¿Solidaridad? por
Liko Pérez
martes, 26
junio
2007
La
palpable ausencia de solidaridad de parte de la comunidad
internacional hacia el pueblo de Venezuela no será fácil de
olvidar.
Al margen del apoyo esporádico de algunos grupos políticos
de tinte liberal, el silencio ha sido siniestro y
desconsolador; sobre todo de parte de una internacional
socialista que no se decide a criticar las políticas “amarra
votos” (clientela social), que el gobierno bolivariano le ha
impuesto a todo el pueblo venezolano (en sustitución de la
natural libertad individual que ha caracterizado a la
idiosincrasia del país).
Es cierto que los asuntos energéticos y la deslumbrante
danza de una chequera irresponsable son capaces de hacer
dudar a cualquiera. Pero al mismo tiempo, nos indica esa
duda una profunda ausencia de solidaridad para con un pueblo
que naufraga en las aguas tormentosas de un evidente
totalitarismo ladrón y alucinador.
Desgraciadamente, hemos debido alcanzar la clara debacle que
vivimos hoy para lograr levantar cierta tardía connotación
con los que creyeron poder negociar con el populismo actual
sin pagar las consecuencias.
Yo personalmente me resisto a lloriquear por esa traidora
actitud. Más bien creo que esa misma falta de solidaridad
(cuando más la necesitábamos), nos auto-legitima como
sociedad soberana y digna; y sobre todo como insignia de una
posible nueva sociedad (cuando salgamos de esta pesadilla)
deslastrada de cualquier compromiso histórico mitigante de
nuestra libertad.
Aparentemente, el problema de la globalización (en algunos
países) es que lo que se hace con la mano derecha (libre
mercado), se entorpece con una mano izquierda (plagada de
conformismos narcóticos); mano que se extingue sin futuras
perspectivas de supervivencia en el mundo moderno actual.
Evidentemente, no existe (en esta izquierda internacional)
correspondencia entre teoría y praxis, entre libertad y
condicionamientos sociales, entre derechos y deberes (a no
ser por la excepción de ciertos modelos como el sueco, que
también se ha hecho partícipe de ese silencio lapidario).
Venezuela ameritaba (y ameritaría actualmente), de una clara
y aunada posición internacional que presionara y
contrarrestara la cuestionada legitimidad que hasta ahora se
le ha ofrecido (tanto activamente como por omisión) al
totalitarismo bolivariano.
La solidaridad con los supuestos programas dadivosos del
gobierno actual (aunque simplistamente “buenos”), siempre se
debieron sopesar con la represión de toda la clase media
venezolana (que no es poca); y evitar que los unos (los
pobres) queden para siempre (como en Cuba o en Corea del
Norte) presos bajo el manto de las ayudas o privilegios
condicionados desde el poder, y los otros (la clase media
trabajadora) queden despojados del fruto de su metódico
trabajo y sudoroso quehacer.
Sinceramente, la comunidad internacional le debe una
explicación al pueblo de Venezuela.