Cuando
las verdades no van disfrazadas de eufemismos es cuando
más duelen. Y dentro de ese contexto, tanto Rosaura Sanz
como Salvadora Guaraco forman parte del terremoto
contrarrevolucionario que se comienza a vislumbrar en el
país.
Si analizamos con seriedad estas
clarividentes eventualidades, nos daremos cuenta de que no
hay vuelta atrás. Y que lo único que le queda a este
gobierno es pasar de su etapa de vulgar rufianería, a una
etapa más criminal: la abierta abolición de los derechos
humanos (con todas sus consecuencias).
Cuando escribo estas cosas no es para
aguarle la fiesta a los esperanzados sino para que todos
estemos conscientes de que la enajenación mesiánica de
nuestro degenerado presidente (y sus lacayos) bien podría
permitir cualquier desafuero de magnánima gravedad.
Las heridas que estas dos damas (con sus
verdades y diferentes retóricas) le infligen al caudillo
tropical de Venezuela son tan contundentes y convincentes,
que bien podríamos decir que son dignas de ser catalogadas
como las más profundas heridas que Hugo Rafael Chávez
Frías haya recibido (desde el propio pueblo) durante sus
ocho años de mandato. Con el agravante de que la crítica
logra transformarse, con aplastante carácter contundente,
en un irrestricto enfrentamiento político hasta la muerte
(y yo si se los creo).
Sin lugar a dudas existen muchas
Salvadoras y Rosauras a descubrir, pero estas primeras
damas, sin artilugios demagógicos o mermas de
conocimiento, ponen los puntos sobre las íes en relación a
la innegociable importancia que juega la democracia
constitucional contra un totalitarismo destructor.