Debemos reconocer que “el voto
castigo” contiene gran poder de aglutinamiento, así como en
esa incontenible fuerza que hizo posible la victoria del
Teniente Coronel en 1999.
Debemos reconocer también que su efectividad no tiene nada
que ver con la “efectividad política” que se genera desde el
sano discurso democrático (donde bien organizadas
oposiciones generan argumentos pulidos y discutidos con
amplitud), sino que más bien acostumbra a dar (“el voto
castigo”) resultados difíciles de predecir, cosa que en la
actualidad no necesitamos explicar.
Nuestro problema actual no es que no existan alternativas a
la profunda mediocridad política que vivimos hoy sino, todo
lo contrario, que existen varias y muy bien identificadas
tendencias ideológicas que bien podrían considerarse como
“válidas alternativas”.
Ante tal circunstancia, como lo es la necesidad de utilizar
la fuerza inherente que contiene el “voto castigo”, por un
lado, y el peligro de repetirnos en otro catastrófico
desarrollo político como el actual, por el otro, sólo
optamos, en vez de aunar esfuerzos categóricos y
definitivos, por un irresponsable aprovechamiento de la
confusión que nos ofrece el “río revuelto” que crea el
propio “voto castigo”, río donde todo el mundo quiere
pescar, a su manera, sin saber qué sacará de sus turbias
aguas.
Aparentemente (y digo aparentemente para ser benévolo), la
mayoría de los dirigentes políticos del país no quieren
creer (a pesar de que lo ven a diario) que el peligro que
vivimos hoy alberga “insospechables” posibilidades de seguir
deteriorando nuestro entorno social; y también que,
prácticamente, todo pueda resultar en la definitiva
eliminación de lo poco que nos queda de libertad.
Esa ingenuidad nace posiblemente del debilitamiento del
temple que se necesita para ejercer una política visionaria
y pragmática que nos saque, definitiva e integralmente, del
subdesarrollo político, social y administrativo que
experimentamos hoy.
¿Existe alguna otra alternativa para contrarrestar los
efectos negativos que nos puede volver a generar el “voto
castigo” que la de acordar pactos ideológicos que rompan la
posible atomización del mismo?
La oposición al gobierno bolivariano no sólo debe acordar
una plataforma política común sino que también debe aprender
a defenderla ante sus seguidores.
Sólo así, ideológicamente unidos por esencialidades
democráticas (aunque sólo sea por un pacto democrático
transitorio), obtendremos el necesario campo de acción que
nos permita enfrentarnos al mediocre populismo que, como
todos sabemos, vive de pescar en ese mismo río revuelto que,
a toda costa, debemos evitar.
Quizás en Venezuela existen más bolivarianos que los que ya
conocemos, ya que considero que para ser un verdadero
chavista bolivariano, no sólo basta con votar por Chávez
sino que también requiere de “hacer uso” de las mismas
estrategias que el Teniente Coronel utiliza.
¿Dónde están los políticos “de oposición”, abiertos al
diálogo y a la concordancia?
Preséntense, que por ustedes iremos a votar…