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¿Cuatro medios, dos reales, ocho lochas o veinte puyas?
por Liko Pérez
lunes, 26 marzo 2007


La lucha por la locha de la leche de los muchachos fue una frase muy conocida a finales de los años cincuenta o comienzos de los sesenta. El nombre del programa televisivo “La pregunta de las sesenta y cuatro mil lochas” revelaba la fabulosa cantidad de ocho mil bolívares. Y el medio real de los dos reales del bolívar, constituía lo que el escolar de aquellos tiempos necesitaba para un par de catalinas o un golfeado con bastante papelón.

Eran tiempos felices donde la inflación prácticamente era inexistente.

El matiné del Cine Virginia de Los Dos Caminos costaba un real; y las cotufas, tostones o maní tostado a la entrada del mismo, un medio por porción (o cucurucho).

No existía entonces la Avenida Francisco de Miranda, sino la Calle Real de Los Palos Grandes, la cual terminaba a la altura del Coney Island; ya que más pa´ llá, después de Los Dos Caminos, se encaminaba uno al interior de la república (donde Los Chorros o el mismo Petare, idílico pueblo de provincia, ofrecía al atareado ciudadano sus refrescantes virtudes).

¿Quién puede ser tan iluso de pensar que recuperaremos aquella idílica circunstancia con el solo hecho de quitarle tres ceros a la moneda nacional?

Eso quisiera yo, y muchos otros, supongo; si no fuera por haber aprendido, a sangre y fuego, que la realidad no se puede maquillar con tanta facilidad.

Como el gobierno actual no explica o no quiere explicar lo que es un “efecto placebo”, se me ha ocurrido que es importante comentarlo en este escrito; eso por si acaso alguien adolece de la falta de su comprensión.

El efecto placebo pretende engañar al cuerpo (o a la mente) por sugestión. La praxis más común es la de administrarle una medicina activa (digamos agua con medicina contra alguna enfermedad), a la mitad de un grupo de personas; y dispensarle a la otra mitad (con el mismo mal), una medicina inactiva (o agua con simple azúcar).
Según mi entender, está científicamente comprobado que algunos individuos tratados con el agua con azúcar, creyendo que han ingerido agua con medicina, reaccionan de una manera positiva tangible. Aunque la enfermedad, no tratada debidamente, no desaparece realmente (y en el peor de los casos, hasta recrudece su actividad).

Cuando los europeos introdujeron el Euro, se encontraron con un problema similar. Gran cantidad de monedas (como la peseta, la lira o el escudo portugués, entre muchas otras) se vieron revaluadas por la desaparición de distintos ceros; provocando efectos que para la Unión Europea eran conocidos con antelación.

Había simplemente que estar preparados para trasegar con un “casi imposible de retener” (pero natural) proceso de inflación (cosa para la que sí eran competentes a enfrentar).

En el caso de Europa, los cálculos precisaban un corto lapso de desarrollo inflacionario (y previamente financiado), para luego estabilizarse y armonizar las diferencias del poder adquisitivo entre los distintos países.

Muchos años y muchas cabezas inteligentes fueron las que, casi como en una misión espacial, calcularon los beneficios o las dificultades de tal reconversión.

Pero aquí en chaburrolandia, donde lo único que se sopesa es el efecto placebo a muy corto plazo, terminará con que una catalina o un golfeado (cosas que desgraciadamente casi han desaparecido de nuestra vernácula cultura), no van a costar lo que costaban antes de la reconversión (cosa natural). Sino que no existirán los mecanismos de compensación (producción interna, sueldos y cosas por el estilo), que logren compensar la natural depreciación del poder adquisitivo de la nueva moneda fuerte.

Reconvertir no es entonces malo (si existe solidez económica interna). Lo que es malo es reconvertir sin asumir la responsabilidad de su efecto (cosa que reluce por su ausencia en este régimen dadivoso de corte charlatán).

Si analizamos la situación de hoy (sin las complicaciones que puede implicar una reconversión monetaria), está claro que el gobierno no tiene la capacidad de frenar la inflación actual; y entonces mucho menos la que una reconversión (sin sólidas bases económicas internas y sin un mercado productor endógeno) conseguiría maximizar.
¡Ta´barato, dame dos…!- parece que será la cantaleta inicial que disfrutaremos a partir del 1 de enero del 2008. Y eso podrá durar hasta que la alcancía quede vacía y nos veamos obligados a empezar a comer cartón piedra (con el agravante de que ni siquiera eso, el cartón piedra, va a alcanzar para alimentarnos a todos).

Entonces sospecho que entre “Reales”, “Medios”, “Puyas” y “Lochas”, la cosa se nos va a poner como muy “Fuerte”.


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