¿Es
que acaso vivimos en un mundo de normalidad para estar
pensando en una democrática vivencia (más bien pan y circo
en este caso), de una Copa América en esta Venezuela que se
nos derrumba democráticamente?
Lo dudo mucho. Aunque entiendo que es una necesidad vital
para la oligarquía actual tratar de publicitar, tanto
nacional como internacionalmente, una “normalidad” sin
cuestionamientos populares.
Pero la realidad salta a la vista. El país se quema por los
cuatro costados; no sólo a causa de una criminalidad
incontrolable, una inflación incontenible y un desempleo
apabullante, sino por las continuas protestas, férreas y
concretas, por parte de los estudiantes de las universidades
nacionales que claman por la restitución de las libertades
democráticas.
El país está en vías de convulsión, y las posibilidades de
que el descontento se extienda a otros sectores de la
sociedad (trabajadores, desempleados, segregados, etc.) es
patente. La hora cero se acerca a su cenit definitorio y las
condiciones de paz que se necesitan para hacer posible los
juegos internacionales de La Copa América no satisfacen las
condiciones necesarias que amerita su funcionalidad.
Ser aguafiestas siempre ha sido difícil de explicar para
cualquier analista que no sólo intuya, sino que maneje
realidades incuestionables sobre la realidad que discurre.
Decir que “no hay fiesta”, siempre ha sido un anuncio
impopular.
No nos enceguezcamos a causa de las anestesias que
mágicamente nos ofrecen los devaneos de los circos romanos.
Pan y circo tiene sus limitaciones, y en nuestro caso, ni es
propicio el momento ni es artificialmente posible imponer su
consumación.
Los encuentros deportivos no deben estar signados por la
muerte, sino por la vida, la competencia y las reglas
democráticas.
Y nada de eso, sino todo lo contrario, es el mensaje del
regidor de la nación, que boconamente proclama patria,
socialismo y muerte para todos los opositores; en vez de
vida, competencia y democracia para todos los venezolanos.