Discutiendo
con un estudioso de los actos de fe, llegué a entender una
de las posibles causas de su controvertida existencia.
Según él, el acto de fe se origina en la necesidad de
conservación del individuo; es una manifestación del
instinto de conservación que, en pocas palabras, sustituye
la protección primaria de un padre o una madre real.
Sencillamente, se me ocurre que son los desprovistos de
paternidad y/o maternidad bien definida los que buscan y
encuentran la sustitución de la seguridad materna en un acto
de fe.
Capitalizar la fe (la ilusión), es entonces materia
importante a la hora de hacerse de una armada incondicional
de creyentes sedientos de seguridad (un mismo padre para
todos).
¿Quién gana con la capitalización de la fe?
Haz “el bien” en nombre de la fe y crearás el fundamento de
tu propio bienestar es una premisa históricamente
demostrable (al menos en innumerables casos).
¿Son Castro, Chávez, Kim Jong II y hasta Mugabe (si logran
consagrarse de verdad) santos que saben utilizar a
consciencia la represión (así como inconscientemente las
dádivas) para usufructuar ese encandilador, y bastante
universal acto de fe (que mientras más ciega sea la misma,
mejor sirve)?
¿Será cierto que en nuestro país pululan gran cantidad de
creyentes extraviados, que cualquier iletrado puede
capitalizar?
El Líder, el Dios, el que decide, encuentra suelo abonado en
la debilidad existencial de algunos venezolanos (sin olvidar
a todos los que existen en el mundo entero).
Ni Darwin, ni las verdades científicas que hacen posible
nuestro virtual éxodo planetario, son suficientemente
convincentes para contrarrestar tal debilidad: la necesidad
de un Dios.
Es muy posible que el sólo hecho de entenderlo, y la
premeditada manipulación de tan poderosa debilidad social,
sea un acto inconsciente de los hombres zafios; pero que
sedientos de su propia necesidad existencial y malsanos en
sus apetencias de crear “su propia y única realidad”, logran
convertirse en quienes eficientemente logran manipular esa
“divina circunstancia de fe”.
Así nacen los Kim Jong II, los Castro, los Mugabe y hasta
los Chávez que pretenden adueñarse de nuestra colectividad,
de nuestro mundo, de nuestro infinito universo.
La educación científica, las artes, y sobre todo el amor
materno, son herramientas que entorpecen la represión de la
libre individualidad de los seres humanos; y ni Chávez, ni
Kim Jong II, ni ningún otro arribadillo hubieran podido
lograr someter a todo un conglomerado ilustrado (y bien
amado) sin la lapidaria circunstancia que un pasado
inescrupuloso ha depositado en los flancos de nuestra
averiada realidad social.
“…si Don Manuel y su discípulo Lázaro hubiesen confesado al
pueblo su estado de creencia, este, el pueblo, no les habría
entendido. Ni les habría creído, añado yo.”(Acotado de “San
Manuel Bueno, mártir”, del escritor Miguel de Unamuno y a
propósito de ser San Manuel Bueno (en la novela), el único
no creyente del peregrino pueblo que lo santificó).
¡Moral y luces!, manifestó hasta el cansancio un sano
iluminado; y a pesar de eso, fue utilizado como un Dios.
¿Será posible que al igual que en el “Don Manuel Bueno…” de
Miguel de Unamuno, Bolívar, no hubiera podido confesar algo
creíble sobre su propia fe?