A
propósito del esclarecedor editorial de Venezuela Analítica
del 16 de abril de los corrientes (El amor a la muerte), se
me ocurre que es también necesario dejar en claro que el
grito de “Viva la Muerte” no involucra sólo una merma de
inteligencia en quienes proclaman ¡Muera la inteligencia!,
sino que por el contrario también implica profusas
simplicidades de asquerosa liviandad ética y estética.
“Viva la muerte”, atina hacia la desesperación y la aventura
como salida ulterior y narcótica de la impotencia que
produce la brutalidad certificada. De eso no existen dudas.
Por lo tanto me pregunto, algo preocupado por las
condescendientes discusiones que la brutal consigna que
proclama nuestro gobierno despiertan: ¿Hasta cuándo vamos a
caer en la trampa de estar considerando la supuesta
existencia de un socialismo del siglo XXI, de tan claras
apetencias escatológicas?
Hablemos más bien del “Ladronismo del siglo XXI”, que es
como más bien debe definirse esta macabra triquiñuela pirata
y plagada de injusticia; y sobre todo de abrumadora
mediocridad.
En realidad, el fragmento del discurso de Unamuno en el
mencionado editorial (discurso cargado de inequívoca
valentía), demuestra la inquebrantable fuerza que la ética
puede generar en cualquier ser humano prudente, sin que por
eso debamos menospreciar la fuerza que a ciencia cierta
añade su hermana inseparable: la estética (o el mundo de las
artes). Ya que ambas, mano a mano, confrontan la fealdad, la
grosería, el cinismo, la mentira, la improvisación, la
sordidez, la bajeza, las mañas, la brutalidad, las
bravuconadas, la miseria, la pobreza de espíritu, la
ordinariez, los insultos, la indecencia, el contubernio, las
venganzas, el desencanto, la subordinación obligada, el
chantaje, la criminalidad, la intolerancia, la impunidad, la
viveza vernácula y su tradicional “Colín Coleo”; también los
enturbamientos, el ensañamiento, la desesperanza, la
arrogancia, las indiferencias, la hipocresía, el
desasosiego, la traición, la cobardía, la desidia, la
complicidad, la charlatanería, la falta de dignidad y hasta
las excrementosas enfermedades que propenden los malsanos
cantos fascistas a la muerte.
¿Si tanto le gustan los muertos a nuestro Teniente Coronel,
como lo demostró en 1992, porqué no se va a vivir a un
cementerio en vez de querer crear un cementerio de toda
nuestra sociedad?
Una cosa está clara: y es que habiendo llegado ya al alto
nivel de perversa complicidad como al que ha llegado (lo
digo por lo de los muertos), este Teniente Coronel no se irá
por sí solo. Sino que los cientos de miles de Unamunos,
Pemanes, Machados, y otros ilustres que llevamos dentro, nos
procurarán toda la perseverancia que necesitemos para lograr
asegurarle un justo e irrebatible sitio en su anhelado
infierno.
“…Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del
recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo
haya confundido las que alguna vez me representaron con las
que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos
siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como
Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto....” (Último
párrafo de “El inmortal” de Jorge Luís Borges).
En Posdata de 1950 y a causa de comentarios no compartidos
por Borges, éste hace la siguiente aclaración: “Cuando se
acerca el fin, escribió Cartaphilus, ya no quedan imágenes
del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras
desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre
limosna que le dejaron las horas y los siglos.”
Espero que nuestro Teniente Coronel viva una eternidad (como
la sufrida por “El inmortal”, de Jorge Luís de Borges); pero
no entre nosotros, sino en ese oscuro y sulfuroso sitio
donde la justicia democrática, tarde o temprano, lo logrará
colocar.
El mencionado editorial de
Venezuela Analítica se encuentra en:
www.analitica.com/va/editorial/1293302.asp