El
que no haya, a estas alturas, cabalmente entendido que
Chávez es un dictador muy enfermo (y muy bien apoyado por
una caterva de conscientes “chupasangre”), no debe merecer
consideraciones paliativas sobre su abyecta posición. Esa es
la situación actual.
El tiempo de la media verdad hace rato que ha quedado atrás:
el que está con el régimen, está claramente contra la
democracia. El bozaleado que no reacciona abiertamente
contra el régimen, está igualmente con el régimen (puesto
que al régimen le gusta vociferar que no están en su
contra). Y el que ingenuamente pretende hacerse un
desentendido de la política general, peca igual que los
demás por el simple hecho de “omitirse”. De esa manera,
pescando de ese premeditado enredo, el régimen vocifera
tener a la gran mayoría del país a su favor.
¿Votar, abstención o desobediencia civil?
Esas son las tres desesperadas y únicas alternativas que se
han hecho presentes en el escenario de este zafarrancho de
combate que estamos viviendo hoy (ya que la situación que
vivimos no puede describirse de otra manera sino como un
preámbulo de guerra avizorada).
Como lo entiendo yo, las alternativas menos importantes (o
nada aclaratorias) son las de votar o no votar. Ya que no
existe duda alguna sobre el certero y legitimante resultado
final.
En cuanto a lo de la desobediencia civil (llamémosla como
queramos llamarla: rebelión, 350, insurrección, caracazo,
insubordinación, sedición, o simplemente descontento),
podríamos decir que esta ha ido naciendo de manera orgánica
o natural (y por lo tanto legítima); Ella misma (la
desobediencia) es el resultado de todo un proceso de
imposiciones desde el fascismo populista que Chávez pretende
instaurar en el país, proceso que pretende seguir
dividiéndonos, premeditadamente, para lograr una
insoslayable confrontación fraternal que termine de
fracturar cualquier vestigio de identidad común basada en
nuestra libertad individual.
Para evitar (o retrasar momentáneamente) esta pretendida
violencia, existen todos esos ingenuos que quieren ir a
votar y también todos aquellos que se quieren abstener
creyendo que algo van a lograr.
La secundaria importancia que conllevan tales circunstancias
(el votar o no votar) no debe de reprimir lo que todos los
opositores verdaderamente deseamos en común: que es botar al
basurero de la historia nuestra actual ruinosa realidad.
¡Y mientras más tempranito lo hagamos, mejor será el remedio
que requiere nuestra moribunda sociedad…!
¡Entonces, votemos o no votemos, preparémonos a botar…!