El
Sistema Integral de Transporte Superficial (SITS) que pronto
comenzará a tomar forma en la ciudad capital y todo el país
(empresa que por supuesto será controlada por el Estado),
bien podría ser uno más de los posteriores avances hacia el
“comunismo-fascismo” del siglo XXI.
Es bien conocido el papel que dichos servidores públicos
(los taxistas del Estado), junto a conserjes, serenos,
guachimanes, comités de barrio, etc., han jugado en las
sociedades fascistas y comunistas para recabar información
sensible sobre la actitud individual de los ciudadanos (lo
que hablan o a dónde van o de dónde vienen). Todo esto, en
conjunto al control de los medios, la telefonía, el Internet
y las actividades cubanas en los registros venezolanos, es
cosa que hay que comenzar a interpretar con mucha seriedad.
Por lo tanto, el problema económico que enfrentan los
transportistas venezolanos, aunque importante, se queda
pequeño (o es marginal) en relación a las ulteriores
implicaciones que este control comunicacional representa
para toda la nación.
Poco a poco, y sin ningún lugar a dudas, éste régimen
obviamente totalitario que nos gobierna, cierra
consecuentemente, cada vez más, el cerco de control que
aqueja a los ciudadanos del país.
George Orwell nos advierte de los peligros del control
ciudadano por parte del Estado. Su profusa literatura al
respecto (aparentemente de ciencia ficción pero hecha
realidad en infinidad de ocasiones), nos revela lo cerca que
estamos de la pérdida total de nuestra libertad.
Todo esto, aunado al lavado cerebral “patriótico” y a los
procesos de adoctrinamiento infantil que se adelantan en los
procesos educativos, nos debería hacer temblar y también no
permitirnos dudar del terrible futuro que nos depara nuestra
irresponsable actitud de comodidad (hablo de los que no
están convencidos).
En “La muerte en vida”, un excepcional testimonio sobre los
últimos años de Virgilio Piñera en Cuba, escrito por el
talentoso poeta y dramaturgo Antón Arrufat y recogido en su
libro Virgilio Piñera: entre él y yo, Ediciones Unión, La
Habana, 1994, podemos leer el siguiente párrafo:
“En los años del setenta, calificados por Piñera de muerte
civil, la burocracia de la década nos había configurado en
esa "extraña latitud" del ser: la muerte en vida. Nos impuso
que muriéramos como escritores y continuáramos viviendo como
disciplinados ciudadanos. Dar muerte al ser que nos otorgaba
la escritura y existir con el que nos otorgaba el Estado,
exigencia casi metafísica en una sociedad que se proponía el
materialismo, era imposible de cumplir. Tras la orden, la
burocracia, dando por hecho esta imposibilidad, tomo las
necesarias medidas estatales para llevarla a la práctica.
Nuestros libros dejaron de publicarse, los publicados fueron
recogidos de las librerías y subrepticiamente retirados de
los estantes de las bibliotecas públicas.”
Casi para llorar.
A los ingenuos que aún creen que esta títere revolución
bolivariana es autóctona y vernácula (y que el país no ha
sido traicionado y puesto a la orden de intereses
extranjeros), les pido se miren en el espejo cubano. Y que
cuando empiecen a temblar de miedo por la realidad que se
avecina, no se escondan; sino que más bien salgan a la calle
a defender la idiosincrasia que nos legó Bolívar.
Veremos si logran imponernos sus “muertos en vida”, en una
Venezuela que comienza a entender lo que es la libertad.