiesto es el de la manipulación, para hacerlas pasto fácil de la demagogia y de los prometimientos populistas.

En el caso de Chávez, es colosal su cinismo y grotesca su inmoralidad. Con su postura deleznable, deja muy mal parados a quienes -estúpida o interesadamente- le reconocen una supuesta sensibilidad social y un humanismo sobrecogedor. El vástago de Hugo de los Reyes Chávez, Señor Feudal de Barinas, y de la amantísima Doña Elena Chávez y Frías, Duquesa de Sabaneta; debe conocer por experiencia propia lo que se sufre por ser hijo de ricos; y debe sentir también, el sustrato de maldad que conlleva descender de tan poderosa prosapia, que ha logrado multiplicar su ya de por si inmensa fortuna, en estos años estelares del progreso nacional.

En cuanto a las huestes opositoras, constituye una monumental idiotez; y una grave y censurable irresponsabilidad, pretender ser una alternativa política seria, creíble y consistente, cuando se le ofrece al pueblo llano y menesteroso, la misma medicina que le suministra Chávez, pero que éste hace en empaque original, con una apreciable sobredosis y con una indiscutible e inocultable efectividad.

El discurso, la estrategia y la acción de los políticos venezolanos, y en general de los políticos de América Latina y de otras latitudes tercermundistas, se enmarca dentro del propósito de agradar a los pobres para traficar con su miseria. Al margen de que el grueso de esa dirigencia sabe que no es factible concretar sus promesas; se esmeran en adular a los pobres, diciéndoles lo que quieren escuchar, y subestimándolos al no hablarles con la honestidad que se requiere, para reclamarles compromiso y disposición para asumir los valores del estudio, del trabajo y del ahorro, que son las únicas palancas, con las que pueden superar su tragedia particular.

Las más de las veces, ese liderazgo político sólo promueve el facilismo, el asistencialismo, la comodidad, el limosnerismo y el inmediatismo, que sólo conducen a la indigna situación de parias. Claro está, lo que se busca es condimentar una presa fácil que sea la delicia de gritones impostores, de corruptos y de retrasados morales, que imbuídos de cartillas ideológicas de corte igualitarista, sólo procuran su adhesión para sobre los jirones de su indigencia intelectual y estomacal, construir sus estructuras hegemónicas de poder.

Ser pobre, no sólo es malo, sino que conlleva a una trágica situación de dependencia. De manera que, cuando los filibusteros de la política ensalzan y adulan a los menesterosos, lo hacen a conciencia de su debilidad para discernir con propiedad y autonomía. Hay quienes justifican este comportamiento, aduciendo que no son –precisamente- “gente acomodada”, quienes conforman las grandes mayorías nacionales. De manera, que si queremos acceder al poder apuntalados en el apoyo popular, es preciso -entonces- enarbolar banderas, dibujar ilusiones y articular señuelos, que estimulen y enamoren a estos sectores depauperados.

Tal comportamiento de por si censurable, no constituiría -sin embargo- deleznable crimen , si luego de conquistar las posiciones de poder , se dedicaran –con disposición y realismo- a hacer todo lo posible, y más allá de lo que la dinámica del poder les permita, a reivindicar a estas masas necesitadas. Porque no hacerlo, y además cobijarse bajo la continuidad de esas falencias para consolidar logros políticos y perpetuarse en el poder, si constituye grotesco, repudiable y horrendo crimen, que evidencia la catadura moral de quienes así se conducen.
Es un hecho incontestable, el persistente maridaje entre pobreza material e ignorancia. Las más de las veces, la pobreza es producto de la ignorancia; y en no pocos casos, también la ignorancia es, consecuencia de la pobreza. Pero ello no implica determinismo alguno. Se puede ser materialmente pobre, pero tener un grado de conciencia y de discernimiento apreciable. Como también, se pueden tener “ sus maneras” –como dicen en mi pueblo, para hablar de los que tienen riquezas materiales- y ser una absoluta y soberbia nulidad.

Así las cosas, observo que no ha habido momento más propicio en Venezuela para asumir el discurso y enarbolar las banderas de la derecha política. Por supuesto, hablo de la Derecha Democrática, que cree en las libertades civiles manifestadas en la libre expresión del pensamiento y de la opinión, y en la libertad de asumir o no, cualquier credo religioso. Hablo de la Derecha Democrática que cree y promueve las libertades políticas asentadas en el derecho a escoger libremente, de manera efectiva y transparente, y a través de la institución democrática del sufragio, a nuestros gobernantes, y en la posibilidad de controlar el desempeño de estos gobernantes, productos de la soberanía popular.

