La
frenética y falsa defensa de la soberanía nacional (que por
supuesto excluye la injerencia del régimen cubano), es sólo
entendible desde la estricta necesidad de querer lograr un
aislamiento total de Venezuela; un aislamiento necesario que
logre entorpecer el control de los derechos humanos y haga
más efectiva la instauración de una oligarquía perenne en el
país.
Es por esta necesidad de “querer quedar totalmente aislados”
que oímos a los personeros del gobierno despotricar y
descalificar, groseramente, contra personeros de otros
países.
La actitud conflictiva del gobierno de Venezuela (que según
yo, no fue elegido soberanamente), no sólo compromete
internacionalmente a los que directamente cometen las
fechorías desde el estado sino que arrastra a toda la
colectividad nacional, ya que de acuerdo a la praxis
internacional, todos pagaremos los desmanes de los que ahora
nos representan.
En las sociedades cerradas (aisladas del gran mundo), como
lo son las actuales de Irán, Siria, Libia, Corea del Norte,
Bielorusia, Zimbawe y Cuba, ni se discuten ni se mencionan
jamás los derechos universales del hombre; ya que eso huele
a una peligrosa globalización que lleva implícita la temida
e inconveniente globalización de los derechos humanos. Esas
atribuladas sociedades deberían de revelarnos, claramente,
el poquísimo nivel de libertad interna de que disfrutan sus
ciudadanos y hacernos despertar del cómodo espejismo que
peligrosamente nos impide entender nuestra propia realidad.
Venezuela va precipitadamente entrando al club de los
pueblos definitivamente no-democráticos del planeta. Y esto
lo vamos logrando a punta de empuñar incansablemente las
falsas banderas de nuestra supuesta libertad, de nuestra
supuesta soberanía y de nuestros supuestos derechos humanos
(estos últimos administrados desde una delictiva “defensoría
del pueblo”, que ya lleva a cuestas más de cien mil muertos
por violencia en menos de nueve años).
Las “supuestas idioteces” que constantemente vocifera
Nicolás Maduro (por no mencionar a todo el gobierno
bolivariano), no son en realidad idioteces sino más bien
estrategias bien pensadas para que nos vayamos aislando, o
enquistando cada vez más, en una “guarimba internacional”
que logre esconder el desastre que vivimos.
Con la próxima multimillonaria compra de armas a Lukashenko,
estamos comenzando a penetrar aguas profundas; y aunque sea
cierto que desde hace rato hemos traspasado la raya de lo
internacionalmente aceptable, aún no hemos comenzado a
percibir las nefastas consecuencias de nuestro irresponsable
proceder.
Estoy seguro, y me atrevo a pronosticarlo, que pronto se
revertirá esa paciencia internacional. Y que cuando las
cuentas a pagar, irremediablemente, se vayan acumulando en
el saco sin fondo de nuestra irresponsabilidad, será
demasiado tarde para revertir nuestra realidad sin que nos
cueste infaustos sacrificios y desgarrantes sufrimientos.
Entendamos entonces que no es sólo nuestro diálogo bravucón,
soez y conflictivo el que nos empuja hacia un futuro
siniestro, sino también nuestro concreto quehacer
desestabilizador, nuestras armas amedrentadoras y nuestras
injerencias directas en los asuntos de nuestros vecinos del
continente. Todo esto, de seguir así, sólo hará que
recojamos desgracias en vez de paz y progreso; y que
finalmente no podamos ni siquiera frenar un catastrófico
advenimiento.
Nuestra incomprensible apatía nos hace inevitablemente
copartícipes del envilecimiento de nuestra sociedad. Y esto
sucede no sólo por ingenuidad o por miedo, sino también por
sinvergüenzura y comodidad.
En nosotros (la ciudadanía disidente y los militares
institucionalistas) recae la obligación inmediata de
neutralizar a la reducida e irresponsable caterva de insanos
delincuentes que nos gobierna, antes de que se les escape
algún tiro desestabilizador que nos lleve al desastre de una
confrontación fraternal.
Los dados están echados.