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La soberanía y el derecho internacional
por Liko Pérez
viernes, 27 julio 2007


La frenética y falsa defensa de la soberanía nacional (que por supuesto excluye la injerencia del régimen cubano), es sólo entendible desde la estricta necesidad de querer lograr un aislamiento total de Venezuela; un aislamiento necesario que logre entorpecer el control de los derechos humanos y haga más efectiva la instauración de una oligarquía perenne en el país.

Es por esta necesidad de “querer quedar totalmente aislados” que oímos a los personeros del gobierno despotricar y descalificar, groseramente, contra personeros de otros países.

La actitud conflictiva del gobierno de Venezuela (que según yo, no fue elegido soberanamente), no sólo compromete internacionalmente a los que directamente cometen las fechorías desde el estado sino que arrastra a toda la colectividad nacional, ya que de acuerdo a la praxis internacional, todos pagaremos los desmanes de los que ahora nos representan.

En las sociedades cerradas (aisladas del gran mundo), como lo son las actuales de Irán, Siria, Libia, Corea del Norte, Bielorusia, Zimbawe y Cuba, ni se discuten ni se mencionan jamás los derechos universales del hombre; ya que eso huele a una peligrosa globalización que lleva implícita la temida e inconveniente globalización de los derechos humanos. Esas atribuladas sociedades deberían de revelarnos, claramente, el poquísimo nivel de libertad interna de que disfrutan sus ciudadanos y hacernos despertar del cómodo espejismo que peligrosamente nos impide entender nuestra propia realidad.

Venezuela va precipitadamente entrando al club de los pueblos definitivamente no-democráticos del planeta. Y esto lo vamos logrando a punta de empuñar incansablemente las falsas banderas de nuestra supuesta libertad, de nuestra supuesta soberanía y de nuestros supuestos derechos humanos (estos últimos administrados desde una delictiva “defensoría del pueblo”, que ya lleva a cuestas más de cien mil muertos por violencia en menos de nueve años).

Las “supuestas idioteces” que constantemente vocifera Nicolás Maduro (por no mencionar a todo el gobierno bolivariano), no son en realidad idioteces sino más bien estrategias bien pensadas para que nos vayamos aislando, o enquistando cada vez más, en una “guarimba internacional” que logre esconder el desastre que vivimos.

Con la próxima multimillonaria compra de armas a Lukashenko, estamos comenzando a penetrar aguas profundas; y aunque sea cierto que desde hace rato hemos traspasado la raya de lo internacionalmente aceptable, aún no hemos comenzado a percibir las nefastas consecuencias de nuestro irresponsable proceder.

Estoy seguro, y me atrevo a pronosticarlo, que pronto se revertirá esa paciencia internacional. Y que cuando las cuentas a pagar, irremediablemente, se vayan acumulando en el saco sin fondo de nuestra irresponsabilidad, será demasiado tarde para revertir nuestra realidad sin que nos cueste infaustos sacrificios y desgarrantes sufrimientos.

Entendamos entonces que no es sólo nuestro diálogo bravucón, soez y conflictivo el que nos empuja hacia un futuro siniestro, sino también nuestro concreto quehacer desestabilizador, nuestras armas amedrentadoras y nuestras injerencias directas en los asuntos de nuestros vecinos del continente. Todo esto, de seguir así, sólo hará que recojamos desgracias en vez de paz y progreso; y que finalmente no podamos ni siquiera frenar un catastrófico advenimiento.

Nuestra incomprensible apatía nos hace inevitablemente copartícipes del envilecimiento de nuestra sociedad. Y esto sucede no sólo por ingenuidad o por miedo, sino también por sinvergüenzura y comodidad.

En nosotros (la ciudadanía disidente y los militares institucionalistas) recae la obligación inmediata de neutralizar a la reducida e irresponsable caterva de insanos delincuentes que nos gobierna, antes de que se les escape algún tiro desestabilizador que nos lleve al desastre de una confrontación fraternal.

Los dados están echados.


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