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Se cierra el telón
por Liko Pérez
lunes, 12 noviembre 2007


Mandar a callar a alguien es una de las acciones (aceptables) más fuertes que se le pueda hacer a un individuo que rompe irreverente las normas comunes establecidas de una comunidad.

Cosa que se traduce al venezolano como “cállate la jeta” y es algo así como una fuerte reprimenda ante algo vulgar o algo categóricamente inaceptable.

Quien recibe públicamente una reprimenda de este tipo (como en el caso de la reprimenda que el rey Juan Carlos le increpó a Chávez), tiene muy pocas posibilidades de resarcirse o explicarse ante la comunidad a la que pertenece; quedando de facto relegado al oscuro y silencioso mundo de los parias merecidamente descalificados.

Chávez puso la torta y quedó desnudo ante una ética establecida que su precaria capacidad política no había sospechado: un pollo sin plumas, y en invierno, no debe arriesgarse a salir a esa pradera, ya que siempre será presa fácil de los lobos esteparios de la probada urbanidad universal.

No queda mucho que hacer, luego de innumerables condescendencias, ante este tipo de situaciones. Sólo queda una triste figura desprestigiada, vulgar, necia, y negada a cualquier posibilidad de diálogo reivindicador.

Las bravuconadas del rey de Sabaneta tocaron finalmente su fondo al encontrarse con la realidad de un rey de verdad.

Ha caído el telón contundentemente, sin misericordia alguna, así como siempre cae al final de los buenos dramas tragicómicos. La tragicomedia tropical del recién llegado, en este caso acompañada de rancheras populares, nos recuerda que las virtudes de honor, responsabilidad, entereza e hidalguía, no se pueden comprar con el oro del botín que la piratería ofrece a groseros aventureros con ansias de erigirse en señores de alta dignidad.

Hoy ha muerto un reyezuelo hecho de mentiras, un rey obsceno que en los cuentos infantiles es usado para establecer comparaciones entre el bien y el mal, un reyezuelo necesario que siempre nace para darnos la oportunidad de describir la necedad de escoger un mal camino; y que luego, una vez lograda la necesaria y pedagógica encomienda, desaparece y sucumbe para ofrecernos un final feliz.

Sí, es cierto, deseamos un final feliz donde siempre el ignominioso delincuente, desprovisto de las ventajas de la maldad, nos permita arrullarnos en los ensueños de una mejor y radiante realidad.

Por lo tanto ahora, más que nunca, para no sólo depender de la magia de la literatura infantil, digámosle NO al referendo constitucional que el reyezuelo caído pretende instaurar en nuestro reino venezolano.


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