No
existe nada más antidemocrático que el embuste y la
tergiversación de la verdad. No es lo mismo abordar una
verdad con distintas aproximaciones contrarias a su
autenticidad que totalmente negar que dicha verdad exista.
Tratar una verdad con análisis y reflexiones que enturbien
su esencia formal puede formar parte de la preparación que
el embuste necesita para instaurarse como verdad. Se dice
que una mentira dicha mil veces se convierte en una verdad,
cosa con la cual no podemos estar totalmente de acuerdo, a
causa de que la verdad, a pesar del cansancio que ejerce la
patraña, queda tácitamente sobreentendida en el
subconsciente individual y colectivo.
La acumulación de pruebas para certificar que una verdad es
verdadera, o desenmascarar que una mentira es mentira,
requiere de ingentes esfuerzos que se generan de la premisa
“nadie es culpable hasta que no se demuestre lo contrario”.
La enorme lista de “supuestos” embustes acumulados durante
los últimos diez años de vida política venezolana, nos
indican lo lejos que estamos de hacer valer o defender
nuestra democracia.
Todos los venezolanos, oficialistas o de oposición,
conocemos virtualmente la agenda antidemocrática del
movimiento bolivariano. Sin embargo, ésta sólo se manifiesta
como una verdad tácita y difícil de certificar como verdad
verdadera.
En nuestro caso, los consecuentes embustes han llegado a
tales niveles de recalcitrante imposición, que más bien
deben ser considerados como simples argumentos de coacción y
no de abierta discusión democrática.
Posiblemente, es por eso que el informe de Interpol (que nos
prueba que la verdad negada alberga la debilidad de ser
reivindicada) ha generado un desasosiego general en las
filas del oficialismo. Si buscamos la causa del desbordado
desvelo bolivariano, la encontraremos en sus verdades
escondidas (o más bien en sus insostenibles embustes) y
verificaremos que el Socialismo del Siglo XXI descansa sobre
una virtual montaña de falsedades que como frágil castillo
de naipes amenaza toda su estructura encaminándolo hacia su
definitiva desaparición.
En estos diez años de mordaza política, no hemos logrado
probar, contundentemente, ni uno solo de los abusos
cometidos contra la democracia venezolana (aunque ya hemos
mencionado que no por eso han dejado de ser harto conocidos,
tanto nacional como internacionalmente).
Son quizás, por fin, las pruebas acumuladas en los
computadores de Reyes, las que podrán desencadenar la
investigación de todas las otras supuestas verdades
hipócritamente impuestas desde la doctrina represiva
bolivariana.
Aunque el embuste y la democracia son como el aceite y el
vinagre, nunca deberemos olvidar que sí existen las
emulsiones. Y que éstas, dada su composición, se pueden
revertir si las cortamos.