Su
padre fue asesinado por la dictadura. Su madre fue presidenta del
país. De joven sumó sus ímpetus a la revolución y esgrimió su
pluma al servicio de la causa como director del principal medio
impreso del régimen, hasta que lo despidieron por revisionista,
por cuestionar lo obvio, lo inaceptable. Hoy en día, 10 años
después, se pregunta ¿valió la pena todo eso, todos los muertos,
todo el sufrimiento de Nicaragua? Su respuesta es ambigua: se ganó
soberanía y se perdió sangre. Se alimentó un sueño y se desnutrió
una nación. El pasado no fue tiempo perdido, de eso está seguro,
pero el futuro no fue ganancia sino deuda con sus congéneres. Las
palabras de Carlos Fernando Chamorro, ex-director de Barricada,
hijo de Violeta Chamorro y del famoso periodista Pedro Joaquín
Chamorro, asesinado por los somocistas, son tan claras como el
agua: “el voluntarismo hacia la revolución sepultó nuestro
espíritu crítico y no fuimos capaces de ver el lado oscuro, las
debilidades de nuestro proyecto”.
Hay algo
conmovedoramente revelador en el desencanto de aquellos que una
noche se arroparon con la verdad y amanecieron con un resfrío.
Interesante sin
duda: para defender una nueva libertad, se calan hasta las orejas
una boina que preserve de los elementos las convicciones, las
seguridades, los compromisos. A la vuelta de un tiempo la gorra es
parte de la cabeza. La ideología, un lóbulo cerebral.
Es así como el
voluntarismo se convierte en un filtro que solo permite ver
aquello que interesa ver. Las impurezas quedan por fuera y el
espíritu militante sigue inmune ante el virus de la autocrítica.
Entonces quien dice que ha abierto los ojos termina atrapado en su
propia ceguera. El mundo como una ilusión.
¿Dónde está la
libertad de pensamiento del chavismo? Existe, de ello dan cuenta
algunas rencillas internas, luchas por candidaturas regionales,
distanciamiento de líderes, ascensos laterales hacia algún puesto
inocuo o una embajada. Pero ¿dónde está la autocrítica del
chavismo? La respuesta no es tan chata como decir que Chávez
impide el disenso, o que nadie sube la voz por conveniencia o
bozal de arepa. Claro que sobran mentes mercenarias y conciencias
a sueldo, pero el silencio tiene raíces más profundas. Convencidos
de su verdadera libertad, prefieren confundir el corral de la
militancia con el territorio conquistado por la revolución. El
voluntarismo se convierte en sucedáneo de la conciencia.
Si hay algo que
debemos aplaudir de la oposición es su pluralidad y tolerancia a
las diferencias. En estos días de campaña electoral no han faltado
críticas a la estrategia, a las decisiones, al liderazgo. Críticas
que duelen, que llaman la atención y que, contrario a lo que se
pueda pensar, no debilitan sino que refuerzan su estructura
democrática. En los ejercicios de autocrítica que hace la
oposición, en su capacidad de escuchar las diferencias, el mensaje
que envía a la sociedad es que su llamado no es de militancia sino
de participación. ¿Puede decir lo mismo el chavismo? La democracia
participativa que propugna la revolución pareciera germinar solo
dentro del corral de sus acólitos. Y no se oyen voces discrepantes
en el rebaño.
No voy a engañar
al lector con la presunción de que ideología es solo la de la
izquierda, o que libre pensador es cualquiera que se oponga al
poder. Todos, de una forma u otra, vivimos dentro de un corsé
ideológico, dentro de un paradigma o esquema de pensamiento. Lo
importante es saber, y sobre todo, estar concientes, de cuán
apretado resulta a nuestro espíritu, de hasta dónde nos deja
respirar. Si además somos capaces de estirar ese corsé cada día
más, si somos capaces de alterarlo y permitirle evolucionar,
entonces disfrutaremos del placer de vivir para aprender y así
aprenderemos a vivir mejor.
Si por otro lado
el corsé aplasta las costillas y la boina aprisiona la cabeza,
puede que la euforia del momento brinde una sensación de seguridad
y victoria.
Pero también puede que dentro
de unos años escuchemos decir, en uno de esos programas que
conmemoran fechas y eventos, palabras como las de Carlos Fernando
Chamorro: el voluntarismo sepultó nuestro espíritu crítico.
¿Dónde está la autocrítica
del chavismo?
¿Fueron víctimas de una
lobotomía general?
