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¿Cuál jornada laboral?
por Liko Pérez
martes, 28 agosto 2007


Tratar de demostrar que existe lo indemostrable ha sido, y es, parte esesncial del quehacer político del gobierno bolivariano.

El asunto de la reducción horaria de la jornada laboral se enmarca en esta premisa, ya que pretende certificar, de manera cínica, que sí existe un mercado de trabajo productivo en el país.

Si la jornada laboral va a ser de ocho o seis horas diarias es totalmente irrelevante. Ya que da igual que fuera de tres, de dos o simplemente de media hora; ya que lo importante para que tal medida tuviera algún efecto, es que al menos existieran suficientes puestos de trabajo productivo en el país.

Un país forzado a una política clientelista (dádivas posibles gracias a su economía estrictamente rentista), elimina, en competencia desigual, la posibilidad generadora de la industria privada; industria que podría producir para el consumo interno o, en el mejor de los casos, para generar divisas de exportación no petroleras (en consecuencia, no sólo no se generan empleos sino que, contrariamente, cada vez existen menos).

De esta manera, ya casi no existen productos endógenos (ni puestos de trabajo independientes de la administración pública), a no ser los que hace posible la explotación petrolera (que ya sabemos están absolutamente condicionados políticamente). Los productos exógenos, de forma alarmante, abarrotan nuestros mercados (economía de puerto) haciendonos cada vez más dependientes de las actividades comerciales externas y del bozal administrativo de las roscas que importan con el dinero que se roban de los fondos de la nación.

Esta situación nos ubica, consecuentemente, dentro de los parámetros ideológicos de la nueva oligarquía: “es malo ser rico” (simplemente porque el saco no da para más). La Venezuela popular, es un país que hoy sólo consume productos de tercera o de cuarta (¿Por qué no mejor decir que son de la quinta categoría?): arroz y mortadelas de Mercal, tractores y automóviles iraníes, productos de higiene de pésima calidad y cualquier baratija plástica importada que mantenga la ilusión de un mercado informal (también sustentado por la importación).

¿Cómo reducirán los buhoneros su jornada laboral...?

Venezuela no es competitiva, ni se acercará a serlo con esta desconcertante manera de manejar su economía. Y en cuanto a aspirar a llegar a ser esa bocona “potencia” que sugiere el gobierno bolivariano, se requeriría primero de que desaparecieran todos los gringos, todos los europeos, los tigres asiáticos, los chinos, los rusos y hasta toda la gente de Brasil. Y peor aún, si nosotros, humildes testigos de esta rebatiña de corrupción y privilegios mal habidos no reaccionamos dándole un parao a esta caterva de indecorosos recienvestidos que insaciablemente pretenden tener cada vez más, no llegaremos ni siquiera a ser un país en vías de desarrollo.

La Reforma Constitucional, junto con la Reconversión Monetaria y las supuestas “virtudes” del cambalache de objetos y servicios, pronto nos hará tocar el fondo que nos obligará a reaccionar insólitamente (de esa manera que todos, calladamente, sabemos que ocurrirá).
 


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