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Con el espejo en la mano
por Liko Pérez
domingo, 8 abril 2007


Más de dos millones de iraquíes se encuentran hoy exilados en Siria e Irán, y muchos más están a la espera de la más mínima oportunidad para hacer lo mismo; sin contar la larga lista de personas que ya sustentan un refugio (motivados por la brutal represión que caracterizó al régimen de Sadam Hussein), en cualquier otra parte del mundo.

¿Huyen y huyeron de su propio país, de su propia cultura, de su propia seguridad, sin entender que hubieran podido hacer algo al respecto?

El efecto de la guerra civil iraquí, alimentada desde hace varios decenios por una política segregacionista por parte del régimen de Sadam Hussein, nos muestra lo fácil que es sembrar odio y lo difícil que es contrarrestarlo.

En nuestra propia casa, desde el inicio del gobierno de Hugo Rafael Chávez Frías, hemos ido experimentando (sin estar conscientes de sus graves consecuencias), una política segregacionista altamente eficiente que ha dividido a nuestro país en dos bloques antagónicos; los cuales, en aras del bienestar, deberían más bien haber sido unificados.

Aunque no observemos en Venezuela los mismos problemas religiosos de Irak (con sus sunitas y chiítas), estamos viviendo un conflicto de identidad similar que, aunque no sea religioso, nos divide entre “oligarcas destronados” y “paupérrimos esperanzados”.

No necesito mencionar los despidos, los desalojos, las expropiaciones y todo lo demás que conlleva esta sistemática segregación bolivariana. Ni las reiteradas promesas inconclusas de este gobierno para con sus pobres. Pero sí quiero dejar en claro que, extrañamente inconscientes, no hemos logrado deducir, o visualizar, las desastrosas consecuencias que esa sistemática segregación nos puede deparar.

¿Será que podremos encontrarnos en el espejo iraquí (retrospectivamente)?

Cada día que transcurre se multiplican en nuestro país, gracias a la praxis discriminatoria del gobierno bolivariano, antagonismos internos entre vecinos, hermanos, partidos políticos, credos y razas. Es como una situación de barbarie que todos sentimos crecer, pero que nadie se atreve a desarmar.
- ¡Quien se quiera ir, que se vaya…! – ha manifestado indolentemente nuestro presidente, sin entender que comete uno de los crímenes más punibles de la historia (cosa que no le importa, porque con nuestra sumisa venia se cree Dios y dueño de toda verdad).

Entonces, el dividir para reinar, como han hecho muchos otros sátrapas (conscientes o inconscientes de su macabro quehacer), no debería ser algo que pueda pasar desapercibido; algo que pueda dejar de ser punible por el solo y simple hecho de incurrir, todos nosotros, en una liviana incomprensión de sus consecuencias.

Aunque en estos momentos cueste creerlo, de generarse cualquier conflicto de tipo civil en Venezuela, cosa que es fácilmente predecible con este efectivo estado totalitario (y una economía en franca contradicción con sus necesidades), estaremos entrando, poco a poco, en una escalada de violencia y represión que, aunque no escapa a los ojos avizores de nuestros conspicuos historiadores, seguimos simplemente observando con cierta ingenuidad e indiferencia deleznando, con esa ingenua actitud, la potencialidad que ese presunto conflicto sería capaz de generar.

En el peor de los casos, si Venezuela lograse llegar a la misma catastrófica situación que Irak vive, ¿A quién ayudaría Colombia, a quién ayudaría Brasil, a quiénes ayudarían los Estados Unidos o la Unión Europea?

La necesidad mundial de la energía que genera nuestro petróleo, las agallas totalitarias de un dictador irresponsable y el creciente proceso de militarización de nuestra sociedad conforman una mezcla explosiva difícil de manejar, cosa que tarde o temprano nos traerá lamentables consecuencias.

¿Seremos capaces de vernos en ese espejo?

Mejor es que comencemos a ayudarnos nosotros mismos, reconociéndonos como merecedores de iguales oportunidades; antes de que sea tarde y nos pase como a Irak, ya que sin darnos cuenta puede que “el tiempo” (furtivo cómplice de lo inesperado) nos lleve hasta allá; hasta el dolor incomprensible, hasta el mismo confín de la irreversibilidad de una catástrofe.


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