Por
donde se le vea, ya que estemos ubicados a la derecha o a la
izquierda, en las alturas, en las llanuras o en las
profundidades, e incluso en la posición más neutral, la
situación que se ha generado en Honduras a propósito de la
sustitución de Manuel Zelaya como Presidente de la
República, nos ha traído incontables lecciones que no
deberíamos obviar, ni mucho menos subestimar; al margen de
la posición que nuestros países ocupen en el contexto
internacional.
Ocurre
que el liderazgo político del mundo, asentado en la ONU y en
la OEA, han condenado con extraña unanimidad –y esta es la
primera lección- el supuesto golpe militar que se habría
gestado para separar a Zelaya de la Presidencia. Los grandes
y los chicos; los desarrollados y los atrasados; los
capitalistas y los socialistas; los europeos, americanos,
africanos, asiáticos y los de Oceanía; y en fin, todos los
gobiernos, han condenado el “golpe de estado” y reclamado a
“gañote suelto” que regresen a Mel. Muchos Presidentes o
Jefes del Poder Ejecutivo, acuden a la solidaridad
automática para curarse en salud, y otros
–inexplicablemente- le acompañan en su interesado jueguito.
Por
supuesto, un país pequeño y pobre como Honduras, no requiere
de cuidadosos análisis, de engorrosas consultas, de “mesas
de negociación y acuerdos”, ni de puntos condicionantes. A
Zelaya lo eligió el pueblo hondureño como Presidente, y al
margen de que haga lo que le venga en ganas –y he aquí la
segunda lección- nadie ni nada podrá apartarlo del poder.
Aún cuando se declare “neodictador” - como gustan llamar
ahora a quienes hacen de la Constitución un rollo de papel
toilette- no podrá tocársele ni con el pétalo de una rosa.
Es decir, que la legitimidad de origen no sólo es mucho más
importante que la legitimidad de desempeño, sino que esta
última no importa ni interesa si se tiene apoyo popular, e
incluso aún no teniéndolo, como pareciera ser el caso de
Manuel Zelaya.
Otra
lección que habremos de asimilar a propósito de este
episodio hondureño, es la que se refiere al papel que deben
jugar los militares en las sociedades democráticas. Una
institución que por principios es de naturaleza
antidemocrática como la institución armada, sólo es aceptada
y permitida dentro de un estado democrático, habida cuenta
la necesidad que tiene el estado de garantizar por
intermedio de la administración de la violencia legítima,
amén de la defensa y seguridad nacional, la coacción
necesaria para que todos los ciudadanos y los entes del
poder público, se sometan al imperio de la Constitución y la
Ley.
En el caso hondureño, la Fuerza Armada de ese país, no sólo
actuó conforme a la letra constitucional establecida en los
artículos 272 ( Las Fuerzas Armadas de Honduras se
constituyen para mantener y defender el imperio de la
Constitución y el principio de la alternabilidad en la
Presidencia de la República, entre otras obligaciones) y 323
(Los funcionarios son depositarios de la autoridad,
responsables legalmente por su conducta oficial, sujetos a
la ley y jamás superiores a ella. Ningún funcionario o
empleado, civil o militar, está obligado a cumplir ordenes
ilegales o que impliquen la comisión de un delito), sino que
demostraron con hechos palpables –y esto es lo apreciable de
su lección- que no los movían pretensiones de hacerse con el
poder, como ha quedado evidenciado.
Consterna; no obstante, que los defensores “democráticos”
del orden internacional, se empecinen en hablar de “golpe
militar”, desentendiéndose de los elementos que generaron la
crisis política de ese país, donde la interferencia
extranjera y la pretensión de Zelaya de seguir un libreto
que le permitiera perpetuarse en el poder, tuvieron
incidencia definitiva en los eventos que se desencadenaron.
De
igual modo, debemos extraer de estos hechos hondureños,
otras conclusiones finales que gravitan alrededor de esta
coyuntura política de carácter internacional. Me refiero en
primer término, al cinismo de algunos líderes de izquierda
-y al de las “putas tristes” que les sirven de celestinaje-
cuando se trata de salvaguardar espacios de poder para sus
proyectos ideológicos. El caso del “demócrata” Raúl Castro
-voceando a todo pulmón- sus compromisos libertarios y
democráticos con los pueblos de América y del mundo,
definitivamente produce ascos por tamaña inmoralidad.
En
segundo lugar, es obvia la visión de conjunto que tiene la
izquierda internacional cuando se trata de defender a uno de
los suyos. No importa que sea un recién llegado como el
“izquierdista revolucionario” Zelaya, o una momia al estilo
Fidel Castro. En esa misma Honduras, hace poco tiempo, esa
misma OEA –dominada y conducida por la izquierda
latinoamericana- que hoy amenaza a expulsar al país
centroamericano del sistema regional, por su alejamiento de
la democracia; produjo una resolución invitando
encarecidamente y por unanimidad a la “democracia” cubana,
para que se reinsertara en ese organismo internacional, como
ya se había anunciado en la Cumbre de Trinidad y Tobago.
Mientras, la supuesta derecha internacional no sólo se
observa disgregada, desinformada y carente de estrategia,
sino que acompañó el “enternecedor” gesto de invitar a Cuba
a retornar a la OEA en aquella oportunidad. Y hoy vuelve a
hacer comparsa para deslegitimar una acción verdaderamente
democrática, dizque para salvaguardar la institucionalidad y
el estado de derecho democrático.
Finalmente –y esto vaya en tercer lugar– los acontecimientos
del país centroamericano, nos han mostrado la decadencia del
imperio norteamericano. Pues, que el Presidente de la
primera potencia económica y militar del mundo, esté más
pendiente de hacerles arrumacos y conservar las simpatías de
quienes no esconden sus pretensiones totalitarias,
hegemónicas y definitivamente contrarias a la libertad y la
democracia, en aras de salvaguardar su popularidad, nos
convencen del deterioro de esa nación.
Quienes
ayer se equivocaron, cuando no tuvieron empacho en apoyar
cruentos golpes militares y sanguinarias dictaduras, en una
supuesta lucha contra el comunismo, y en aras de imponer su
visión y su poder. Se vuelven a equivocar hoy, pero ahora de
la mano del comunismo, cuando se manifiestan contrarios a
comportamientos indudablemente democráticos –como el
ocurrido en Honduras- y acompañan la histeria y el desenfado
de una visible estrategia izquierdista, que utiliza los
mecanismos y prerrogativas que ofrece la democracia, para
–desde la misma democracia- destruir al sistema de
libertades e imponer sus socialismos totalitarios.