Y fundamentalmente hablo, de la Derecha Democrática que cree y promueve las libertades económicas encarnadas en el derecho a la propiedad privada, la libre iniciativa de los particulares, la libre empresa, y en el capitalismo como único sistema económico capaz de producir la riqueza, los puestos de trabajo y el progreso, que rescate de la pobreza a inmensas capas poblacionales. En definitiva, hablo de una ideología que promueva la democracia, la libertad, el pluralismo y la preeminencia del individuo sobre el estado.

Esto, por supuesto, demanda una retórica y una conducta que expresen claramente y con contundencia los postulados de esta corriente de pensamiento ideológico. Todos los sectores de la vida nacional –y especialmente los más depauperados- deben ser norte de nuestra prédica diferenciadora. Los riesgos que conllevan, el decir otro discurso y promover otras salidas distintas a las ya consuetudinariamente fracasadas -pero imbuídas de ese arrullador y pernicioso igualitarismo socialistoide- debemos correrlos, para construir y organizar embriones de este nuevo pensar y accionar político.

Y más allá de las incomprensiones de los mismos sectores empobrecidos, y de las satanizaciones que -con toda seguridad- nos harán quienes usufructúan su indigencia, es menester asumir este reto. No es fácil ni será pronta la cosecha de esta tarea transformadora. Pero hay que asumirla a conciencia, y a propósito de esta coyuntura inmejorable para mostrar nuestras diferenciaciones.

Ser rico no es malo. Más aún, es muy meritorio serlo, si nuestra riqueza es el fruto de nuestro trabajo honesto, emprendimiento audaz y dedicación exclusiva, a las tareas de la producción económica. Y ser pobre no es, ni puede ser bueno. Una vida signada por carencias de elementos primarios para una subsistencia decente, no puede comportar ninguna situación plausible y deseable. Peor aún y sobremanera, cuando no hacemos nada para superar nuestra tragedia particular, esperando que sean otros quienes hagan lo que nos corresponde hacer a nosotros.

Esto debemos repetirlo y repetirlo. Y además debemos señalarle a esas masas populares, que su condición de pobreza es –en gran medida- producto de su irreponsabilidad, de su inmediatismo, de su facilismo y de su falta de compromiso par autogestionar su futuro. La adulación a los pobres, no es lo conducente en esta hora y lugar, ni comporta ninguna innovación política. Ya eso lo han hecho otros, y de manera inmoral. Más bien, debemos hablarle descarnadamente de la responsabilidad indiscutible que tienen en la insurgencia y consolidación de sus miserias materiales. Convocarlos con claridad y coraje a asumir sus propias responsabilidades; hablarles y recriminarles -aún con la dureza que comporta el decir verdades insolentes- es tarea indispensable, para poder construir una sociedad pujante, independiente, laboriosa y progresista.

El propósito de sustituir a Chávez no puede imponernos -a quienes creemos en la necesidad de transformar verdaderamente a la sociedad venezolana- un discurso timorato y calculador. Porque en nuestro caso, el objetivo no puede ser solamente sustituir a Chávez y a la patota militar-cívica que actualmente sojuzga a Venezuela. El fin tiene que ser, relevar a Chávez y a quienes ayer y hoy, han impuesto las fracasadas prácticas socialistoides, que no constituyen remedio alguno para superar la pobreza.

Umberto Eco -desde su perspectiva- acaba de afirmar, que el problema de Italia no es Berlusconi, sino los italianos. Nosotros podemos decir –sin temor a equívocos, y parafraseando al laureado intelectual italiano- que el problema de Venezuela no es Chávez, sino los venezolanos.

Por supuesto, son responsables en gran medida -de esta lamentable situación del país- muchos papanatas, bucaneros, medianías y pillastres que hacen –salvando las necesarias excepciones- de elites del poder y del saber. Pero son fundamentalmente responsables de este drama, quienes se dejan utilizar y no hacen nada –o hacen muy poco- para superar su tragedia particular. Trabajar dignamente, esforzarse por salir de abajo por mérito propio, estudiar y educarse para afrontar los obstáculos en este mundo competitivo, y participar activamente en nuestro destino de pueblo, deben ser las vertientes de un discurso que les reclame a los sectores populares, mayores responsabilidades para contribuir al progreso y desarrollo de nuestro país. Adularlos para utilizarlos, y luego hundirlos en su miseria, es definitivamente inmoral.


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