Los
cubanos enviados por Cuba a Venezuela son individuos muy
bien entrenados por la dictadura fascista cubana. No conocen
otra cosa, luego de más de cuarenta años de dictadura
comunista, que la obediencia irrestricta al aparato todo
poderoso que controla la sociedad donde crecieron.
Una de las estrategias del G2 cubano, para ayudar a
establecer una sociedad comunista en Venezuela, es la de
infiltrar con “cubanos disidentes” a la sociedad civil
venezolana (y a las estructuras militares del país). La
razón es obvia: espiar y ganar control para que la
nomenclatura de la isla pueda seguir viviendo del tesoro
nacional venezolano.
Es verdaderamente triste sentirse siempre propenso a “dudar”
de todo cubano enviado por Fidel, ya que con toda seguridad
existen aquellos que han vislumbrado un poco de la verdad
que se les ha negado durante tanto tiempo y verdaderamente
estarían dispuestos a romper. Sin embargo, aunque no paguen
todos juntos por pecadores, cosa que no es difícil de
aceptar desde nuestra ingenua idiosincrasia venezolana, no
podemos aventurarnos a confiar (a priori) de todas las
“supuestas” disidencias.
El aparato que maneja el G2 cubano es de los más peligrosos
que existen (lleno de experticia eficiente heredada tanto de
la Stasi como de la KGB) y ha hecho metástasis en nuestro
país penetrando todos los aspectos de nuestra cotidianidad:
entre otras cosas en los registros y notarías, en la
educación, la telefonía, los medios de comunicación, los
cuerpos policiales y militares, las industrias estratégicas
y hasta en el transporte colectivo y los programas de
adoctrinamiento moral “socialista” (la misiones).
El Sr. Chávez, el más nefasto gobernante de toda la historia
del país, amerita sin ningún tipo de consideración el más
profundo repudio que jamás gobernante venezolano haya
merecido; esto tanto a causa de su enfermizo deseo de querer
perpetuarse en el poder (cueste lo que le cueste a la
nación) como por habernos demostrado, reiteradamente, que es
capaz de llegar a cometer cualquier tipo de delito (desde
regalar el país a potencias extranjeras hasta querer
empobrecerlo más para poderlo dominar).
Lo que más nos debe preocupar es la consecuente inocencia y
buena voluntad que en general caracteriza a nuestros
ciudadanos de a pie, al no rechazar, aunada y
determinantemente, la traición que el bicho del poder
bolivariano nos quiere imponer con una nueva y “eternizante
constitución”.
Vamos en camino de perder la parte más buena de nuestra
venezolanidad (el libre albedrío) y convertirnos en lacayos
de fuerzas externas que apuntan a terminar de controlar la
poca riqueza que nos queda; siendo la causa de nuestra
perdición, contradictoriamente, nuestra propia actitud de
libertad mal interpretada.
El Gobierno Bolivariano de Venezuela no merece nuestro
silencio sino nuestro más profundo grito de desprecio.
Cada vez se nos hace más “natural” el reconocernos en el
sufrir, en descubrirnos mutuamente en esa miseria que hoy va
logrando unirnos a todos por igual. Si lo que aspirábamos
era que no existiera tanta pobreza, el resultado ha sido
exactamente lo contrario: ya no existe ni siquiera una clase
media emergente e “independiente” de los resortes
controladores del estado, sino sólo pobres obligados
mendigos dependientes de limosnas denigrantes y una nueva
oligarquía muy consciente de las exageradas bondades de que
disfruta y que no quiere perder.
Nuestro futuro debe ser un futuro endógeno y con absoluta
participación de todos los “venezolanos” (vengan de la clase
que vengan). Y no un futuro exógeno, impuesto por culturas
políticas hasta ahora extrañas a nuestra identidad.
No desfallezcamos en hacerle resistencia a la rapiña
orquestada desde “una Cuba linda secuestrada de su
libertad”; y en cuanto a los traidores venezolanos que
diligentemente hacen posible su avance vertiginoso, que
sientan todos los días el insondable desprecio de los que
verdaderamente sí creen en la superación de su sociedad.
Basta ya, reaccionemos antes de que nuestro malsano
gobernante, con el apoyo de los detractores de la democracia
venezolana, se haga de una nueva constitución que amenace
aún más nuestra ya mermada libertad.
¡Sí al 350, hagamos corta la agonía de unos aventureros sin
expectativas de salvación!