Una
vez constatado el aislamiento internacional del chavismo
(relegado hoy sólo a un grupúsculo totalitario
internacional), comenzamos también a constatar el
derrumbamiento interno de su “supuesta popularidad”.
Una de las razones que pueden explicar esta línea de
colisión, al margen del agotamiento de una gastada retórica
recalcitrante y embrollona, es la merma consistente de la
economía nacional.
Los que hasta ahora habían aguantado la perorata
revolucionaria (generalmente por la necesidad que crea el
clientelismo estatal), comienzan a vociferar (aunque de
manera discreta y para asociarlo con el no querer volver
atrás, a la IV) desean un “chavismo sin Chávez”; y esto
seguramente lo hacen de esa manera, así como para que no
suene como a un no rotundo e irrevocable al movimiento
bolivariano (ya que uno nunca sabe de dónde habrá que
comer). Pero con toda seguridad, digo yo, lo dicen más bien
por el profundo terror que les proporciona el oscuro
porvenir que evidentemente se ve venir sobre toda la
sociedad venezolana.
Lo que yo digo no es nuevo; ya lo dicen todos los analistas
serios del país (empezando por Rafael Poleo, Alberto
Garrido, etc.). Pero como bien indica el mismo Poleo en su
crónica “Derechito al desastre”, machacarlo no está de más.
Pero el chavismo duro, los que tienen más que perder por la
enorme cantidad de privilegios que actualmente han
acumulado, no se van a dejar quitar tan fácil la dulce
banana de la boca (ese potente anti-angustia que representa
un “seguro y fácil” bienestar económico).
Yo me atrevo a pronosticar que deberemos prepararnos para un
recrudecimiento del conflicto existente entre una reducida
minoría bolivariana “dura” y una mayoría de venezolanos con
deseos de paz laboral, estabilidad democrática y
posibilidades de progreso.
Como el poder (en su forma más elemental), es narcótico e
implica abstinencias inimaginables, me sospecho que tratarán
de mantenerse en el poder impúdicamente y cueste lo que le
cueste a la nación (o por decirlo como es, a la mejor manera
castrista).
La pregunta que debemos hacernos, o la que me estoy haciendo
con gran preocupación, es la siguiente: ¿Estamos dispuestos
a dejarnos esclavizar por una élite (oligarquía) que desde
hace rato sustenta el poder de manera absolutamente
ilegítima?
Parece que vienen tiempos difíciles, y aunque nunca pensemos
públicamente sobre las verdaderas opciones que consideramos
operables para la solución del problema, no esta demás
apuntar que cada quien tiene un corazoncito escondido; y que
en definitivas, el gobierno no podrá jamás confiar en
conseguir controlar todos los latidos de los millones de
corazones que tiene en contra.
Si desgraciadamente nosotros somos “el suelo”, donde el
“objeto bolivariano” irremediablemente se ha de estrellar,
aunque haga mella su impacto, muy bien absorbido estará.