El
ex Primer Ministro de Suecia, hoy Ministro de Relaciones
Exteriores, Carl Bildt, ante la Comisión de los Derechos
Humanos de la ONU, en Ginebra, se expresó sobre la ausencia
de democracia en países como Corea del Norte, Zimbabwe y
Cuba, entre otros.
La respuesta del régimen cubano no se hizo esperar (según
Bildt a causa de las acuciantes necesidades del régimen de
la isla de limitar los contactos con las fuerzas que
trabajan por los derechos ciudadanos en ese país). De esta
manera, el embajador cubano ante las Naciones Unidas, Juan
Antonio Fernández Palacios, en una reacción virulenta y
atípica a los usos diplomáticos, manifestó que “la bota del
imperialismo sueco renacía desde su historia colonialista”.
Y mucho más: “que la sociedad sueca implementaba métodos de
limpieza étnica, ya que sólo los descendientes de los
vikingos disfrutan los plenos derechos de su sociedad”.
A un mismo tiempo, hace una semana en Harare, el embajador
sueco ante ese país, Sten Rylander, fue llamado a consultas
por el gobierno de Robert Mugabe. La causa: el apoyo a la
oposición que en momentos de seria represión por parte del
régimen de Zimbabwe, éste ofreció a los opositores de ese
país (todo esto en defensa de los derechos humanos más
elementales).
La situación de las relaciones suecas con estos países
totalitarios empeoró (sobre todo con Cuba), cuando se
constata la intromisión del gobierno cubano en las valijas
diplomáticas del reino sueco. Un hecho que ha generado
irritación y consecuencias; como ha sido la de llamar al
embajador cubano en Estocolmo al Ministerio de Relaciones
Exteriores para que ofrezca algún tipo de explicación
satisfactoria.
De esta manera, Suecia le recuerda a la comunidad europea
que existen límites en la interpretación de la democracia. Y
que con algunos países, obviamente, se han agotado los
subterfugios que hacían posible la cómoda actitud de una
“silente diplomacia”.
Por los vientos que soplan, no dista mucha jornada antes de
que los países industrializados de Europa, haciendo causa
común, pongan bajo su mira la clara tendencia totalitaria
del régimen de Hugo Rafael Chávez Frías.
La globalización, hecho absolutamente inevitable en estos
tiempos de alta tecnología, va mano a mano tanto con la
globalización de la política económica, como con la
globalización de la política ideológica.
Un cerco certero (o aislamiento desde el mundo civilizado),
acecha peligrosamente a una Venezuela que, imberbe en
cuestiones de orden internacional, menosprecia los sagrados
principios de la comunidad democrática; e ilusamente
apuntala sus metas en las hasta ahora in-sustentables formas
europeas de actuar exclusivamente desde la óptica del
provecho económico individual.
Cosa que en esta ocasión, y gracias a la oportuna
intervención de uno de los países más democráticos del
mundo, parece esclarecer (y esperemos que hasta pueda
apuntalar), una nueva y decidida actitud política ante el
rechazo democrático que implementan ciertos países.
Poder lograr identificar a toda la comunidad democrática
europea con una mancomunada solución al problema, es
indudablemente una necesidad de carácter universal; sobre
todo si consideramos las implicaciones que la misma
globalización involucra.