Tratar
de demostrar que existe lo indemostrable ha sido, y es,
parte esesncial del quehacer político del gobierno
bolivariano.
El asunto de la reducción horaria de la jornada laboral se
enmarca en esta premisa, ya que pretende certificar, de
manera cínica, que sí existe un mercado de trabajo
productivo en el país.
Si la jornada laboral va a ser de ocho o seis horas diarias
es totalmente irrelevante. Ya que da igual que fuera de
tres, de dos o simplemente de media hora; ya que lo
importante para que tal medida tuviera algún efecto, es que
al menos existieran suficientes puestos de trabajo
productivo en el país.
Un país forzado a una política clientelista (dádivas
posibles gracias a su economía estrictamente rentista),
elimina, en competencia desigual, la posibilidad generadora
de la industria privada; industria que podría producir para
el consumo interno o, en el mejor de los casos, para generar
divisas de exportación no petroleras (en consecuencia, no
sólo no se generan empleos sino que, contrariamente, cada
vez existen menos).
De esta manera, ya casi no existen productos endógenos (ni
puestos de trabajo independientes de la administración
pública), a no ser los que hace posible la explotación
petrolera (que ya sabemos están absolutamente condicionados
políticamente). Los productos exógenos, de forma alarmante,
abarrotan nuestros mercados (economía de puerto) haciendonos
cada vez más dependientes de las actividades comerciales
externas y del bozal administrativo de las roscas que
importan con el dinero que se roban de los fondos de la
nación.
Esta situación nos ubica, consecuentemente, dentro de los
parámetros ideológicos de la nueva oligarquía: “es malo ser
rico” (simplemente porque el saco no da para más). La
Venezuela popular, es un país que hoy sólo consume productos
de tercera o de cuarta (¿Por qué no mejor decir que son de
la quinta categoría?): arroz y mortadelas de Mercal,
tractores y automóviles iraníes, productos de higiene de
pésima calidad y cualquier baratija plástica importada que
mantenga la ilusión de un mercado informal (también
sustentado por la importación).
¿Cómo reducirán los buhoneros su jornada laboral...?
Venezuela no es competitiva, ni se acercará a serlo con esta
desconcertante manera de manejar su economía. Y en cuanto a
aspirar a llegar a ser esa bocona “potencia” que sugiere el
gobierno bolivariano, se requeriría primero de que
desaparecieran todos los gringos, todos los europeos, los
tigres asiáticos, los chinos, los rusos y hasta toda la
gente de Brasil. Y peor aún, si nosotros, humildes testigos
de esta rebatiña de corrupción y privilegios mal habidos no
reaccionamos dándole un parao a esta caterva de indecorosos
recienvestidos que insaciablemente pretenden tener cada vez
más, no llegaremos ni siquiera a ser un país en vías de
desarrollo.
La Reforma Constitucional, junto con la Reconversión
Monetaria y las supuestas “virtudes” del cambalache de
objetos y servicios, pronto nos hará tocar el fondo que nos
obligará a reaccionar insólitamente (de esa manera que
todos, calladamente, sabemos que ocurrirá).