A
pesar de haber iniciado y levantado el estándar de bienestar
social del país durante casi 50 años, lo único que perdura
de socialdemocracia en Suecia son las intenciones de
solidaridad para con los más débiles (cosa que también la
derecha respeta sin discusión). Podríamos decir que los
suecos sí están conscientes de que los procesos sociales son
tanto evolutivos como involutivos (no revolucionarios o
contrarrevolucionarios), y que hay que estar continuamente
adaptándose a las circunstancias del momento.
Cuando titulo “El mito del socialismo sueco”, lo hago a
conciencia de que no es tal mito a los ojos de los
ciudadanos de este país; quienes han disfrutado de una
evolución “social y democrática” impecable (y no de una
revolución socialista). Si apartamos la única represión
violenta, ocurrida en 1931 en Ådalen, donde fuerzas
militares asesinaron a cinco obreros que demandaban mejoras
salariales, el resto del siglo XX discurrió bajo el manto
del sano diálogo democrático. Entre otras cosas, porque
siendo los suecos personas que necesitan producir su propio
pan (y no venezolanos acostumbrados a vivir de la renta
petrolera), entienden la necesidad de cooperar.
El 5 de febrero de 1849 nace August Palm en Suecia. Hombre
de profesión sastre; pero también socialista y agitador
(fundador de la socialdemocracia en 1889). Y en 1920, toma
posesión Hjalmar Branting como el primer “Primer Ministro”
socialdemócrata del país. Desde ese momento en adelante, la
socialdemocracia toma las riendas del discurrir político de
Suecia. Y es tan acertada su propuesta social, que pronto el
mito “socialista” se transforma en lo que verdaderamente es,
y pasa a ser denominado, internacionalmente, como “El modelo
sueco” (The Swedish Model), o la concertación de una
economía combinada y con responsabilidad de incentivar el
bienestar social.
Las posibles razones del decaimiento actual de la
socialdemocracia sueca descansan en dos premisas
fundamentales (estrechamente ligadas). La una, parte de la
necesidad de asegurar un mínimo de bienestar social que con
los años dejó de ser un “mínimo” para pasar a ser una cómoda
(y pasiva) manera de malvivir del clientelismo estatal (con
la nefasta y antidemocrática influencia de la posible
factura política consecuente). La otra, es que la
competencia internacional (Suecia no tiene petróleo sino que
tiene que producir algo que vender) forzó la competencia
interna. Si los chinos ganan “tanto” por fabricar un
televisor muy barato que venden en el mercado internacional,
los suecos, con el estándar de hoy, no son competitivos en
ese mercado. Sin embargo, la estrategia inteligente ha sido
especializarse en la producción de altas tecnologías (know
how) que le venden a un mundo tan capitalista como el de
ellos mismos.
La socialdemocracia sueca, sobre todo durante el mandato
pasado de Göran Persson, hizo ingentes esfuerzos por
adelantar una modernización del esquema socialdemócrata,
pero sólo logró, atado a praxis evidentemente atávicas, que
la derecha, más agresiva y adelantada en la problemática
circunstancial de los mercados internacionales actuales,
ganara de manera apabullante.
A muchos chavistas, analfabetos políticos más bien (y
perdonen la debilidad del golpe bajo), les encanta
identificarse con el “socialismo sueco” (y hasta hablan de
uno nórdico), desconociendo que la socialdemocracia sueca,
para sobrevivir, tuvo que prescindir, públicamente, de
cualquier connotación comunista. Y que incluso forzó al
partido comunista sueco (hoy llamado simplemente
“izquierda”), también públicamente a tomar distancia del
comunismo si aún pretendía tener acceso a algún tipo de
coalición política con el “Partido de los Trabajadores” (los
socialdemócratas).
Suecia es y siempre ha sido (desde los años veinte),
sencillamente, un país moderno y eficiente donde la política
funciona bajo el estricto control de su bien aceitada
organización democrática. Por eso mismo, Suecia, más que un
símbolo socialista o capitalista, es un símbolo de
pragmatismo democrático.
Cuanto quisiera yo que comenzáramos a funcionar así en
Venezuela (país hoy desahuciado de toda justicia
democrática).
Pero, desgraciadamente, tendremos que salir primero, a como
dé lugar, de la oligofrenia y la mala fe que reina en las
alturas del ilegítimo poder que ostentan los bolivarianos en
Venezuela.
¡Que vergüenza me da tener que reconocer lo bajo de adonde
hemos llegado!