La
lucha por la locha de la leche de los muchachos fue una
frase muy conocida a finales de los años cincuenta o
comienzos de los sesenta. El nombre del programa televisivo
“La pregunta de las sesenta y cuatro mil lochas” revelaba la
fabulosa cantidad de ocho mil bolívares. Y el medio real de
los dos reales del bolívar, constituía lo que el escolar de
aquellos tiempos necesitaba para un par de catalinas o un
golfeado con bastante papelón.
Eran tiempos felices donde la inflación prácticamente era
inexistente.
El matiné del Cine Virginia de Los Dos Caminos costaba un
real; y las cotufas, tostones o maní tostado a la entrada
del mismo, un medio por porción (o cucurucho).
No existía entonces la Avenida Francisco de Miranda, sino la
Calle Real de Los Palos Grandes, la cual terminaba a la
altura del Coney Island; ya que más pa´ llá, después de Los
Dos Caminos, se encaminaba uno al interior de la república
(donde Los Chorros o el mismo Petare, idílico pueblo de
provincia, ofrecía al atareado ciudadano sus refrescantes
virtudes).
¿Quién puede ser tan iluso de pensar que recuperaremos
aquella idílica circunstancia con el solo hecho de quitarle
tres ceros a la moneda nacional?
Eso quisiera yo, y muchos otros, supongo; si no fuera por
haber aprendido, a sangre y fuego, que la realidad no se
puede maquillar con tanta facilidad.
Como el gobierno actual no explica o no quiere explicar lo
que es un “efecto placebo”, se me ha ocurrido que es
importante comentarlo en este escrito; eso por si acaso
alguien adolece de la falta de su comprensión.
El efecto placebo pretende engañar al cuerpo (o a la mente)
por sugestión. La praxis más común es la de administrarle
una medicina activa (digamos agua con medicina contra alguna
enfermedad), a la mitad de un grupo de personas; y
dispensarle a la otra mitad (con el mismo mal), una medicina
inactiva (o agua con simple azúcar).
Según mi entender, está científicamente comprobado que
algunos individuos tratados con el agua con azúcar, creyendo
que han ingerido agua con medicina, reaccionan de una manera
positiva tangible. Aunque la enfermedad, no tratada
debidamente, no desaparece realmente (y en el peor de los
casos, hasta recrudece su actividad).
Cuando los europeos introdujeron el Euro, se encontraron con
un problema similar. Gran cantidad de monedas (como la
peseta, la lira o el escudo portugués, entre muchas otras)
se vieron revaluadas por la desaparición de distintos ceros;
provocando efectos que para la Unión Europea eran conocidos
con antelación.
Había simplemente que estar preparados para trasegar con un
“casi imposible de retener” (pero natural) proceso de
inflación (cosa para la que sí eran competentes a
enfrentar).
En el caso de Europa, los cálculos precisaban un corto lapso
de desarrollo inflacionario (y previamente financiado), para
luego estabilizarse y armonizar las diferencias del poder
adquisitivo entre los distintos países.
Muchos años y muchas cabezas inteligentes fueron las que,
casi como en una misión espacial, calcularon los beneficios
o las dificultades de tal reconversión.
Pero aquí en chaburrolandia, donde lo único que se sopesa es
el efecto placebo a muy corto plazo, terminará con que una
catalina o un golfeado (cosas que desgraciadamente casi han
desaparecido de nuestra vernácula cultura), no van a costar
lo que costaban antes de la reconversión (cosa natural).
Sino que no existirán los mecanismos de compensación
(producción interna, sueldos y cosas por el estilo), que
logren compensar la natural depreciación del poder
adquisitivo de la nueva moneda fuerte.
Reconvertir no es entonces malo (si existe solidez económica
interna). Lo que es malo es reconvertir sin asumir la
responsabilidad de su efecto (cosa que reluce por su
ausencia en este régimen dadivoso de corte charlatán).
Si analizamos la situación de hoy (sin las complicaciones
que puede implicar una reconversión monetaria), está claro
que el gobierno no tiene la capacidad de frenar la inflación
actual; y entonces mucho menos la que una reconversión (sin
sólidas bases económicas internas y sin un mercado productor
endógeno) conseguiría maximizar.
¡Ta´barato, dame dos…!- parece que será la cantaleta inicial
que disfrutaremos a partir del 1 de enero del 2008. Y eso
podrá durar hasta que la alcancía quede vacía y nos veamos
obligados a empezar a comer cartón piedra (con el agravante
de que ni siquiera eso, el cartón piedra, va a alcanzar para
alimentarnos a todos).
Entonces sospecho que entre “Reales”, “Medios”, “Puyas” y “Lochas”,
la cosa se nos va a poner como muy “Fuerte”.